La belleza puede residir en una horquilla de pelo, según cómo se piense, se disponga y se acompañe este objeto. O en un taco de folios con apuntes de media vida de estudios.
Hace falta una mirada de artista para transformar lo ordinario o aparentemente banal en algo digno de ser expuesto y contemplado.
Mikel Cabrerizo la tiene y la cultiva. Como un espigador que recoge las frutas y verduras que la industria agroalimentaria desecha, él recolecta elementos y materiales que encuentra –porque los demás los descartamos, abandonamos o dejamos perder en algunos casos–, e incide en ellos con una intención transformadora, creadora o evocadora de algo nuevo a partir de lo que ya existía.
EL OLOR DE LA BASURA
El arte opera en un sutil espacio; es, decía el filósofo francés Deleuze, como el olor de la basura: se percibe aunque no se sabe muy bien qué es lo que lo provoca o de dónde procede. Esta cita, a la que alude Juan Pablo Huércanos en el texto que acompaña el proyecto de Mikel Cabrerizo en Apaindu (calle Curia), es la clave de Fruta caída.
Así se titula esta exposición, en la que Cabrerizo comparte con el público once piezas de reciente creación. En conjunto, componen una instalación de arte minimal y presentación geométrica que sugiere mucho más de lo que muestra.
El azar está en el origen de muchas de las obras. Un día, en un paseo, Mikel Cabrerizo se encontró una horquilla de pelo en el suelo, y algo le hizo agacharse, cogerla y guardarla. “A los pocos días me encontré otra, y al tiempo otras dos...” –cuenta–, y así hasta acumular las cerca de 700 horquillas con las que ha compuesto un asombroso recorrido perfectamente dispuesto y ordenado que alude a “esa acumulación y esa práctica a veces enfermiza de coleccionar algo hasta el infinito”.
UNA VIDA DE ESTUDIOS EN UN CUBO
La metodología es similar en el cubo que el artista pamplonés ha creado con folios de apuntes que guardaba de toda su vida de estudios –EGB, FP COU y Bellas Artes–, guillotinados y troquelados. Constantemente, Cabrerizo parece que coge algo desordenado y lo vuelve a ordenar y colocar de otra manera. En este caso, los papeles que conforman este cubo son “los restos de algo que empecé a hacer con lo que falta de esos agujeros, porque empecé a troquelar en el taller todos los apuntes de mi periodo de formación para hacer con todo ello confeti”, cuenta el autor.
“Utilizo materiales pobres, pero los trato con una dignidad absoluta, como materiales nobles”
También ha resignificado una serie de postales, souvenirs de museos visitados, que guardaba en un cajón en casa y que aquí muestra veladas –de nuevo, se intuye algo pero no se sabe el qué–, igual que unas polaroids que simbolizan el deseo utópico y “absurdo” de capturar la nieve.
Una pieza que casi pasa desapercibida a ojos del visitante ha sido creada expresamente por el artista para una de las columnas de la sala de Apaindu. El origen es un colmillo fosilizado de un pez, “como habrá miles, sin ningún valor”, que compró en un mercadillo en Londres en 1995 y que ha recubierto de plata con un imán que adhiere la pieza a la columna.
HOMENAJE A MALÉVICH
“Utilizo materiales pobres, pero los trato con una dignidad absoluta, como materiales nobles”, dice Mikel Cabrerizo, que también se ha servido para esta exposición de dos fotografías suyas de cuando era niño que descubrió ya de adulto en un cajón en casa de sus padres. El gesto de aquel niño, desafiante, enigmático, se clava en la mirada del espectador, encarnando la incertidumbre, el asombro, el misterio y todas las preguntas sin respuesta que se activan en ese espacio sutil en que opera el arte, que para Mikel Cabrerizo es “elección y pasión”.
El artista hace una declaración de intenciones en el homenaje a Malévich que ha plasmado en toda una pared de Apaindu. Un mural cuidadosa y milimétricamente elaborado con pegatinas circulares y series de tres tipos de chapas creadas por él mismo rinden tributo a los cuadros del artista suprematista Cuadrado negro sobre fondo blanco, Cruz negra y Círculo negro, tres iconos del constructivismo ruso de cuya realización se cumplen este 2023 cien años.
Las huellas deliberadamente señaladas por el artista de algo que estuvo ahí, colgado en la pared, y ya no está componen otra instalación de Fruta caída; una exposición para la que Mikel Cabrerizo ha creado sugerentes cuadernos con pequeños detalles de obras de arte en risografía pensados para que quien quiera pueda comprarlos y hacerlos suyos, anotando en ellos libremente lo que le apetezca.
'FRUTA CAÍDA'
- Dónde: Espacio de arte Apaindu, calle Curia 7-9 de Pamplona.
- Cuándo: Hasta el 25 de agosto, de lunes a viernes de 12.00 a 14.00 y de 18.30 a 20.30 horas.
- El autor: Mikel cabrerizo (Pamplona, 1972) Su trabajo, difícilmente clasificable, se desarrolla en el terreno de la imagen, la escultura, el dibujo y la intervención. Con una herencia cultural patente, a menudo en sus obras usa citas extraídas de textos literarios, imágenes de otros artistas, objetos encontrados u otros materiales ya existentes que, intervenidos por él, cobran nuevos sentidos.