- Dice que, para alumbrar un libro, tiene que sentir que lo lleva "dentro". Y eso sintió Jesús Carlos Gómez Martínez con la historia de su nueva novela Los bobbies huraños, con la que retrata la profesión de esos agentes de la policía londinense que recorren las calles con su inconfundible casco redondeado y se esmeran en atrapar a los rateros que campan a sus anchas. Que son tan representativos de la capital británica como el Big Ben, y en torno a los cuales hay interrogantes y secretos por desvelar. Esta fábula de policías y ladrones, de acción y misterio, tiene un protagonista inolvidable: Timothy Kaplan. "Un bobby muy especial y misterioso, el mejor de la historia de Londres" -dice el periodista y escritor navarro-, y una figura a través de la cual el autor nos invita a transitar por "un tiempo difícil en un Londres dividido", a lo largo de unas páginas escritas con palabras que brillan como diamantes gracias a que han sido pulidas incansablemente.

Resulta original el tema elegido. ¿Por qué la figura del 'bobby'? ¿Cuál fue el motor de este libro?

-Yo siento con los libros que los llevo o no los llevo dentro. Llevaba dentro el germen, la semilla de Los bobbies huraños desde hacía mucho tiempo, pero no lo sabía. Un día me di cuenta y comencé a trabajar en la novela. Ese germen surgió con experiencias que viví. Sin ninguna duda. Pero no me quiero detener mucho en este asunto. No me gusta hablar de mí mismo.

¿Existió Timothy Kaplan o es un personaje inventado?

-Existió, sin duda. Timothy Kaplan fue un gran bobby. Fue, para mí, el mejor bobby de la historia de Londres, aunque hay otras opiniones. Y existen, existieron y existirán otros Timothys Kaplan en todos los oficios y en todas las profesiones. Timothy Kaplan vivió en un tiempo difícil en un Londres dividido. Pero todos los tiempos son más o menos difíciles y todos los mundos están más o menos divididos. En la vida, las trampas y las zancadillas se suceden. La realidad se distorsiona. Y se distorsiona tanto que la luz y las tinieblas llegan muchas veces a confundirse. Por eso Timothy Kaplan, el protagonista de Los bobbies huraños, fue encerrado en una prisión. Pero no quiero destripar la historia..., y todo esto forma parte de la corriente oculta de esta novela.

Es una fábula de policías y ladrones, de secretos, en la que el narrador habla muy directamente y de manera muy cercana, natural, fresca y espontánea al lector, desvelándole los misterios como si estuviesen tomando juntos un café o paseando y charlando... ¿Le apetecía ese contacto estrecho en este momento?

-No exactamente. Necesitaba contar esa historia y necesitaba contarla de la manera más apropiada. Esta era, a mi juicio y sin ninguna duda, la mejor manera de hacerlo.

¿En este caso el escritor es también el narrador-periodista? ¿Se identifica con esa voz?

-Sí, me identifico con esa voz. Me identifico plenamente con esa voz. Pero yo, el escritor, el autor de Los bobbies huraños, no soy el narrador de esa historia. Sé que habrá personas que esto no lo comprenderán. Yo lo resumiría diciendo que el autor y el narrador de una novela no tienen por qué ser la misma persona. Es más, suelen ser distintas personas.

"Ser demasiado bueno en algo se puede pagar muy caro." Me he quedado con esta frase del libro. ¿No cree que estamos en un mundo en que la calidad y la profesionalidad cada vez se valoran menos? Cuenta cada vez más ser visible, estar en las redes, saber venderse...

-Esa es, sin duda, una de las frases de la novela que más prevalece en la memoria del lector. Y, naturalmente, yo creo que eso es cierto. Ser demasiado bueno en algo se suele pagar muy caro. Y estoy de acuerdo en lo que has dicho a continuación: la calidad y la profesionalidad cada vez se valoran y se reconocen menos. Es más, y me duele decirlo, vivimos en una sociedad donde predominan los chapuceros. Y, en la literatura, está claro que todo eso que has dicho al final es cierto: cuenta mucho ser visible, estar en las redes, saber venderse... Pero no nos engañemos. Detrás de esa afirmación, cierta, insisto, están los grandes grupos editoriales. Ellos son los que hacen visibles a sus autores. Ellos son los que fabrican los best-sellers. Ellos, los grandes grupos editoriales. No las personas que firman unas obras que, muchas veces, ni tan siquiera las han terminado o ni siquiera las han escrito. Y fíjate que he utilizado el verbo fabricar. ¡Cuántas buenas obras pasan desapercibidas por la sencilla razón de que no las han publicado esas contadas grandes editoriales! Y, a la inversa, cuánta basura se compra y se lee porque está publicada por esas contadas grandes editoriales.

¿Cómo describiría el proceso de escritura de este libro respecto a otros anteriores? El resultado es muy fresco y fácil y ameno de leer, pero imagino que hay que pulir y trabajar mucho de antemano un guion para lograr esto que parece fácil.

-El proceso de escritura de esta novela fue el mismo que sigo siempre. Yo parto de una idea. Ahí está el germen. Y, a partir de ahí, voy tirando del hilo. Ese germen, esa semilla tiene que desarrollarse en una historia, y esa historia tiene que plasmarse en un guion. Y yo necesito dos cosas: sentir que ese guion es bueno y sentir que necesito contarlo. Ten en cuenta que voy a emplear muchas horas en esa historia, que voy a dejar una parte importante de mi vida en esa historia. Y he citado la palabra guion. Yo siempre he dicho que soy un escritor de guion. Hay otro tipo de escritores, pero yo soy de esos. Una vez que tienes el guion necesitas averiguar cuál es la mejor forma de contar esa historia. Y ahí interviene la técnica. Un escritor que no tiene técnica, que no ha aprendido a escribir, que no sabe escribir, no puede ser, obviamente, un buen escritor. Una vez tenemos estas dos cosas, el guion y la mejor forma de narrar ese guion, hay que arremangarse y ponerse manos a la obra.

