Nuria Labari (Santander, 1979) se enganchó hace más de veinte años a Lorrie Moore (Glenn Falls, Nueva York, 1957), autora de títulos como Autoayuda, Anagramas, Pájaros en América, Al pie de la escalera, Gracias por la compañía o Como la vida misma. Una escritora que "hace unas autopsias emocionales bestiales" de personajes que se salen del canon literario más clásico y en la que el humor ilumina la aspereza y la crudeza con la que se acerca a temas nada habituales en la tradición literaria establecida desde la masculinidad. Labari también admira a otras mujeres escritoras, "como las que conforman el cartel de este ciclo, por ejemplo", pero lo de Moore es "como el primer amor", que deja una sensación que queda para siempre.

¿Qué le llevó a Lorrie Moore y cómo se enganchó a ella?

-Llegué a ella hará ya veinte años y casi por accidente. Entonces trabajaba en una web de libros, y empecé a leer sobre todo cuentos no sé muy bien por qué, a lo mejor porque ya quería empezar a escribir y me parecía más sencillo. El caso es que llegué a su primer libro, Autoayuda, que ella escribió con 24 años, aunque se publicó a sus 28. Fue un trabajo de fin de máster de los estudios de Creación Literaria, y no me enganché, me enamoré perdidamente. Es como si de pronto entendiera que la escritura también podía ser eso. Y casi fue la manera en la que me puse a escribir. De hecho, uno de los cuentos de ese volumen se titula Cómo hacerse escritora. Y para mí fue un texto fundacional. Autoayuda no es lo mejor que ha escrito Lorri Moore, pero a mí me abrió un universo paralelo.

El relato que menciona, 'Cómo hacerse escritora', es tremendo porque describe a una autora defendiendo su voz a pesar de los tremendos rechazos que padece.

-Para mí es un relato absolutamente alentador porque hay un cambio fundamental del punto de vista. En toda la novela del siglo XX hay una autoridad que se atribuye a escritores de cierto tipo. Y cuando leí los relatos de Lorrie, todavía no se hablaba de autoficción ni nada de eso. Aun estaban muy presentes los narradores omniscientes y ese tipo de cosas, y en este cuento en concreto aparece una voz que dice que para ser escritora va a prescindir de cualquier pensamiento clásico de autoridad. Esa voz, que es un imperativo en segunda persona, atraviesa todo el libro y pertenece a una mujer de 24 años que se desliga de cualquier tradición literaria para contar unas cosas que no eran las que se estaban contando entonces y que fueron absolutamente revolucionarias. Lo que a mí me decía ese texto es que para ser escritora no hay que pedirle permiso a nadie, ni saber de nada. Inauguró una nueva tradición y un nuevo lugar desde el que escribir.

¿Fue el detonante para que Nuria Labari escribiera?

-No sé si decirlo así, tengo claro que ella rompió ciertos clichés y me animó a escribir desde un lugar que deberé conquistar yo, que no está dado y que puede perfectamente no estar ligado a ninguna tradición.

Se diría que sus carreras tienen ciertos paralelismos; ambas publicaros relatos antes que novelas.

-Ya me gustaría a mí que nuestras carreras tuvieran muchos paralelismos. Es cierto que yo también empecé por los cuentos, pero luego he sido un poco traidora y me he ido a la novela. Aunque no hablaría de novela. Claro, Lorrie es 22 años mayor que yo y creo que en el tiempo que nos separa se ha roto la propia idea del género. En eso creo que tengo suerte de ser más joven. No me considero ni cuentista ni novelista. No es una cuestión de longitud como de tipo de escritura. Si la propia Lorrie hubiera nacido más tarde, también tendría diluidas esas líneas entre géneros. Pero sí que encuentro algunos paralelismos entre nosotras.

¿Cómo por ejemplo?

-Uno fundamental es que, como ella ha explicado en muchas entrevistas, es escritora y es la cabeza de su familia; es decir, la que lleva los ingresos a su casa. Es la primera mujer a la que escuché decir claramente que no se ganaba la vida con las novelas o que había otra persona que llevaba dinero a su casa, sino que necesitaba ganar pasta haciendo otras cosas. En esto me identifico mucho con ella. Parece un tema menor, pero siempre me había preguntado por qué publicaba relativamente poco o cada varias años, y esta explicación me cuadra. Por ejemplo, ella ha contado que escribe cuentos porque no tiene el tiempo suficiente para estar inmerso en el proceso creativo que acarrea una novela. Pero también encuentro más relaciones entre nosotras por admiración.

¿De qué tipo?

-Por ejemplo, toda la poética que ella trabaja, cómo usa el paradigma femenino dentro de la narración y el tipo de personajes y de temáticas que emplea y que están totalmente fuera del canon literario tradicional y masculino. No solo ya losers, también otros como, por ejemplo, una actriz de Hollywood de 45 años que se siente vieja, una madre con un niño con cáncer... Ella democratiza al protagonista de la ficción literaria trascendente. Rompe la tradición en millones de pedazos porque tiene muchísimos protagonistas y porque consigue colocarse en el espacio del rigor literario y ser reconocida ahí. Ojalá que esto me pasara (ríe). Lo que ella hizo son conquistas que sirven de palanca para las que vinimos después. Yo también elijo personajes que no necesariamente tienen un canon detrás. En La mejor madre del mundo, la protagonista es una madre normal, convencional, sin tragedias. Lo bueno es que Lorrie rescató a personas que habían estado silenciados, mudos o en el terreno de lo confesional, de la chick lit o de la novela romántica. Ella tiene la capacidad poética y la legitimidad literaria para colocar a esos personajes a la altura de los grandes. Y yo lo intento (ríe).

