- En La Cava de Olite resonarán esta noche los golpes de la barrena contra la piedra, de los tacones sobre la madera y del cante y la música contra los muros del castillo. Sonidos y movimiento que conforman Burdina/Hierro, el espectáculo que la bailaora Adriana Bilbao ha creado con el cantante Beñat Achiary. Una historia sobre la minería que es también un homenaje a los migrantes que durante años llegaron de sur a norte para hacer propia una tierra ajena y regalarnos un pedacito de la que dejaron atrás. El montaje podrá verse también el 9 y el 10 de octubre en Tafalla y Altsasu, respectivamente.

¿Tiene ganas de llegar a Olite y volver a actuar ante público?

-Tengo muchísimas ganas. Llevo cinco meses sin subirme al escenario. Y supongo que les pasa lo mismo a mis compañeros. Vamos a darlo todo.

Ese contacto con el público será como el aire para quienes están acostumbrados al directo.

-Particularmente, reconozco que cuando estoy bailando me suelo olvidar del público, pero siempre hay un momento en que te percatas y motiva mucho. Es que sin el público no somos nada.

¿Qué ha estado haciendo o qué ha podido hacer, mejor dicho, en estos meses de pandemia?

-A mí me pilló todo recién llegada a Madrid del DFeria de Donosti, donde presentamos un work in progress del nuevo espectáculo, que íbamos a estrenar el 9 de mayo -Éclat-, pero que, debido a las circunstancias, se ha aplazado a diciembre. En Madrid empecé a dar clase en Amor de Dios con mucha gente, pero de repente cerraron todo y decidí quedarme allí porque había estado en contacto con mucha gente. Todos los días hacía mis ejercicios de pies con una tabla de madera que tengo, además de otras cosas para no perder la forma, claro. También pasé mucho tiempo ante el ordenador, ideando, escribiendo... A los meses pude volver a Bilbao y poco a poco hemos ido recuperando.

¿Cuál fue la chispa inicial de ‘Burdina/Hierro’?

-Yo me fui de Bilbao a los 17 años porque quería dedicarme a bailar flamenco, y cuando empezó a fraguarse esta propuesta ya llevaba 13 o 14 fuera de mi ciudad. Todo surgió a través de Peio (Mentxaka), que tiene una empresa de arquitectura cultural y al que le comenté que tenía ganas de hacer algo que conectara de alguna manera mi vida aquí, en Bilbao, con la que he vivido fuera en los últimos años. Mi tierra siempre me ha tirado mucho. Peio y sus socios habían trabajado ya con Beñat (Achiary) y nos propusieron conocerle y ver si podía salir algo. Y surgió el tema de la minería...

Que en el flamenco también es algo importante.

-Mucho. Ahí está el Festival de La Unión de Murcia, por ejemplo, con la Lámpara Minera. Conocimos a Beñat y poco a poco empezamos a documentarnos, a hacer entrevistas a gente que había venido a Bizkaia a trabajar en esto, visitamos el Museo Minero, desde donde nos pasaron archivos y material... Y a partir de ahí escribí un guión y sobre ese esqueleto hicimos la primera residencia en La Fundición, que nos cundió bastante. Éramos diez artistas que no nos conocíamos de nada y no sabíamos cómo podía resultar el encuentro, pero nos lanzamos a la piscina y el resultado fue muy bueno. Prácticamente lo que se creó allí es lo que ha quedado.

¿Y después?

-Hicimos otra residencia en el Instituto Tartanga de Erandio y en el teatro de Barakaldo antes del estreno. Al año hemos hecho otra residencia en la Escena Nacional de Baiona, aprovechando unas jornadas de Pyrenart. Nunca hay una función igual que otra. Además, este es un espectáculo que deja mucho espacio a la improvisación, ya que esa es la manera de trabajar de Beñat, que juega mucho con el ahora, con el momento, con lo que está sintiendo, y te puede alargar momentos.

Como bailaora, será un reto constante.

-Totalmente. Al principio no me hallaba mucho, pero cada vez estoy más cómoda y cada vez lo disfruto más.

