José Cortés Jiménez, Pansequito, al cante, con Miguel Salado a la guitarra. Antonio Reyes con Dani de Morón. Israel Fernández con Diego del Morao. Programación: Festival Flamenco On Fire. Lugar: sala principal de Baluarte. Fecha: 28 de agosto de 2021. Público: lleno de no hay billetes (26, 38 euros). Incidencias: Se hizo un sentido homenaje a José María Muñoz Berrio, un patriarca gitano muy querido que murió en mayo. Se entregó una placa a la familia por parte de la vicealcaldesa, en presencia de la consejera de economía del Gobierno foral.

res generaciones de cantaores, de distinta procedencia, se dieron cita en la velada del sábado, donde ya, desde el lleno (de pandemia) del Baluarte, con mucho ambiente gitano, se vaticinaba una velada flamenquísima. Y así fue. En el escenario, unas sillas de enea para el cantaor, guitarrista y dos palmeros; de fondo unas discretas proyecciones geométricas; y todo con una luz cálida y recogida, pero que resaltaba a los protagonistas. Esta pureza de líneas se correspondía con la pureza del cante que se escuchó, como “esa cara sin pintura ni colores, sólo con el pelo largo...”, que cantó Reyes al comienzo. Nadie discutió si unos eran más puristas que otros. Antonio Reyes, Israel Fernández y Pansequito (por orden de intervención), hicieron su cante; y todos fueron buenos; y los tres, con sus respectivos guitarristas, fueron jaleados repetidas veces, y sobre todo cuando terminaban un largo fraseo adornado de quejido, con olés por parte de un público entregado. También los guitarristas, con algunas falsetas prodigiosas.

Abre la terna Antonio Reyes, situado en esa edad (45) de consolidación de una voz que se muestra serena, que recoge bien el sonido cuando va arriba, y que, por supuesto, se implica en el dramatismo de una soleá, con la que comenzó, a fuerza de profundidad, de matices en “más piano”, sin chillar, sin excesivos forzamientos viscerales. Sube y regula el volumen, y su dicción es clara. El de Chiclana, hace en la serie de fandangos unos silencios expectantes, y todo su cante se desarrolla ordenadamente. Los tramos de palmas sordas son especialmente íntimos. Dani de Morón le acompaña a la guitarra. Como venimos diciendo de un tiempo a esta parte, el plantel de guitarristas acompañantes flamencos, en la actualidad, es de un gran nivel, tanto en cantidad como en calidad.

El joven Israel Fernández (Toledo, 29 años), con Diego del Morao a la guitarra, salió con tal ímpetu vocal al escenario que, -con permiso del maestro Pansequito- se adueñó de la velada. Irrumpe su voz en las alturas con un timbre claro y luminoso. “Este camaronea bien”, oigo decir a los entendidos. Además de su calidad vocal, Israel se arriesga, y va a unos agudos con “sangre”, de esos que tanto gustan al público y que se dan al borde del abismo. Valiente, visceral, por “taranto” ofreció interminables vocalizaciones. Todas jaleadas y aplaudidas a rabiar. Y con letras que llegaban muy bien: “Te quiero más que a mi madre / y siento que estoy pecando / mi madre me dio la vida / y tú me la estás quitando”. Ese darlo todo, hasta la extenuación, que tanto se agradece, nos lleva a una pregunta: ¿Aguantará esa voz hasta los 76 años, como la de Pansequito?

Porque, de entrada, lo que más llama la atención del maestro José Cortés Jiménez, Pansequito (La Línea, 76 años), es la viveza tímbrica que sigue manteniendo su voz. Cantó por bulerías, soleá, taranto y alegrías. Su voz hermosamente penumbrosa otorga una autoridad de maestro a todo lo que dice. Es la profundidad y experiencia de una larga carrera. Le acompaña Miguel Salado que, a mi juicio, estuvo un punto por delante en la originalidad y variedad de las falsetas, abundantes, por otra parte, para descanso del maestro.

A modo de propina, y para ahuyentar rivalidades, los tres cantaores, con sus acompañantes, salieron juntos a escena y encadenaron unas bulerías que, al público, le supieron a poco. Pero ya casi eran las doce, y el aire ya estaba lleno de flamenco puro.