Moore ha afirmado en alguna ocasión que empezó a escribir porque sintió que no había suficientes historias de mujeres contemporáneas, ¿también fue uno de los motivos de Nuria Labari?

-No, o al menos no lo hice de manera consciente. Lo que sentía es que había un canon viejo, aburrido, que hablaba desde un lugar, y hoy sé que ese lugar pasa por la masculinidad. A mí me atrajo de Lorrie que venía a romper ese canon y lo hacía desde la universidad. Porque ella nace en un entorno académico, por eso creo que es una especie de bomba dentro del sistema. Después, no cuando empecé a leerla, ya supe que, además, ese sistema era masculino y que tenía mucho por donde abrirse desde una perspectiva femenina y feminista.

Lo cierto es que ahora sí hay un gran número de escritoras publicando y no sé si estamos equilibrando la balanza o si para eso hace falta que haya más mujeres en la cúpula de las editoriales o incluso en géneros como la crítica, tan importante.

-En la cúpula de las editoriales hay muchas mujeres, pero, objetivamente, seguimos publicando muchas menos mujeres que hombres, especialmente en ensayo. Por otro lado, hay muchas más lectoras que lectores. ¿Por qué pasa esto? Porque el canon sigue siendo el mismo y eso cuesta cambiarlo. El canon de todo: de la manera de contar, del lugar desde el que se cuenta y de los temas que se abordan y que se siguen considerando como gran literatura, donde puede estar la muerte, pero no la maternidad; puede estar la guerra, pero no la menstruación. ¿Tú te imaginas que si los hombres hubieran menstruado cuántas novelas sobre el tema se habrían publicado? Afortunadamente, todo esto se está moviendo ahora porque las mujeres escribimos más, pero es que también vamos más a la universidad. Todo esto es fruto de un cambio acelerado que todavía no ha tocado techo.

Otro de las coincidencias entre Moore y Labari es que ambas han abordado las tensiones y las contradicciones de las mujeres en el ámbito de las relaciones con los hombres, del matrimonio, de la maternidad...

-Eso está absolutamente en nuestros trabajos. Una cosa que ella hace y que, como mínimo, yo intento hacer es trabajar la ambivalencia. En ese lugar, alrededor de esa palabra, es donde creo que están picando piedra los grandes, y, sobre todo, las grandes de este siglo. Durante un tiempo podías ser un gran escritor sin prestar atención a esta ambivalencia, podías ser más omnisciente, pero en los últimos tiempos se ha producido ese descubrimiento de la fragilidad, del sentido y de la desnudez ante ciertos temas. Hay una necesidad de derribar muros y de incluir un relato más amplio. La fragilidad era una postura que estaba prohibida en un cierto tipo de pensamiento lineal, masculino y académico. Y resulta que así es como van a pensar los robots, sin contradicciones. En cambio, lo que nos hace humanos es el principio de contradicción, y también lo que nos hace superiores a las máquinas.

¿Qué me dice del humor en Lorrie Moore, tan característico, tan afilado y a veces cruel?

-El humor es un rasgo de inteligencia, pero, todavía hoy, decir que una escritora o un escritor hace uso del sentido del humor para algunos es como quitarle valor a su trabajo. En el caso de Lorrie, este humor está relacionado con la ambivalencia de la que hemos hablado y con una visión del mundo profunda, en la que de la herida humana y de las cosas terribles que nos atraviesan nace la luz. Su humor es casi filosófico y es maravilloso porque resulta que, aunque te mueras de risa leyendo algunos de sus textos, es una risa distinta, sanadora. Es casi una nueva dimensión de la filosofía que no requiere ni que el lector sea consciente de esta profundidad. Además, Lorrie hace unas autopsias emocionales tan bestiales y es tan áspera y a veces tan agresiva en su escritura, que necesita colocar esa sonrisa en algún lugar. Hay pocos escritores tan atrevidos y tan duros. No es que sea graciosa, es que sin el humor es imposible, incluso para ella misma, habitar ese espacio tan extremo.

Leyendo la obra de Lorrie Moore, escrita por pedazos de la vida cotidiana, se puede conocer la historia reciente de la sociedad estadounidense. Al final ¿es en la ficción donde habita el conocimiento profundo de la realidad?

-No debería solo en la ficción, pero creo que es el único pensamiento que se permite esa ambivalencia de la hablabábamos. ¿Es la ficción todo lo que no cabe en una cuenta de resultados, en un variable, en un Excel? Pues a veces sí, porque parece que en el progreso tal y como lo hemos concebido no cabe la ambivalencia, y en la literatura sí. La visión del mundo vigente no es eficaz desde ningún punto de vista, ni económico ni ecológico. Pero que se nos dijo que sí, que una cosa era la eficacia económica y otra era jugar a hacer poemas. Y hoy por hoy esa otra visión distinta del mundo está aislada en las humanidades, porque parece que hay que invertirlo todo en ciencia y en tecnología. Esto supone desterrar un tipo de pensamiento que hace mejor a la ciencia. Porque la ciencia es muy eficaz en general, pero también lo es destruyendo vidas y planetas enteros.

Creo que ahora anda inmersa de nuevo en relatos y también en una novela.

-No sé si lo puedo decir, pero va a ganar la novela. ¿Podría ser un libro de relatos? Claro, los libros son lo que quieran los editores y el mercado. Entiendo que hay gente que escribe dentro de los límites de un género, pero no es mi caso. Y quizá no lo vuelva a ser. De nuevo creo que voy a habitar un espacio que tiene relato, ensayo, biografía y, por supuesto, ficción. ¿Qué es? Pues le preguntaré a mi editor y lo que él quiera (ríe). No sé si lo haré bien, pero es la literatura que me interesa. Las novelas clásicas ya no, yo estoy en otra. A mí me interesa la literatura transgénero en todos los sentidos.