La inmigración a Euskal Herria de personas procedentes del sur fue notable durante años, pero no sé si como sociedad hemos asimilado la riqueza de esa mezcla y le hemos dado la importancia que tuvo.

-Aquí, si te vas por la margen izquierda, hay mucho andaluz y mucho gallego que están totalmente integrados. De Andalucía llegaron a partir de los años 50 y 60, cuando la maquinaria estaba más avanzada y el trabajo ya no era tan duro. El contacto del hombre con la tierra ya no era tan frecuente, pero aun existía. El espectáculo es una forma de poetizar aquellos años. Además, el tema de la migración es muy actual, lo tenemos muy presente y creo que el público podrá aferrarse a distintas sensaciones, porque se habla de distancia, de viajes, de echar de menos, del choque de culturas... Burdina es una historia universal.

¿Es un modo también de homenajear a los inmigrantes que llegaron e hicieron suya una tierra ajena?

-Sí. Hicieron suya esta tierra y a la vez nos dieron un trozo de lo suyo. Se produjo un intercambio de saberes, con las canciones y otros elementos. Eso lo noto mucho cuando bailo flamenco. Por ejemplo, hay canciones que hablan de Navarra por bulerías.

En esta propuesta ha querido presta especial atención a las mujeres, siempre invisibilizadas, también en el fenómeno de la migración.

-Era importante destapar un testimonio que ha permanecido más oculto. Siempre se ha hablado del hombre que trabaja en la mina y tiene una vida muy dura, pero cuando vas al Museo de la Minería ves que hay una habitación con un montón de objetos y materiales dedicados a la mujer. Y te das cuenta de que la mitad del presupuesto que llegaba a los hogares lo llevaba la mujer, que estaba en el campo, alojando huéspedes, lavando minerales o fabricando explosivos. También estaba metida en el trabajo duro de la mina. A parte, a través de todos los testimonios vimos que las pérdidas casi siempre eran varones y las que tenían que tirar adelante con la familia y con todo eran ellas.

Adriana Bilbao viene del flamenco tradicional, pero en este caso ha creado unas coreografías distintas.

-Por eso, en mi primer encuentro con Beñat me sentí rara porque creía que mi lenguaje no casaba con su voz. Pero me planteé que tenía que salir de mi zona de confort y dejarme llevar y poco a poco lo fuimos trabajando y cada vez me siento más cómoda y más libre. Lo que verá el público no es el flamenco que yo bailo en un tablao. Cuando canta el cantaor, sí; pero cuando canta Beñat depende del momento que sea, porque lo mismo te hace un grito desgarrador que pone una voz muy dulce.

¿En ese sentido, ‘Burdina/Hierro’ abre una nueva línea de trabajo en su carrera?

-Este proyecto ha supuesto la creación de un lenguaje nuevo para mí. Desde el punto de vista del movimiento, ahora hago cosas que antes no hacía, y eso es por el proceso que he vivido junto a Beñat y el resto del equipo. Y es curioso, el golpe de la barrena no me ha supuesto tanto cambio porque dentro del flamenco ya existen el martillo y el yunque.

¿Los barrenadores están en escena todo el tiempo?

-Sí, hay tres barrenadores con sus respectivas piedras y luego estamos un pianista, el guitarrista, el cantaor, Beñat y yo. Somos ocho en total y vamos apareciendo y desapareciendo en función de la historia, que no se cuenta de manera lineal. Todo parte de la tragedia que vive esta mujer y desde ahí se evocan sus recuerdos se vuelve a la escena que se ha parado al principio, cuando recibe la noticia y toma las riendas de su vida. Tratamos de contarlo de una forma poetizada, con textos en euskera y en castellano, y más allá de que se entiendan o no, creemos que la música, el movimiento y toda la escena son lo suficientemente elocuentes.

“El espectáculo fue una forma de poetizar aquellos años, pero, además, el tema de la migración es muy actual”

“Siempre se ha hablado de la vida de los hombres en la mina, y era importante rescatar la experiencia de las mujeres”

“Los inmigrantes llegaron e hicieron suya una tierra ajena y nos dieron un trozo de su cultura”