Ni medio minuto. Eso fue lo que duró Pablo Alborán frente al teclado que comenzó tocando al inicio de su concierto de anoche en Pamplona. Después, le faltó tiempo para correr a situarse en el frente del escenario y bailar delante de su público. A ejercer de front man, vaya, para deleite de las aproximadamente cinco mil personas que se dieron cita en el Navarra Arena para recibir al malagueño. El artista, por su parte, correspondió al fervor popular derrochando entrega y simpatía. Durante toda la actuación fue combinando los momentos en los que se dedicó únicamente a cantar con otros en los que también tocaba el piano o la guitarra.
Venía a presentar su último álbum, La cuarta hoja, del que sonaron más de la mitad de los cortes. Obviamente, también repasó su carrera completa, los cinco discos de estudio anteriores que lo han encumbrado en el panorama pop internacional, muy especialmente el de habla hispana. Ya al principio comenzó a intercalar piezas como No vaya a ser, Tabú o Si hubiera querido. O la magnética Saturno, que contó con una presentación estelar, en consonancia con su título, con ilustraciones espaciales poblando las grandes pantallas que había en los laterales y en la parte trasera del escenario. “Después de este viaje a Saturno vamos a hacer un viaje en el tiempo hasta 2009”, dijo pertrechando con su guitarra acústica antes de interpretar Solamente tú, la canción que lo lanzó al estrellato y que allí todos recordaban y cantaron junto a él. La fusionó con otro clásico, Perdóname, aunque en esta última se hizo acompañar por la banda, otorgando así más empaque al sonido. Esos cambios de ambiente y de estilo fueron una de las grandes bazas de Alborán para salir victorioso de su envite en Pamplona. Así, por ejemplo, El traje lució arreglos flamencos; incluso sorprendió con una versión de Joaquín Sabina, la inmensa Peces de ciudad, interpretada en petit comité junto a sus dos guitarristas; curiosamente, su amigo Alejandro Sanz había versionado pocas semanas atrás, también en el Navarra Arena, el célebre Contigo del flaco de Úbeda.
Al margen del dinamismo del espectáculo, el cantante brilló con luz propia y demostró que sabe enganchar a sus seguidores. Alternó varios instrumentos (los ya mencionados piano y guitarra, además de las palmas flamencas o los timbales), bailó de manera elegante, sin estridencias, y, sobre todo, estuvo soberbio con la voz, sin un solo fallo de afinación y exhibiendo poderío en diferentes tramos. Esto lo hizo, sobre todo, en las baladas, como Ave de paso, de su último álbum, o Por fin, extraída de Terral, su disco de 2014. Llegó a conseguir, de hecho, que todo el Arena enmudeciese para escuchar en completo y respetuoso silencio sus interpretaciones de Te he echado de menos, que cantó sentado al piano, y que fusionó con Prometo. Esa fue, sin duda, una de las cimas emocionales del concierto.
En la recta final, llegaron las canciones con más punch guitarrero. Fue el momento de escuchar Tanto, además de una inédita que no está en ninguna plataforma y que solo interpretan en los conciertos (podría titularse Lo que ves es lo que hay, pues esa frase se repite varias veces), y Vívela, con la que presentó a los cuatro músicos que le acompañaban y se retiraron todos del escenario. En los bises, dos animados cortes de su último disco (Llueve sobre mojado y Amigos), y, para terminar por todo lo alto, La fiesta, con todo el pabellón cantando y bailando al son marcado por el malagueño. Al salir del Arena, varias decenas de personas flanqueaban la rampa del parking a la espera de que saliera su ídolo. Ojalá tuvieran suerte.