- Arquitecto, educador y activista, el burkinés Francis Kéré se convirtió ayer en el primer Premio Pritzker africano, un galardón conseguido no solo por su espectacular trabajo arquitectónico, “fuente de continua y duradera felicidad y alegría”, sino también por su compromiso social.

“En un mundo en crisis, en medio de cambios de valores y generaciones, nos recuerda lo que ha sido, y sin duda seguirá siendo, una piedra angular de la práctica arquitectónica: un sentido de comunidad y calidad narrativa que él mismo es capaz de contar con compasión y orgullo”, señala el fallo del jurado.

Sus construcciones son “una fuente de continua y duradera felicidad y alegría” y es pionero de una arquitectura sostenible en zonas de extrema escasez, lo que le ha valido un premio, considerado como el Nobel de la Arquitectura, y dominado en sus 43 ediciones por arquitectos japoneses, europeos y estadounidenses.

“Es a la vez arquitecto y servidor, mejora las vidas y experiencias de incontables ciudadanos en regiones del mundo a veces olvidadas”, ha señalado el presidente de la Fundación Hyatt, Tom Pritzker, al anunciar en Chicago (EEUU) un premio que en las últimas ediciones ha abandonado a los arquitectos de edificios deslumbrantes para centrarse en logros más sociales.

Los diseños de Kéré muestran “belleza, modestia, audacia e invención” y su arquitectura y su trabajo son íntegros. “Sabe, desde dentro, que la arquitectura no es sobre el objetivo, ni el producto, sino sobre el proceso”, señaló el jurado, presidido por el chileno Alejandro Aravena, Pritzker 2016.

Nacido en Gando en 1965, Kéré se trasladó a Berlín en 1985 y tiene doble nacionalidad burkinesa y alemana. Fue el primer niño de su comunidad en ir al colegio y, como no había escuela en su pueblo, a los 7 años se trasladó a Tenkodogo, donde asistía a clases en un aula construida con bloques de cemento, sin ventilación ni luz, y en la que había hasta cien alumnos. Eso le hizo prometerse construir mejores escuelas algún día y de ahí partió su vocación arquitectura.

“ Recuerdo la habitación donde mi abuela se sentaba y contaba historias con apenas luz mientras nos acurrucábamos unos con otros y su voz nos envolvía y nos hacía ponernos más juntos y formar así un lugar seguro. Ese fue mi primer sentido de la arquitectura”, explica el premiado en el comunicado de la Fundación Hyatt.

En su localidad natal construyó la Escuela Primaria de Gando (2001), un ejemplo de una arquitectura con la que trata de limar las desigualdades sociales. Un sencillo edificio en ladrillo con un techo elevado y ventanas con persianas de colores en las dos fachadas principales, elementos básicos para mejorar la ventilación.

Con su trabajo, Kéré logra “empoderar y transformar las comunidades a través de la arquitectura”, en la que usa de manera inteligente los materiales locales para conectar sus obras con la naturaleza. La madera y el ladrillo son protagonistas.

Trabaja sobre todo en países marginados llenos de limitaciones, “donde la arquitectura y la infraestructura están ausentes”, y ha construido desde escuelas a edificios cívicos o instalaciones de salud.

Aunque sus edificios están principalmente en África -en su Burkina Faso natal, pero también en Kenia, Mozambique, Togo o Sudán- hay ejemplos de su trabajo en Alemania, EEUU, Italia y Dinamarca. En sus proyectos fuera de África se notan sus orígenes. Por ejemplo, en el Pabellón Serpentine de Londres (2017), utilizó la forma de un árbol para diseñar un edificio curvo con un techo de madera con el centro abierto y con una estructura que recoge el agua de lluvia.

“Espero cambiar el paradigma, impulsar a la gente a soñar y a asumir riesgos. No porque seas rico debes desperdiciar material. No porque seas pobre no debes intentar crear calidad”, afirma Kére.