Director: Igor Ijurra. Programa: Cantata de San Juan Damasceno, de Sergéi Ivánovich Taneyev (1828-1910). Quinta sinfonía de Tchaikovsky. Programación: Ciclo de la orquesta. Lugar: Sala principal del Baluarte. Fecha: 26 de mayo de 2022. Público: Tres cuartos: (de 15 a 30 euros, con rebajas para jóvenes).
l último concierto del ciclo de la orquesta navarra, nos ha descubierto al compositor ruso Taneyev, discípulo, primero, y amigo, después, de Tchaikovsky. Su San Juan Damasceno ha sido, me atrevo a decir, para todos, un estreno. Eso sí, su música no se nos hace desconocida, porque, en sus tramos a capella (o sea del coro solo) está en la órbita de las Vísperas de Rachmaninoff, o las Liturgias de San Juan Crisóstomo de Tchaikovsky; y su densidad sinfónico-coral, tiene una clara influencia germana, brahmsiana, diríamos. En cualquier caso, ha sido una muy hermosa incorporación al repertorio de cada uno. Comienza la cantata con una atmósfera grave y en cierta penumbra: "Estoy tumbado en el silencio" canta el coro; y, a medida que avanza, por acumulación, se ensancha en un frondoso regulador. El coro, cuando se queda solo -a capella-, canta una preciosa polifonía basada en la liturgia ortodoxa, Mi amor no muere, muy bien empastada, con un matiz piano de toda la masa, de esos que emocionan e invitan al recogimiento. Esto se repetirá al final de la cantata, con el mismo efecto. La tercera parte -allegro- es una fuga de alabanza, bastante comprometida para el coro, con descaradas entradas, que abren los tenores, y que, en general, salva el Orfeón, aunque, la versión resulte un tanto de batalla; quizás no se pueda hacer de otra manera. La titular de la velada, Anna Rakitina, marca un compás medido y rotundo, como para que nada se le escape, excepto en las voces solas, que amasa, con las manos, un sonido muy hermoso y acogedor. Gustaron, sobre todo, esos tramos del coro a seco, como gustaba decir a Gerardo Diego cuando hablaba del Orfeón Pamplonés (La Tarde 20-1-1949); quien criticaba, también, que, a veces, la orquesta se lanzara al rojo vivo, o sea, avasallando un poco a las voces. En algunos momentos, se dio ese querer sobrevivir del coro a la orquesta.
En la segunda parte, -(en un programa muy coherente, al juntar a los dos amigos)- la titular de la velada y la orquesta, se lucieron: una versión magnífica de la quinta sinfonía de Tchaikovsky. La dirección de Rakitina -desde su discreción en el gesto- es impecable, eficaz, muy segura con lo que se quiere en todo momento. 1.- El comienzo se empantana en un grave cavernoso, la directora lo hace sin prisa y crea una expectación triste. El allegro, poco a poco se hace enérgico, controla muy bien la sonoridad -grande- que consigue de la orquesta. 2.- En el andante, manda el contraste fuerte-piano; primero la trompa, -uno de los pasajes más comprometidos del repertorio para este instrumento-, luego el clarinete, los violonchelos, el oboe cantan melodías que no dejan de tener una atmósfera sombría. El fortísimo que sigue, esta muy conseguido. 3.- El vals nos da un respiro; tomamos aire con su belleza danzable, aunque, al final asome ese fondo de tristeza; la versión da con el tempo: tranquilo, pero tampoco empalagoso. 4.- De altísima tensión, tanto en sonoridad, como en la claridad de la exposición de los temas, incluido el del primer movimiento en metales. A mi me pareció una versión muy luminosa, así que de las dos hipótesis de victoria o derrota, me quedo con la hipótesis de que es un canto de victoria sobre el destino. l