¿Qué es lo primero?

-Lo primero, la documentación. Después, trabajo, borradores, paciencia, concentración... Con todo esto, uno podrá poner el punto final a la obra un día, el día que cada palabra brille como un diamante. Porque una palabra es eso: un diamante. Y el buen escritor pule cada palabra incansablemente hasta que logra sacarle todo su brillo. Un día, la obra estará terminada. Al menos si hay suerte. Hay ocasiones en que uno percibe que está haciendo una faena de aliño, que la historia no termina de funcionar por mucho que se lo proponga. Entonces lo mejor es tirar todos los folios a la papelera y olvidar ese proyecto. Hemingway decía que una papelera es absolutamente indispensable en el despacho de un escritor. Y tenía razón.

Es inevitable preguntar por el momento actual, por la influencia de la pandemia en su actividad de escritor. ¿Cómo resulta crear en esta atmósfera? ¿Influye, afecta en algo?

-La pandemia me influye en lo relativo a la documentación. De hecho, ha habido algún proyecto que he retrasado por este motivo. Por prudencia, no debo moverme como me movía antes. Por prudencia, no puedo ir aquí o allá. O desplazarme para hablar con ciertas personas que me pueden documentar sobre ciertos aspectos.

En un tiempo de tanta restricción, ¿en la literatura encuentra esa libertad total o, al menos, esa libertad con límites voluntariamente autoimpuestos?

-Libertad... No sé muy bien qué responder. Habitualmente, si te soy sincero, cuando estoy inmerso en un proyecto literario me siento privado de libertad. Me siento atrapado. Siento que he perdido mi libertad. No puedo dejar esa historia y, por ejemplo, ¡cuántos libros quiero leer! Y cuántas cosas quiero hacer... Y hay otras historias que deseo o, incluso, necesito contar. Pero no puedo. Estoy atrapado. Necesito contar la historia que tengo entre manos y, si me detengo, esa historia volará para siempre. Por otra parte, quizá la libertad sea una quimera. Me refiero a la libertad absoluta, por muy bien que la entendamos. Siempre hay gente que desea y hace todo lo posible por coartar esa libertad: esto no se puede decir..., así no se puede pensar..., esto que es así no es así...

Parece que la literatura ha salido fortalecida de esta época de crisis. Se dice que se ha leído y se lee más, que se cuida a las librerías. Y es una actividad insustituible por lo digital, por el medio 'on line'. ¿Tiene esta sensación?

-Discrepo en buena parte de todo lo que has dicho, y lo siento. Yo no creo que la literatura haya salido fortalecida por esta crisis. Ni creo que se lea mucho. Al contrario, creo que cada vez se lee menos. Y no creo que se cuide ni a las librerías ni a los autores. Parece ser que la venta a través de Internet sí se ha visto fortale- cida. Y coincido contigo, por supuesto, en que un libro de papel es insustituible. El libro fue un invento mágico, inmejorable. Yo, personalmente, necesito el papel. Y, si la edición es buena, miel sobre hojuelas. El placer de la lectura está, para mí, en el papel. Nunca en lo digital.

Tras 'Los bobbies huraños', ¿tiene algún otro proyecto literario en proceso o en mente?

-Sí. Después de un proyecto que ha terminado pueden ocurrir tres cosas. Primera, que uno necesite descansar. Segunda, que uno necesite abordar ya un proyecto que tiene en mente. Y, tercera posibilidad, que uno quiera abordar otro proyecto, que no necesite descanso, pero que ese proyecto no lo conozca. Hace años yo pasé una temporada larga de sequía. Un escritor puede secarse. Tarde o pronto, suele ocurrir. El bloqueo, la sequía pueden ser temporales o definitivos. En mi caso, fueron temporales. Pero llegué a creer que había perdido... ese don.

Título. Los bobbies huraños.

Editorial. Ledoria.

Páginas. 84.

Precio. 13 euros.

Argumento. Los bobbies no se paraban con nadie ni se fotografiaban con nadie, y estos policías, además de esmerarse en atrapar a los rateros que campan en Londres y de cumplir con el resto de sus deberes, habían sido los agentes de la ley más simpáticos del mundo. ¿Por qué los bobbies se mostraban tan huraños, tan distantes, y ya no se fotografiaban con nadie? Este secreto se desvela a través de la historia de Timothy Kaplan.

Jesús Carlos Gómez Martínez lleva más de 40 años dedicándose a la literatura y el periodismo. Es autor de los libros de cuentos Actos de amor ingrato (1993), Capricho de faraones (1995), Tántala (2000), La historia secreta de los kilikis de Pamplona (2001), Mujeres que yo amé (2006), También yo me acosté con Ava Gardner (2013) y Secretos de Hemingway (2014); los libros de artículos Sanfermines forever y Sueños de un cadáver, el de ensayo Shakespeare, los fantasmas y yo; y las novelas, publicadas entre los años 2005 y 2021, Esas horas tan breves, Un verano muy emocionante, Rateros, Justiciero de Dios, Paraíso asesino, Siniestro Caravinagre, Los muertos no cantan, Solos quedan los muertos, Barrio chino, Sangre negra, Papa bueno, papa muerto; Destino; y Los bobbies huraños.

"La calidad cada vez se valora y se reconoce menos; ser demasiado bueno en algo se suele pagar muy caro"

"Una palabra es un diamante, y el buen escritor pule cada palabra incansablemente hasta que saca todo su brillo"

"Cada vez se lee menos, y no se cuida a las librerías ni a los autores; la venta a través de Internet sí se ha fortalecido"