El escritor Sergio Martínez (Santander, 1975) novela la Guerra de la Navarrería (1276) en su nuevo libro, La ciudad enfurecida (Grijalbo). Personajes reales como Guilhem Anelier de Tolosa; Blanca de Artois, reina viuda de Enrique I de Navarra; Pedro Sánchez de Monteagudo, señor de Cascante; García de Almoravid, señor de la Cuenca y de las Montañas, y el Obispo Armengol conviven en estas páginas con gentes ficticias del pueblo, principalmente con Íñigo, joven carpintero navarro del burgo de la Navarrería de Pamplona, y su enamorada, Anaïs, zapatera franca vecina de San Cernin. Amor, rivalidad, privilegios, discriminación, intrigas, ambición, luchas de poder y guerra son los ingredientes del relato.

“Antes de escribir la novela había estudiado mucho varias villas medievales del norte peninsular y el caso de Pamplona me pareció extraordinario”, comenta el autor. Y sigue: “La historia de Pamplona en la Edad Media es realmente única y apasionante; tiene un hecho que es fundamental, que es la división de la ciudad en diferentes burgos, que fue lo que, en última instancia, llevó al enfrentamiento armado que se conoce como la Guerra de la Navarrería”. Una contienda no demasiado conocida fuera de nuestras fronteras. “Fuera de Navarra es un hecho prácticamente desconocido, y fue un momento muy intenso tanto para el conjunto del Reino, que en ese momento se vio sacudido por el tema de la sucesión, ya que Enrique I murió muy joven, dejando de heredera a su hija Juana, de tan solo 2 años, como por las luchas dentro de Pamplona, que en gran medida venían provocadas por los privilegios que disfrutaban los burgos francos”, explica Martínez. El título de la novela, La ciudad enfurecida, ya describe la atmósfera que se vivía entonces. “La historia está contada por muchos personajes, pero también quería que la propia ciudad tuviera su propio protagonismo, como una especie de cuerpo vivo que sufre las consecuencias del odio que se genera dentro de ella”.

Coral

Como dice, el relato no tiene un solo narrador, sino siete. Y arranca y finaliza con el mismo: Guilhem Anelier de Tolosa, trovador y soldado. “Le escogí como un personaje fundamental porque es la mejor fuente de información que tenemos sobre la guerra, y tiene, además, la particularidad de ser poeta y guerrero”. En ese sentido, “me servía muy bien para hilar las dos partes de este conflicto”. A saber, por un lado, “los que lo dirigieron, que fueron la reina, los gobernadores, los nobles”, y, por otro, “la gente del pueblo, que fueron quienes al final sufrieron el enfrentamiento”.

Dada que la estructura es peculiar y coral, para el lector no se pierda el autor identifica a los diferentes narradores con iconos que se refieren también al lugar que ocupa cada uno en la sociedad: una corona para la reina, una mitra para el obispo, los respectivos escudos de armas para los señores, un hacha para Iñigo y la cruz de Occitania para Anaïs.

Aunque esta es una ficción, con los personajes reales Martínez se ciñe más a los hechos reales, “aunque de algunos hay muy pocos datos”, y con los caracteres inventados se permite emplear “una mayor libertad creativa”. Aquí se enmarca la historia de amor entre Iñigo y Anaïs, habitantes de dos burgos rivales que se enamoran y que, “pese a la crispación que van viendo crecer a su alrededor, intentan poner un poco de cordura y mantener su amor, aunque se verán totalmente implicados en la situación”.

La Guerra de la Navarrería fue, en ese sentido, una de las tantas guerras fratricidas que enfrentaron a pueblos y naciones durante siglos en la vieja Europa, de ahí que esta historia sea “universal” porque también lo son los comportamientos y sentimientos de quienes la vivieron.

Para Martínez, es “una pena” que no se hubiera abordado este episodio en una novela. “Todo lo que sucede coincide, además, con el máximo esplendor de los reinos de alrededor de Navarra, con Alfonso X en Castilla; Jaime I el Conquistador en Aragón, y Felipe III en Francia, que son, probablemente, los tres reyes más importantes de toda la Edad Media. Los tres coinciden en el tiempo y los tres tenían apetencias por Navarra, que atravesaba por un momento de absoluta inestabilidad”. Sin duda, un denso caldo de cultivo para el conflicto.