Qué fue lo primero que le llamó la atención, el rock o el flamenco?

El rock. Bueno, no lo sé… El flamenco puro, que es más cerrado, lo conocí más tarde que el rock, pero antes de eso ya conocía las cosas de la radio: Juanito Valderrama, Lola Flores… Eso también es flamenco, lo escuchaba de chico y me gustaba, igual que Sara Montiel, Los Cinco Latinos o Nat King Cole. Con doce o trece años ya empecé a comprar discos y a escuchar música, y entonces fue el rock lo que me impactó.

Siempre ha dicho que se siente muy identificado con el movimiento hippy…

Soy un gran defensor del movimiento hippy, sí, que a veces tiene mala prensa porque los ponen de ineptos y de ingenuos. En la época hippy hubo grandes avances en las ideas y en la libertad de las personas en el arte. Se cancelaron cosas como la ambición desmedida y se pusieron en circulación movimientos sociales muy solidarios y muy auténticos. Y el arte que se hizo fue incontestable, en lo visual, en el cine y en la música. Esa época abrió muchas puertas al mundo, sobre todo a la paz. La paz es la gran incógnita de un mundo en el que el capitalismo tiene la permanente necesidad de hacer la guerra. 

Pero su carrera tuvo también mucho de punk, por aquello del do it yourself. Cuando grabó su primer disco, con Veneno, apenas sabía tocar la guitarra.

Y además era 1977, el año de los Sex Pistols. Veneno empezó en 1975 y, sin saberlo, estábamos en eso. El rock se había amanerado mucho, eran los últimos coletazos del rock sinfónico. Se estaba preparando la revolución de vuelta a los orígenes que fue el punk. Nos cogió en una época intermedia. Veneno fue algo muy personal, veníamos del mundo flamenco de Raimundo y Rafael, y por otro lado estaban mis canciones, que eran más contemporáneas e inclasificables. La mezcla que se produjo estaba en ese contexto de rabia, ruptura y rumbo a lo desconocido. Formalmente no estaba muy bien acabado, pero tenía una propuesta sonora con mucha fuerza.

Ese disco de Veneno, que hoy se ha convertido en todo un referente, en su momento no tuvo mucha repercusión, ¿no?

Nada, nada. Los primeros años la compañía se avergonzaba de ese disco, lo veía demasiado descarnado, no le gustaba nada. A los pocos años hicieron una nueva edición y empezó a venderse, se convirtió en disco de culto. Llegó a las trescientas mil copias y eso hizo de él un disco clásico.

Y cómo es posible que alguien que había debutado con un disco como ese, alguien que había compuesto para Camarón en La leyenda del tiempo, a principios de los noventa, antes de grabar Échate un cantecito, estuviese planteándose dejar la música. 

Cuando grabé el Cantecito, le dije a Santiago Auserón que quería hacer el último intento y él me ayudó. Le dije que si no tenía suerte con ese disco, dejaba la música. Pero bueno, no sé si lo hubiera hecho.

¿Era una forma de hablar, entonces?

Sí. Era una autoexigencia, pero deseando que por nada del mundo sucediera eso.

Su último disco se llama Hambre. ¿Qué quiere transmitir con ese título?

El título se refiere un poco a la necesidad básica de comunicación de la música. Hambre de conocimiento. Hambre de la vida, en general.

Ese título me recuerda a un verso que cantaba Corcobado: “no olvides nunca que lo que nos mueve es el hambre y no el alimento”.

Bob Dylan también hablaba de eso en una entrevista. Se refería a los músicos más jóvenes que él y decía que nunca podría hacer canciones con ese hambre que tenía cuando era joven.

¿Y usted se ve reflejado en eso? ¿Sigue teniendo el mismo hambre de hacer canciones que en su juventud?

Creo que no tengo tanta hambre. O igual tengo la misma hambre, pero la canalizo de distinta forma. Antes tenía una ansiedad de buscar, y ahora mi hambre es más tranquila y serena; me pongo a buscar y me salen las cosas. Es un proceso más interior, más sencillo. Es una búsqueda ya realizada, es cuestión de ordenarlo y analizar. Pero sí que tengo hambre. Quizás no más que cuando era joven, pero sigo teniendo hambre.

Varias canciones de este disco pertenecen a la misma camada que las de su disco anterior, Sombrero roto (2019).

El principio del disco fue ese, unas cuatro canciones que tenía del disco anterior y que ya tenía claro como hacerlas. Luego escribí otras nuevas. Recuerdo con mucho cariño la canción de Días raros, que la hice después, cuando la pandemia, y que creo que resume bien lo que fueron aquellos días. 

En sus últimos discos, las canciones tienen una instrumentación muy experimental, electrónica. ¿Cómo compone estas canciones? ¿Su esqueleto sigue siendo de guitarra y voz?

No, Hambre está compuesto con voz, con piano, con los teclados del ordenador… Pero no, ni este ni el anterior los compuse como he hecho el resto de discos, con la guitarra. Hay alguna canción, pero pocas. Siempre había ignorado el piano, fue Jabier Muguruza el que me insistió en que lo utilizara más. Llevo toda la vida tocando la guitarra, desde los quince años, pero el piano no lo había tocado en mi vida. Ha sido un paso adelante, me ha ayudado a comprender ciertas estructuras de la música contemporánea que quería reflejar; son más sintéticas, más ligeras…

El productor ha sido Javi Harto Rodríguez, también conocido como Hartosopash. ¿Cómo llega a él? Había trabajado con C. Tangana. ¿Ese fue el nexo de unión?

Él había trabajado con C. Tangana, pero lo conocí por terceras personas y empezamos a trabajar juntos. El disco está hecho en mi estudio casero y después él le ha dado su pátina de producción, el sonido final. Y lo ha mezclado Joe Dworniak. 

Últimamente ha colaborado con Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, C. Tangana, Vera Fauna… ¿Se sigue aprendiendo de las nuevas generaciones?

Compartir siempre es un placer, y más con gente joven. Y por supuesto que se aprende mucho. La vida se basa en un proceso de aprendizaje permanente. 

La electrónica tiene bastante peso en sus últimos disco. ¿Cómo está trasladando esos sonidos a los conciertos?

El de Pamplona no va a ser una presentación del disco propiamente dicha, aunque sí que haremos cosas de Hambre y de Sombrero roto con los sonidos propios de esos dos discos. Los mezclamos. Sombrero roto, por ejemplo, la hacemos con la secuencia de la batería programada, y por encima le metemos nuestra batería, tiene una fuerza bestial. De alguna forma, recuperamos la tradición de los grupos de dos baterías. Tocaremos canciones de todas las épocas. Siempre procuro tocar algo hasta de Veneno, que suelo hacer Los delincuentes, porque me vincula con toda mi carrera.