John Wayne murió en 1979, una época “muy intensa” para Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) y su generación. “Vivimos los últimos años del franquismo, luego la Transición, esos años tan convulsos”, dice, en los que ambienta varios de los relatos que reúne en su nuevo libro publicado por Pre-Textos, El año en que murió John Wayne. Catorcenarraciones emocionantes y perturbadoras en las que la crudeza vital y la violencia se muestran, se hacen patentes, y la figura masculina y en concreto la figura paterna es clave.

John Wayne, ese arquetipo de hombre fuerte y grande, es aquí también símbolo y homenaje a esa figura paterna “que parece indestructible, enorme, y que al final tiene que ser destruida, tiene que caer para que el hijo pueda salir adelante. Eso es ley de vida”, dice el escritor navarro afincado en Madrid. Si como dice Antonio Escohotado y recuerda Juan Gracia Armendáriz en estos relatos, “los libros, como las drogas, nos ayudan a aceptar la realidad”, El año en que murió John Wayne nos pone delante de la crudeza que existe desde que el mundo es mundo: de la violencia machista, del terrorismo, la pederastia, el parricidio, los ajustes de cuentas o las palizas de taberna, sin ánimo de instruirnos pero sí con la intención de conocernos. “Rehúyo de la literatura que trata de explicar, no me gusta o por lo menos no es mi forma de entenderla. Porque no soy sociólogo ni un analista de la sociedad... Pero el hecho de la violencia o de cualquier otro fenómeno humano me interesa en la medida en que puedo mostrarlo y puedo indagar sobre él a través de la literatura, porque yo entiendo que la literatura es una forma de conocimiento”, cuenta el autor de estas narraciones descarnadas y construidas con mucha verdad. “A mí me gusta que como lector me traten como adulto, entonces intento tratar al lector así también”, apunta en este sentido Gracia Armendáriz.

La violencia que muestra viene mayoritariamente del lado masculino, aunque el autor no cree que sea una característica del hombre, y, eso sí, la ve como algo tan inherente a la existencia que no ve fácil superar en un futuro esas dinámicas. “Fíjate, habíamos olvidado las guerras en Europa y aquí están otra vez. La condición humana tiene ese peso y de vez en cuando aparece, o a diario, porque no hay más que ver los telediarios... Entonces, olvidarse de ello y pensar que estamos en un ivernadero..., pues también al invernadero llegan las termitas”, reflexiona.

El último relato del libro, el más largo, que sirve de epílogo y da título a la obra, rescata el dramático episodio que vivió el autor cuando en 1980 ETA colocó una bomba en la casa de su familia en Tafalla. Un suceso relatado aquí de una forma que hace temblar al lector, que ya había plasmado en un libro anterior “pero de una manera mucho más sucinta y sin elementos fabuladores”, y que no sabe todavía si ha digerido del todo. “Cuando uno es capaz de distanciarse de un hecho que le conmocionó y le marcó en un momento determinado de su vida, parece que es capaz de verbalizarlo y por lo tanto que lo ha superado. No estoy tan seguro de que eso realmente sea así. Lo que sí es cierto es que yo sentía la necesidad de rescatar ese episodio y de contar esa experiencia más a fondo y con la libertad que me da el tener un cierto oficio narrativo. Y me lancé, porque entiendo que hay una necesidad también por parte de las personas que sufrimos el terrorismo de expresar lo que ocurrió”, reconoce.

En su caso, “afortunadamente” tiene la capacidad narrativa, “una gran ventaja” que le ha servido también anteriormente para hablar de la enfermedad. “Es un arma muy potente. En este relato he mezclado lo testimonial, los datos y hechos concretos que sucedieron, no solamente de mi familia sino del entorno de ese año 1980, con elementos que tienen que ver con el aspecto literario y estético, y entiendo que el efecto en el lector es mucho más eficaz y más potente”, apunta.

Lo literario, formalmente en su caso está muy cercano a lo poético. Porque Juan Gracia Armendáriz comenzó en la escritura como poeta. “Leía muchísima poesía y nunca he dejado de hacerlo, y creo que ha marcado en gran medida mi expresión literaria. La intuición poética está ahí y surge, tampoco la reprimo, simplemente intento que los excesos retóricos no sofrenen el ritmo narrativo”, dice.

Como en la poesía, en el relato también hay que buscar las palabras justas, exactas. “A mí me gusta mucho experimentar con el lenguaje, con la sintaxis, y el género breve necesariamente tiene que comprimir recursos expresivos casi como si fuera una pastilla de starlux y utilizando una especie de economía de guerra, es decir, máximos recursos expresivos en el mínimo espacio. Pero esto puede ser un peligro y aquí he intentado frenar mi tendencia al recurso poético en favor de la agilidad narrativa”.

Lo logra, en unos relatos en los que, como inevitablemente ocurre siempre en la ficción, se cuela la memoria personal. “Es que hay un equívoco bastante extendido respecto a lo que es biografía. Lo biográfico no solo es lo que hemos experimentado en primera persona, sino también todo eso que ha conformado nuestra identidad, todos los conocimientos que hemos recibido de manera vicaria: películas, lecturas, formación..., todo eso es parte de la biografía también. Entonces, desde ese punto de vista, es imposible que uno escape a lo autobiográfico”, concluye.

Título:El año en que murió John Wayne.

Autor: Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965).

Editorial: Pre-Textos.

Género: Narrativa.

Páginas: 164.

Precio: 18 euros.

“La figura paterna tiene

que caer para

que el hijo pueda salir adelante”

“Quienes sufrimos el terrorismo necesitamos expresar

lo que ocurrió”

Escritor