Caperucita feroz

LA DESCONOCIDA Dirección: Pablo Maqueda. Guión: Pablo Maqueda, Paco Bezerra y Haizea G. Viana. Intérpretes: Laia Manzanares, Manolo Solo, Eva Llorach, Blanca Parés y Vega Céspedes. País: España. 2023. Duración: 88 minutos.

Cuando secuencia a secuencia, quiebro a quiebro, “La desconocida” se acerca a su último minuto con un plano largo de inequívoco sabor a despedida, el público percibirá que si al comenzar la película nada sabía de La desconocida, cuando el filme ya agoniza, sigue sabiendo muy poco de ella. Ella, la desconocida, permanece inidentificada. Nadie nos suministra en el filme ese DNI que ubique, en algún modo, su subjetividad y su biografía. Eso sí, llueven detalles con los que podemos imaginar, sospechar e incluso creer, quién es ella. Pero esa conclusión depende del público, estamos ante una lectura abierta. Ese poco que se nos ha dado sobre el personaje que encarna Laia Manzanares nutre la sorpresa y acuna el núcleo duro sobre el que crece este cuento macabro que da la vuelta a la vieja historia de Caperucita Roja y el lobo feroz. Pablo Maqueda, un director con el que no cuadran los adjetivos de convencional y previsible –recuperen en youtube su Manic Pixie Dream Girl para poder leerle mejor–, explicita la referencia de la Alicia de Lewis Carroll. Del legado del genial fotógrafo obsesionado con las niñas, recibe inspiración. La principal, la de abismarse en la cara oculta del espejo. La de tratar de discernir, en las sombras negras del alma, la tenue muga que separa la malignidad de la inocencia. Esa es la razón de ser de este filme, la misma pulsión fatal que también atravesaba la última pieza, Mantícora, del no menos inquietante y turbador Carlos Vermut. El filme compuesto con orfebrería de enigmas, avanza con estructura de muñeca rusa. Conforme se desvela cada nueva capa, crece la sospecha de que jamás se llegará al final de esa cuenta atrás. Sabemos que, aunque se toque el hueso del misterio, otro mayor aparecerá y éste quedará sin respuesta. Pablo Maqueda (Madrid, 1985) viaja en compañía de la obsesión. Sus proyectos cinematográficos derivan en periplos de naturalezas tan diversas como cosidos por el común denominador de una radicalidad extenuante y una franqueza desmedida. Armado con esas muletas, decidió replicar los pasos de Herzog y caminar tras sus huellas. Aquello lo tituló Dear Werner, un ensayo documental incendiado por el diario de Werner Herzog Of Walking in Ice en el que el autor de Aguirre, la cólera de dios (1972), relata el largo peregrinaje invernal que hizo andando desde Munich a París con la ciega esperanza de creer que eso retrasaría la muerte de Lotte Eisner. Maqueda no realizó ese viaje para pedir clemencia a la muerte, sino buscando el acercamiento a Herzog. La suya no fue una gesta heroica sino una experiencia iniciática sobre el cine entendido como vía de conocimiento y de vida. Esa que ahora proyecta en su último filme. En La desconocida, el origen fue la obra de teatro Grooming de Paco Bezerra. En ella, la cuestión decisiva del llamado ciberacoso y el abuso sexual on line a menores, era el secreto y la vergüenza del inconcebible hacer de la pederastia. El propio Bezerra, junto a Haizea G. Viana, coescribió con Maqueda esta adaptación que da a la imagen lo que en el teatro era propio del texto y que cuenta con dos actores cuya empatía resulta crucial para entrar (o no) en el horror que allí nos aguarda. Y es que “La desconocida” se juega la respuesta del público en su permeabilidad al ser y estar de Manolo Solo y Laia Manzanares. Ellos hegemonizan ese paso a dos, que como La huella (1972) de Joseph Mankiewicz, tanto depende del matiz interpretativo y del carisma personal. Ahí reside la vara de medir que, en este caso, se agita sonámbula. En cuanto a su carpintería teatral, ésta se diluye en un montaje elíptico. Avanza con saltos argumentales que fuerzan la reflexión ante un tema donde los monstruos, como los nazis, no lo parecen y, acaso, ni se dan cuenta de lo que son. Y es que, lo que está en juego es la condición humana. Eso es lo que se subraya en este filme: que domesticar al lobo y liberar a su víctima es la cuestión. Que nombrar lo innombrable es lo único que puede desactivar al monstruo que nos devora por dentro.

La muga del viento

LOS OSOS NO EXISTEN (Khers Nist ) Dirección y guión: Jafar Panahi. Intérpretes: Jafar Panahi, Naser Hashemi, Vahid Mobasheri y Mina Kavani. País: Irán. 2022. Duración: 112 minutos.

