Nació en Sunbilla, pero a raíz de lazos familiares, la ilustradora Shu Otero siempre ha tenido una profunda relación con México. Es la suya una ascendencia azteca que le llevó a viajar a Ciudad de México en 2017. Y entonces, la tierra tembló. Un terremoto de magnitud 7,1 sacudió la capital mexicana el 19 de septiembre y Shu Otero se lanzó a la calle, junto a tantos otros ciudadanos, para intentar ayudar a los afectados por el terremoto. Esas vivencias, marcadas por la supervivencia y solidaridad, han dado pie a Voces de Chimalpopoca (Astiberri), la primera novela gráfica de la ilustradora navarra. Una obra que desde las grietas y derrumbes que provocó aquel sismo, reflexiona sobre cómo habitar un territorio y los llamados “desastres naturales”, e indaga en la construcción de la memoria colectiva.

Más de 9 millones de habitantes tiene actualmente Ciudad de México, pero Shu Otero (Sunbilla, 1995) centra su obra en la Colonia Obrera, concretamente en el derrumbe que sufrió una fábrica ubicada entre las calles Chimalpopoca y Bolívar. “Fue uno de los derrumbes que visité y despertó muchos fantasmas y heridas mal curadas”, explica la ilustradora navarra. Se refiere a la triste coincidencia de que el sismo de 2017, que dejó 369 muertos, tuviese lugar el 19 de septiembre de 2017, exactamente el día del 32 aniversario del catastrófico terremoto de 1985 que destruyó la capital azteca. Y explica: “Hubo un paralelismo muy fuerte y muchas reflexiones a pie de calle acerca de la memoria, el paso del tiempo, las diferencias históricas y generacionales entre sendos sucesos...”.

Aquel edificio en la Colonia Obrera era una fábrica con gran parte de sus trabajadores en situación de ilegalidad y tras el derrumbe, fueron muchos los que perdieron a sus familiares y tuvieron que pelear -y quizá todavía pelean- para hacer justicia a sus seres queridos. Y en el paralelismo con el terremoto del 85, se recuerda el episodio de las costureras, cuando entonces miles de mujeres que trabajaban en una fábrica destruida por el terremoto se organizaron sindicalmente para exigir rescates, información y soluciones. De hecho, años después, en 2017, también hubo brigadas feministas que salieron a las calles a colaborar en las labores de rescate.

En ese sentido, la ilustradora encuentra ciertas diferencias acerca de cómo reaccionó la gente entonces y cómo actuaron en 2017: “Por un lado, están las diferencias generacionales y en relaciones sociales, cómo nos relacionamos con nuestro entorno hoy día, el papel de las redes sociales para movilizar rescates...”. Pero también se intuye cambios en cuanto a cooperación y solidaridad y en su opinión, quizá en la década de los 80 existía una organización popular que quizá hoy día se ha mantenido en muchos lugares, pero en otros se ha visto mermada dada la violencia generalizada que ha azotado el país durante las últimas décadas.

Todas esas voces anónimas que Otero recogió a través de entrevistas y encuentros con personas que habían perdido a familiares en los derrumbes, activistas o voluntarios en los rescates. “El proyecto supuso aprender sobre la marcha, el terremoto nos empujó a intentar cosas sin saber muy bien ni qué estábamos haciendo ni el resultado que iba a tener y ese espíritu está en el proyecto”, explica la dibujante. Una experiencia plasmada en la novela en una historia ficcionada, en parte, a través de viñetas en blanco y negro -en ocasiones con matices grises-. Entre sus referentes estilísticos, Otero cita al dibujante peruano Jesús Cossio, que también trabaja en blanco y negro.

Paralelismos con la actualidad

A partir de estos testimonios, la novela gráfica reflexiona así acerca de las formas de sobrevivir y resistir en un estado de emergencia cuando se interrumpe el flujo de lo cotidiano y acerca de la propia organización de las ciudades y de los intereses de los gobiernos. “Muchas veces llamamos accidente y desastre natural a cosas que son problemas estructurales donde no se prioriza la vida”, critica para recordar que la propia Ciudad de México “se construye con objetivos que son económicos y que no están apegados a la realidad de la tierra”. Una realidad, continúa, que es un territorio sísmico, la proximidad al volcán Xitle y asentada, en gran parte, sobre el lago de Texcoco.

De hecho, recuerda, el pasado 3 de mayo tuvo lugar un accidente en una de las líneas de metro de la ciudad mexicana en el que fallecieron 26 personas. “Los paralelismos con el terremoto son claros y evidentes”, reflexiona Otero sobre una obra de metro “en la que se escatimó mucho en recursos a la hora de construirla para hacerlo lo más barato posible y reducir el gasto público”. Y al final, concluye, “eso se paga luego con la vida”, al igual que sucedió con todos los derrumbes de edificaciones durante el terremoto de 2017.