El universo literario ha recibido recientemente un nuevo título con el que sumergirse en una historia apasionante. La autora catalana Gisela Pou ha creado, al fin y al cabo, Los tres nombres de Ludka, una novela que nos trae de vuelta al año 1946, cuando Ludka Nowak, una niña de nueve años, llega a Barcelona acompañada de un centenar de niños huérfanos polacos. Muchos de ellos secuestrados por los nazis alemanes y sometidos a un intenso proceso de germanización durante la Segunda Guerra Mundial. La Cruz Roja Internacional y el Consulado Polaco hacen posible que los niños sean acogidos en la ciudad, donde se funda la primera escuela polaca. “Mientras las autoridades buscan a sus familias, los niños recuperan la lengua y la cultura que les ha sido robada”. Con cariño habla Pou de esta nueva obra.

¿Qué le atrajo de la literatura? 

Yo vengo del mundo de las ciencias. Estudié Ciencias Biológicas porque era la época y tuve una profesora buenísima de los diez a catorce años. De hecho, todas las que estudiamos allí acabamos haciendo licenciaturas en ciencias. Y me gustaba leer, pero las letras no me interesaban de forma especial. Cosa muy rara, porque todos los escritores quieren ser escritores desde que nacieron. Yo no. Yo quería ser Rodríguez de la Fuente, porque me gustaban mucho los animales, y aún me gustan. Pero lentamente descubrí la lengua. Yo hablaba mucho catalán, y cuando descubrí la lengua en toda su potencia, me di cuenta de que necesitaba expresarme de algo más. Entonces, empecé a hacer pequeños cuentos para mí, estudié unos años de Filología catalana, etc. Publiqué una pequeña novela, y a partir de ahí hice un máster en Guion y tuve la suerte de que me escogieran para hacer la primera telenovela en España -Goenkale fue algo después-, que era Poblenou. Y entre proyecto y proyecto, escribía. Hará dos o tres años decidí dedicarme solo a escribir. 

O sea que ya no ejerce de guionista. 

Ya me apetecía más dedicarme solo a esto. Yo voy mucho por institutos y escuelas, porque he hecho literatura infantil y juvenil, y me decían “Pero usted ya sabía...”. Yo aún no sé ahora lo que voy a ser cuando sea mayor. A mí me gusta escribir, no me gusta ser escritora. Aunque escritora ya me siento un poquito. Escribir es vivir muchos mundos, muchas vidas. 

¿Qué nos vamos a encontrar entre las páginas de Los tres nombres de Ludka? 

Es una historia a tres voces. Una es Ludka, una niña huérfana que viene de Polonia -unos huérfanos que fueron robados a sus familias por los nazis porque tenían unas características arias completas-. Ludka llegó aquí, y era una niña que no hablaba, que solo quería volver con su madre adoptiva y que no se integraba. Gracias a la amistad con Emma, una niña catalana, Ludka puede ir saliendo de esa caja hermética en la que se había metido e ir formándose. El tercer vértice de esa historia es Isabel, la madre de Emma. Es una mujer que se hace a sí misma. 

Algo parecido se vivió en la CAV y en todo el Estado durante la Guerra Civil, cuando muchos niños tuvieron que abandonar sus hogares y lo que conocían. ¿Estas historias le han servido también de inspiración para la novela? 

Bueno, los niños de la guerra en general, de todas las guerras del mundo, son los grandes damnificados, porque a todos se les corta la vida. Para los niños que están en época de formación y que necesitan de una vida estable, todo se rompe. Los personajes se crean siempre a través de lo que has vivido, a través de lo que lees, a través de lo que sabes, a través de lo que ves... Y claro, eso entra dentro de lo que veo, lo que sé y lo que forma parte de la historia.

Supongo que el trabajo de documentación no habrá sido tampoco fácil. 

No, no lo ha sido, pero por suerte había un libro escrito. En 2008, José Luis Barbería escribió un reportaje muy extenso que fue tirando del hilo, y contactó con algunos de estos niños, y explicó ese hecho que había ocurrido en Barcelona en el año 46. Entonces, el Consulado polaco en Barcelona en 2008 se interesó mucho por el caso, y conjuntamente con el Ayuntamiento se hizo un libro para relatar un poco qué había ocurrido, y en 2008 estos niños vinieron a Barcelona y se reencontraron. No es un libro muy grueso, y hay mucha información. A partir de ahí, voy tirando del hilo: San Google, libros de historia... En el fondo es como hacer una tesina sobre la época. Y también me ayudó mucho, ya no de los niños, pero sí de ese mundo de posguerra, hablar con muchas mujeres que en esa época tenían nueve años. Esos testimonios reales me han ayudado mucho. 

¿Cómo ha sido para usted, emocionalmente hablando, vivir durante una temporada en esa Barcelona de posguerra? 

Bueno, me ayudó a sobrevivir la pandemia totalmente, porque yo me iba a los años 40. Entonces, fue fantástico, porque es vivir con otra gente, vivir en otra época... Es un reto importante. Mis novelas, las que he escrito hasta ahora, eran contemporáneas -a excepción de una juvenil que está basada en el momento actual pero hay un personaje mayor que se va a la Segunda Guerra Mundial-. Irme al año 46 era un reto importante, porque no lo quería hacer mal. Tenía que documentarme para eso. 

¿Qué espera transmitir a los lectores? 

En las novelas en general, como lectora, lo que deseo siempre es que me hagan pensar. Aparte de entretenerme, pasármelo bien y aprender cosas incluso, para mí lo esencial es que me hagan pensar. Lo que desearía de Los tres nombres de Ludka es que despertara alguna conciencia sobre cómo somos, cómo vivimos... Y sobre todo que despertara el espíritu crítico.