-La periodista y escritora Mónica G. Álvarez sigue el rastro de once mujeres supervivientes del nazismo en su último libro, Noche y niebla en los campos nazis. Esta constata que sobre muchas de ellas “hay unos años en los que no se sabe nada de sus vidas”, bien porque el tiempo ha borrado su huella o porque no quisieron facilitar detalles de esa época.

De las 400 españolas que estuvieron en Ravensbrück, la autora seleccionó las once mujeres de las que pudo recopilar más información, y pudo grabar los testimonios de sus hijos, nietos, sobrinos y amigos, siendo esta la “única manera de completar los datos biográficos con tantas lagunas, de conocer anécdotas inéditas, de ver a estas heroínas desde un punto de vista personal”.

Al margen de las más conocidas como Neus Català, Violeta Friedman o Mercedes Núñez Targa, se incluyen mujeres poco conocidas, como Olvido Fanjul, Elisa Garrido ‘Françoise’, Elisa Ricol, Constanza Martínez y Conchita Grangé.

En prácticamente todas ellas, “hay períodos de tiempo en los que nadie, ni siquiera sus propios familiares, sabían dónde se encontraban viviendo, qué hacían, en qué trabajaban, si estaban vivas o muertas”. Es el caso de Braulia Cánovas ‘Monique’, de la que hay unos tres años en los que nadie sabe nada de ella. A su vez, Lola García Echevarrieta, “enviaba cartas a sus familiares en España, pero nunca hablando de su papel en la Resistencia”, apunta la autora.

El uso de identidades falsas, añade, dificulta el poder seguir sus pasos de una forma detallada, pero sí se sabe el punto de encuentro de casi todas ellas, el campo de concentración de Ravensbrück. En este lugar se formaba a las guardianas nazis “para instruirlas en el arte de las torturas y de la muerte”, y allí llegaron las españolas, la mayoría arrestadas en Francia por sus vínculos con la Resistencia.

Una vez en manos de la Gestapo, “eran interrogadas salvajemente y trasladadas a diferentes prisiones, para terminar metidas en vagones de ganado rumbo a Ravensbrück, donde pasaban por un proceso de desinfección y deshumanización y eran catalogadas como prisioneras políticas francesas”, puntualiza.

La escritora reivindica su papel en la Resistencia: “además de estar más expuestas, hicieron de enlace y de correo distribuyendo información y propaganda antifascista, dotando de armas y de escondites a los miembros de la red, controlando los pasos de montaña, alertando de la presencia policial, suministrando toda clase de cuidados sanitarios y aportando su conocimiento como taquígrafas y dactilógrafas”.

En definitiva, lucharon, añade Álvarez, “no ya por su propia libertad sino por la libertad de todos a riesgo de morir en el intento”.

Mónica G. Álvarez continúa escribiendo sobre el período nazi porque considera que “la historia jamás debe silenciarse sino contarse en voz alta pasen los años que pasen”. Al fin y al cabo, la verdadera historia es la que hacen las personas anónimas, la que “debería estudiarse más en colegios e institutos”, concluye.