Un búnker se niega a desaparecer en el olvido. Sus ecos llegan a Pamplona, al mundo residual, previsible y automatizado de Cosme, donde uno de sus empleados entra en pánico y huye quemando rueda, como si una bestia lo persiguiera (algo que parece repetirse cada cierto tiempo). El culto al automóvil, el mundo del tuning visto desde su cruda realidad, lejos de la imagen poderosa y brillante que venden sus aficionados, la intrusión constante de la publicidad en la vida privada y los búnkers interiores y exteriores. De todo esto y de más habla Tengan cuidado ahí fuera.

¿Con ganas de estrenar?

-Sí, sobre todo porque ha sido un año muy complicado por el tema del covid y porque al principio quería juntar a más de veinte personas y, claro, el proyecto tuvo que reinventarse hasta el infinito. Pero estamos muy contentos con el resultado final porque el desafío siempre está bien y porque el producto nos gusta.

Cuando hablamos el año pasado me comentó que le interesaba la idea del folleto turístico.

-Algo de eso hay; de hecho, hemos grabado con cámaras turísticas de los años 90, más que nada porque de entrada quería ser sincero conmigo mismo porque yo no conocía Navarra, así que he sido como un turista y he ido extrayendo mi conocimiento de Internet y de mis viajes aquí. Recuerdo que cuando presenté el proyecto el año pasado cité a Ballard, que decía que con la democratización de la tecnología, es decir, cuando todo el mundo empezó a tener una cámara en casa, las películas del siglo XXI serían películas turísticas sublimadas. Soy consciente de que esto ya ha sucedido y he querido volver a la génesis de todo esto, a finales de los 80 y principios de los 90. Por eso mi película se titula Tengan cuidado ahí fuera, una frase de la serie Canción triste de Hill Street, que rompió los esquemas a nivel narrativo con respecto a la televisión de la época.

En la película se intuyen temas relacionados con la violencia, con la ansiedad personal y social, con los desechos que generamos.

-Hemos desarrollado capacidades infinitas de manipular imágenes y sonidos con los memes, con Instagram, etcétera, pero hemos perdido la capacidad de secuencializar esas imágenes y de la abstracción. No soy un reaccionario, creo que cada tiempo tiene su forma de expresarse, pero esa fractura tan bestia nos ha causado una violencia incontrolable, una paranoia absoluta, una invasión de la intimidad irreconciliable con el sujeto... En la película trabajo con varios emblemas, uno de ellos es el automóvil, otra es la tradición, con esa jota que parece para derrumbar ciertas cosas, y otra es la basura. Esta película me gusta pensarla como un VHS que se encontrará en el futuro y que viene del pasado como una tormenta para recordar ciertas cosas.

¿Y qué me dice del búnker?

-Es otro de los emblemas que uso. Es esa forma mínima e inasimilable de la guerra; todavía está en pie, pero se intenta olvidar, que la maleza se lo coma, pero no se consigue. Hoy todos estamos bunkerizados, tenemos miedo del afuera, pero a la vez queremos estar ahí. Hay algo de sadomasoquismo en todo esto, un juego en el que la víctima se convierte en verdugo.

Al principio aparecen imágenes de coches nuevos, todos iguales y perfectamente alineados, pero luego sale el reverso, los desguaces, los desechos.

-Marx decía que la riqueza de las sociedades capitalistas se medía por la acumulación de mercancías, pero esa idea está obsoleta porque ahora se mide por la cantidad de basura que genera. Con esto se pueden dar dos lecturas. Una, que esa utopía que dice que todo es reciclable es falsa, y dos, que todo eso que hemos dejado atrás hay que saber repensarlo en el presente. Cualquier actitud artística se basa en saber mirar esas basuras y en saber actualizarlas. Por eso la película también tiene esa textura noventera, para darle ese hálito de intemporalidad.

¿Qué me dice del actor?

-Es un empresario, dueño de coches tuning, y lo he puesto como un trabajador que acaba en el desierto bebiendo tomate frito, que es lo que bebía yo cuando quería ser artista (ríe). Esto habla de la idea de progreso. Antes podías estudiar una ingeniería y tenías claro que ibas a conseguir trabajo; ahora no, lo más probable es que estés parado. Esa falta de progreso genera una incertidumbre tan absoluta que lo único que te queda es aceptar que eres el superviviente de una catástrofe mundial. Y eso provoca problemas mentales. Para mí hay tres grandes industrias que están unidas. La primera, la militar, cómo la guerra en su fracaso deriva en el coche, es decir, en la industria automovilística, y cómo esta genera problemas de ansiedad, a veces esa masculinidad arrebatadora tan propia del tuning, que acaban en la farmacéutica.

El futuro no parece muy alentador.

-Me interesa mucho lo de tengan cuidado ahí fuera, porque la posmodernidad, que comenzó en los 60 pero se concretó en los 80, es un movimiento melancólico en el que el ser humano se da cuenta de que no hay futuro ni para la especie ni para el individuo, a menos que el sentido sea ganar dinero. Y esto está muy emparentado con la creación de ciudades a lo largo de la historia: hacerse con un lugar, generar murallas físicas, culturales, abstractas, de todo tipo, y defenderlas hasta la muerte. En Pamplona eso está muy claro, sobre todo entre la gente que hace tuning y en el Opus Dei.

Antes comentaba que un artista da vueltas en torno a una obsesión, ¿cuál es la suya?

-Cada vez tengo más claro que es la obsesión misma. Soy obsesivo, pero lo que me interesa es que si existe una naturaleza humana, se basa en dos cosas: la pertenencia y la errancia. Y creo que cuando una de las dos falta, se generan una serie de lugares que me parecen muy fértiles. No lugares o lugares basura. La basura tiene un lado negativo, y es que molesta y parece que no deja avanzar, pero a la vez tiene algo apasionante y es que hay que ir moviéndola de sitio, pide que la muevas de sitio para llegar a su lugar. Esto es fascinante, estoy obsesionado con mover la basura a su sitio.

¿Qué activa sus proyectos: un tema, una forma, una pregunta...?

-Mi trabajo y el de cualquiera que sea medianamente sensible se debe a problematizar un lugar, entendido un lugar como un sitio que se ha construido con prejuicios y convenciones. Cualquier cosa que quiera ser universal y a la vez local tiene que problematizar. Recuerdo una anécdota muy bonita de la 2ª Guerra Mundial, y es que la gente que era trasladada desde Holanda hasta campos de concentración iba dejando notas en el tren para los que vendrían después. Creo que el trabajo del artista es este, se tiene que adelantar para poder dar una referencia a los que viven hoy. Es la diferencia entre un artista y un mojigato gilipollas que quiere mostrar un paraíso que no existe.

En ese sentido, el artista sufre.

-Sí, es un sufriente al que no le gusta que sufran los demás. No sufre más que el resto, pero es consciente de su sufrimiento.

Oliver Laxe nos comentaba el año pasado que hay que necesitar hacer las películas, no producir por producir y que los procesos duelen.

-Así es, y la conclusión de eso es que tú tienes que darle al espectador lo que necesita, no lo que quiere.

"Creo que el trabajo del artista consiste en adelantarse para poder dar una referencia a los que viven hoy?