Madrugamos para ir al campo y aprovechamos bien el día viendo amigos. No podía faltar el aperitivo con el compadre Pepe en su rebotica frente a la iglesia de Santiago. Paseo por Jerez, comida en el casino, tardeo entre sus callejuelas y tranquila cena en el hotel, con más amigos que aparecen a nuestra visita. Asier ha vuelto de su día de montería, con las manos tan vacías como las que llevó.

No fue el mejor día de caza en la finca, y apenas nada vieron, y menos cazaron. Para cuando apareció, ya de noche, ya teníamos preparado el día de hoy. Toca viaje a Medina Sidonia, y vamos con más expedicionarios a visitar La Zorrera. Pero, antes de todo, ya tenemos reservada la comida en la Venta Pascual. Pedro nos espera con rabo de toro y perdices, además de otras viandas. Y en principio, es el responsable que vayamos en domingo a ver los toros de los hermanos García Cebada, porque el sábado cierra.

SALVI Y JOSÉ

También el propio ganadero, José, prefería cambiar de día. Total, lunes, sábado o domingo, el tiempo pasa despacio en el campo, pero el ganadero tiene que alimentar y cuidar igual a sus bichos todos los días. Y así, llegamos a media mañana y, salvo por el poco tráfico de domingo a la mañana, nada hace pensar eso cuando uno entra en la finca. El piensero dando de comer de cercado en cercado, y los hermanos trabajando en las labores. Salvi de ida y vuelta a la otra finca donde pastan las vacas, y José que ya nos espera con los chicos jerezanos que se han unido a la expedición. Llegamos los últimos, extraño se nos hace, y tras saludos rápidos ya estamos montando en el coche de la casa. Tres filas de asientos que llenamos enseguida, y la primera tirada que lanzan desde atrás hacia mi persona es porque el coche está impecable. José, le dicen, que has limpiado el coche porque viene Patxi, ehh!!! Sí lo he limpiado, responde sin más.

DETALLE

Me parece que la última vez que lo vi así fue en el 2011, digo yo, ósea que porque venga yo no será. Y entre risas agradecemos a José el buen detalle mientras entramos en el cercado principal tras la casa. Apenas hemos estado segundos en la plaza de la entrada porque el levante hace verdadero daño. Tres días en esta tierra y sigue con fuerza dejando seco todo. En Jerez apenas se notaba ya, comparado con días anteriores, pero no sé qué tiene esta finca en Medina, que la ventolera es rabiosa. De hecho, la mitad de los molinos están parados. Eso es por seguridad, nos comenta el ganadero. Cuando el viento es tan fuerte las aspas se paran. Van a salir disparadas, o qué comentan detrás. No, es para no abaratar la luz. Y con la cantinela nos plantamos frente a dos docenas de toros que están pegados unos a otros junto a la valla, como si así estuviesen protegidos de la nube de polvo que nos rodea. De hecho, bajar la ventanilla para echar unas fotos es tragar tierra, y el ganadero se ve obligado a mover al personal con el coche y ponernos de espalda a la corriente que llega desde Tarifa. Ha llovido bien las últimas semanas, y están contentos con ello, y la levantera, que seca todo rápido engaña a nuestro conductor, y terminamos en el barro. Pesáis mucho atrás, digo riendo. Y Pepe Silva ya está llamando al vaquero para que venga con su coche a sacarnos del agujero. En medio del gran corral, pido permiso y bajo a dar rienda suelta a la cámara protegido por el capó.

CURIOSIDAD

Los toros, curiosos ante la escena, se quedan parados y permiten que podamos observarlos en total tranquilidad. Llega el coche y enseguida salimos remolcados. Para entonces, ya hemos admirado la variedad cromática tan peculiar de esta casa. Colorados, castaños, negros salpicados, burracos y algún ensabanado conforman el toro típico de esta casa. Fino de cabos, corto de manos y perchas astifinas hacen que pregunte a José por sus destinos. Tres festejos tienen ya apalabrados este año, y pocos me parecen, contando con que Pamplona está en otro cerrado. Y nos quedamos con la copla que se está haciendo cansina en este viaje, cuando oímos por doquier que no hay toros en el campo. Haberlos hailos, el asunto es que igual no hay de lo que algunos exigen o quieren. Volvemos hacia la plaza de entrada y ya, con cuidado por los charcos, entramos en el corral de piedra de la entrada donde se alojan toros de Pamplona y de Mont de Marsan. Quietos, delante de ellos, apreciamos los cinqueños que volarán por la Estafeta. Alguno de los cuatreños que hemos visto antes tendrán que acompañarlos, nos comenta el ganadero. Pero me parece que hay bastante diferencia entre aquellos y estos tanto para ir a Francia como para los sanfermineros. Y es que, fuera de tipo de la casa, aquellos pequeños, veloces y peligrosos ‘cebadas’ parecen quedar atrás y dar paso a un toro más escandaloso, propicio para las plazas de hoy en día. No obstante, hay que decirlo, si no hay percance alguno, hay lote de sobra para alojarse en el Gas. La búsqueda actual parece buscar un toro más grande y cornalón. Y lo está. Vuelven a ser siete toros con sólo dos negros. El resto, de capas variadas.

Nos refugiamos a tomar el aperitivo en el salón de trofeos, donde una lagrimilla se escapa viendo el viejo barril del criador padre donde mezclaba su fino con amontillado al gusto de su paladar. Aquello ya no se usa. Solo es un recuerdo. José no bebe, y ya nadie le da calor, nos cuenta. Y entre trofeos y charla hacemos el tiempo preciso para subir a la venta a hincar el diente. Allí, mesa especial junto al fuego, me adentro en busca del viejo señor, que sentado en su saloncito ve el fútbol como si no hubiera nada más. Pascual, su mujer, su hija, besos y abrazos a quien se aprecia de corazón. Y con Pedro, saludos y abrazos, todo uno, con chanzas y recordatorios para todos.

SESDÉCADAS

Allí terminamos una jornada recordando las más de seis décadas de una casa que trajo sobreros van a hacer cuarenta años ya, y que desde el año 85 es casi un asiduo en las calles de Pamplona, dejando el implante de ser la casa que más cornadas pega por las calles de la ciudad. Cebada es desde lustros atrás la casa de los navarros en esta tierra.

José no nos ha dejado pagar. Estáis en mi casa. Y ha ejercido de gran anfitrión, una vez más. A las duras y a las maduras, siempre ha mostrado una gran generosidad con nosotros. Por encima de la mía, me dicen los colegas jerezanos que saben que no han sido pocas mis críticas duras para una casa que aprecio y amo como ninguna. Pero uno intenta ser honrado. Y es cierto que a veces demasiado.

La tarde muere y salimos de Medina Sidonia con la mirada fija en Jerez, charlando del día que hemos pasado, y Josetxo ya pendiente de Osasuna. Tiene reservada la pantalla grande en el hotel y Angelito guarda hasta la primera fila. Hoy cenamos con la tele.