Viola: Joaquín Riquelme. Director: Manuel Hernández-Silva. Programa: Sinfonía 35, Hafner, de Mozart. Concierto para viola y orquesta de Bela Bartók (terminada por Tibor Serly). Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák. Programación: Ciclo de la orquesta. Lugar: Sala principal de Baluarte. Fecha: 20 de febrero de 2021. Público: El permitido.

l vecino (ahora un poco lejano) de butaca me comenta: "Escuchar el concierto de viola de Bartok, y encima con mascarilla, se me ha hecho un tanto duro"... Pero, también me reconoce que ese andante religioso, interpretado por Joaquín Riquelme, con un sonido inédito, entre melancólica dulzura, y meditativa y un poco sombría quietud, vale por todo el concierto. No ha tenido la viola suerte con la dedicación de los compositores, así que hay que agradecer a Bartók esta pieza, que, aunque no la terminó en vida, da un total protagonismo a ese instrumento calmo de la orquesta, de tal modo que la orquestación que la acompaña, apenas sobresale. Hace falta, eso sí, un gran instrumentista, porque tampoco queda libre de virtuosismo. Riquelme -viola de la Filarmónica de Berlín- le saca mucho sonido al instrumento, y bueno; siempre tendiendo a dar luminosidad al timbre sombreado (andante), y vuelo dancístico al allegro vivace, ese movimiento perpetuo a la húngara, que refleja muy bien todo el trabajo de campo que hizo Bartók recorriendo los pueblos y recogiendo la música popular, con la preocupación, decía, de "lograr conservar los aromas y asperezas de esas melodías cuando las haya separado del pueblo". La orquestación de Tibor Serly -que terminó el concierto, es obra póstuma-, afortunadamente es respetuosa con lo dejado por Bartok. El placentero sonido de la viola, se vio, de nuevo refrendado, en la Allemande de la primera suite de Bach que Riquelme dio de propina. Y su calidad humana, además de musical, se engrandeció, al colocarse, como un atril más, en la sinfonía de Dvorak.Abrió el concierto la sinfonía Haffner de Mozart. Me gustó su planteamiento vivaz de arriba abajo. Vivísimo -casi de vértigo- el último movimiento, como debe ser, y al que la orquesta llegó un poco exhausta, pero llegó. Bien contrastado el andante, apacible. Y bonito, muy bonito, el minueto. ¿Qué decir de la enésima versión que escuchamos de la sinfonía del Nuevo Mundo?: pues que es una obra incombustible y que nos sigue gustando. Hernández Silva la llevó como el título que pusieron a la velada: Con mucho fuego. 1.- Tempo ligero, después de la calmosa e inquietante introducción. Rotundas trompas que ya nos meten en el tema que no se nos irá de la cabeza. 2.- Metales con grosor de órgano catedralicio, que preparan la excelsa melodía que sirve el corno inglés (impecable). Meditativa sordina en la cuerda; y un oboe de aroma primaveral y pastoril. 3.- Bastante cañero, que dicen los más jóvenes. H. Silva da rienda suelta a sus contorsiones y saltos en el podio, que se repetirán en el 4.-, con todas las inspiradas melodías eslavas y americanas a escena. La orquesta poseída ya de toda su expansiva sonoridad, brinda el final apoteósico de la obra, con la recopilación y el recuerdo de los momentos más estelares e íntimos. Hemos transitado, de nuevo, con gozo, por la Sinfonía del Nuevo Mundo, que "es la sinfonía del mundo entero" (F.R. Tranchefort).