al están las cosas esta navidad si Freixenet ha renunciado a su mítico spot de las burbujas y chicas de purpurina. ¿Por qué deberíamos brindar? La publi se ha adaptado a las circunstancias y los anuncios son ahora de dos clases: los que han ajustado su discurso al sufrimiento emocional y los que, ignorando la realidad, siguen como si no estuviéramos en un cataclismo. Entre estos últimos, las marcas de perfumes emiten los mismos mensajes oníricos de siempre y persisten en su estética afrancesada. Ya se sabe que las fragancias son el comodín de quienes no saben qué regalar. El mío para estas fiestas es un estuche de sequoia con dos dosis congeladas de la vacuna anticovid y sendas jeringuillas, más un anillo de brillantes.

Somos, como sociedad, los anuncios que salen en nuestras pantallas y esto se aprecia cuando viajamos a otros países donde los mensajes manifiestan su predominio sentimental o racional. Echo en falta la épica publicitaria de la pasada primavera. Sí, la Lotería ha creado un relato conmovedor. Y Coca-Cola ha regresado a sus altos estándares creativos. También El Corte Inglés está a la altura con la magia de sus elfos. Pero Campofrío, antes sublime, ha fallado con su sátira de la muerte. Las muñecas de Famosa no se dirigen a más portal que el de sus domicilios, mientras El Almendro no vuelve a casa por navidad cuando ni el emérito lo hace. Son pésimos tiempos para campañas. Hay menos inversión y los contenidos son cautelosos. ¿A quién le importa cuál será el primer anuncio de 2021? ¿Alguien prometerá de corazón un feliz año recordando los frustrados deseos de las campanadas de 2020?

Los anunciantes quieren contagiarnos esperanza y se agradece; pero no creen en ella. Se autoengañan. La alegría quedará para después de la crisis, como ocurrió en Europa tras las grandes guerras. ¡Feliz Navidad!