Ha llovido lo suyo desde los tiempos de «El globo blanco» (1995) y «El círculo» (2000) y Jafar Panahi sigue dando vueltas al mismo absurdo. Las mismas vueltas que da el régimen iraní cuyas directrices, usos y abusos parecen carecer de sentido vistas con ojos occidentales. Está claro que se nos escapa algo, que en estos casos resulta imposible percibir dónde empieza lo real y por dónde se desatará el delirio. De Jafar Panahi se sabe su pulso permanente con el poder político y religioso. Nos llegan pormenorizadas noticias de todas sus escaramuzas con(tra) el estado iraní hechas de arabescos y pellizcos. Sin embargo, esa mordaza de hierro que le rodea, funciona con una inflexión propia del dios católico. A Panahi se le aprieta sin ahogar, se le cercena sin prohibir. Cada nueva entrega de un nuevo filme de Panahi llega acompañada de sombras y amenazas, pero llega bien y se defiende mejor en el escaparate del cine de festivales y en los circuitos cinéfilos. Y más allá de restricciones y amenazas, película tras película, Panahi se reafirma en un ideario aprehendido de Abbas Kiarostami. Con él empezó como ayudante en «A través de los olivos’ y con él continúa en todos y cada uno de sus proyectos. De hecho, «Los osos no existen» se diría que es el filme más «Kiarostami» de todos. También, y por idéntica razón, la presencia de Panahi es abrumadora. Director, guionista y actor, aquí Panahi habla más que nunca sobre sí mismo. En «Los osos no existen» se cuenta el hacer de un director de cine que dirige desde la distancia, porque las autoridades le impiden abandonar su lugar de residencia. Refugiado en un poblado fronterizo, donde la posibilidad de escapar de Irán resulta muy probable, el filme entrelaza lo real con la ficción, la impostura con la burla, el maquillaje con la sangre. Heredero, como su mentor Kiarostami, del cine de Roberto Rosselini, Panahi también utiliza las estrategias de otro peso pesado iraní, Asghar Farhadi. Por eso mismo, el peligro se huele y la tragedia se barrunta. Panahi sabe que los osos no existen en la frontera de Irán y también sabe rodar con los lugareños y sus temores. Con ellos se alumbra un filme sobrecogedor y divertido. En ellos se reivindica. Ellos, los aldeanos sin nombre a los que Panahi fotografía, son lo que importa. Eso nos dice Panahi. Si lo cree o no, da igual, porque en «Los osos...», la verdad está con ellos.

El inútil retorno

Els encantats (Los encantados) Dirección: Elena Trapé. Guión: Miguel Ibáñez Monroy y Elena Trapé. Intérpretes: Laia Costa, Daniel Pérez Prada y Pep Cruz, Aina Clotet. País: España. 2022. Duración: 108 minutos.

El personaje de Laia Costa, Irene, ha sido escrito sin piedad y la actriz le da la convicción necesaria para que resulte tan creíble como comprensible, tan adyacente como aborrecible. Para sellar cualquier grieta que pudiera surgir en ese retrato de dama nada adorable, la directora y coguionista desarrolla una puesta en escena que conjuga la belleza con la precisión, lo que se cuenta con lo que se sugiere. El público no lo tiene fácil, no hay masajeos emocionales, ni maniqueísmos oportunistas. Es lo que hay y lo que hay obliga a hilar fino. Irene tiene problemas, Irene no se soporta, Irene es una pija consentida, Irene nos importa un bledo porque nadie podría aguantar mucho tiempo con alguien así: caprichosa, borde, melindrosa, egoísta y sin embargo humana. Y eso hace que a veces resulte también tierna, vulnerable, agradable y hasta sujeto y objeto de deseo y amor. Se ha divorciado y se enfrenta a la primera separación de su hija de cuatro años que va a pasar unos días con su padre en un clima de nervios desatados. No se lo pone fácil a su ex y no porque sea un hombre violento, inmaduro o desmotivado. Desde el primer segundo, «Els encantats» deja claro que todo girará en torno a Laia Costa. Desde la secuencia inicial de la separación, la actriz nos restriega su suficiencia con respecto al personaje, ese punto de madurez y ambigüedad con el que ya forjó otro retrato incontestable en «Cinco lobitos». Por su parte Elena Trapé ( «Blog», 2010 y «Las Distancias», 2018) no ha dejado de crecer como directora y en su tercer largometraje da un recital de cómo encajar las piezas, de cómo dosificar la información, los gestos, las palabras. Ese control de plomo que Trapé ejerce sobre el guión y su traslado al cine, provoca una sensación de cálculo total. De planificación maquiavélica, donde no hay beso sin repercusión ni expresión idiomática sin consecuencias. Con la intención de despeñarse por el camino de lo que hay que hacer, «Els encantats» se hace fuerte en la maestría de su principal actriz y en la gramática de su narradora. Como «Alcarrás», mira a la vida rural y al pasado como paraíso perdido sin olvidar que lo que se fue ya no será. Trapé esculpe, al estilo de Rohmer, la imperfección de los inoportunos, el gafe de los egoístas, de los que por eso mismo, nos resultan extraordinariamente reales. Tan real y contradictorio como que una hija egoísta crea siempre que ella es y será la mejor madre. l