Empezó a tocar la batería con 6 años. ¿Qué le hizo fijarse en ese instrumento siendo tan pequeño? 

En realidad, al principio quería tocar la trompeta porque quería ser payaso (risas). No me preguntes por qué, pero pensaba que el payaso tenía que tocar la trompeta, cosas que pasan por la mente de un niño de 6 años. Tuve que apuntarme a solfeo, pero eso no me interesaba. Me dijeron que podía apuntarme a batería sin hacer solfeo y cambié de instrumento. No me arrepiento de mi decisión.

Pero posteriormente sí que cursó estudios musicales.

Sí, lo hice unos años más tarde. Cuando tenía 20, estudié solfeo. La vida es así. También aprendí armonía y arreglos en un conservatorio francés, al lado de las Landas.

Tocó en varias bandas, pero creo que empezó a dedicarse más de lleno a la música cuando se instaló en Bera.

Había tocado en varios grupos antes y en 2008 empecé a tocar con Joseba Irazoki. Nos conocimos en Donosti, le mandé un par de canciones que tenía con batería, el me enseñó otros temas en los que estaba trabajando… Un día me llamó para tocar con él en un concierto que tenía, y desde entonces tocamos mucho, tanto conciertos suyos en solitario como el principio de Joseba Irazoki eta Lagunak. La primera banda con la que hice carrera fue Willis Drummond; vivimos cinco años juntos en la misma casa, en Iparralde, y desarrollamos el grupo tocando todos los fines de semana en gaztetxes de Hegoalde. En Iparralde tocamos menos. Allí conocí a mi novia, ahora vivimos en Bera. 

¿Y qué tiene Bera para que de una localidad tan pequeña salgan tantos músicos?

No lo sé. Algunos dicen que le echan algo al agua, otros que es por el aire… (risas). Lo cierto es que es algo que llevan fomentando desde mucho tiempo atrás. Han salido muy buenos músicos de Bera, lo han sabido transmitir en su escuela de música. Ahora está de profesor Igor Telletxea, que sigue tocando en directo, y está plasmando esa influencia en sus alumnos. El batería de mi proyecto Rüdiger es un alumno de Igor, por ejemplo. La tradición sigue viva. Hay un local de ensayo que siempre está lleno de grupos… Se aprecia mucho la música en Bera.

El primer disco de Rüdiger llegó casi por sorpresa. ¿Cómo nació este The dancing king?

El primer disco, Before it’s vanished, fue más un proyecto de pandemia, sin aquellas circunstancias no hubiese sido posible. Aprendí a tocar la guitarra y dimos forma al disco. Para el segundo me he tomado más tiempo. Entre medias hemos hecho dos discos con Willis Drummond, hemos girado por muchos sitios de Euskal Herria y de fuera, estuvimos en Asia… El 5 de enero terminamos la gira. Para este segundo disco me metí en el estudio Shorebreaker, que lo lleva mi hermano Johannes. Él ha sido el productor del disco. Hemos estado dos años trabajando juntos, también con los miembros de la banda y los invitados. Lo hemos hecho sin prisas, las canciones han podido reposar y el disco ha tenido tiempo para encontrar su forma definitiva. Cuando hemos sentido que estaba terminado, lo hemos sacado. Esto no es lo habitual, normalmente tienes un tiempo limitado para estar en el estudio. En nuestro caso, lo hemos utilizado como un laboratorio de pop.

Las canciones están muy elaboradas, hay mucho trabajo de producción. ¿Cómo las compone? 

El disco tiene muchos arreglos, es denso, pero, en esencia, las canciones de Rüdiger son canciones de pop, puedes tocarlas con una guitarra. Hay dos canciones que las hice con el piano, pero el resto está hecho con guitarra y voz. Cuando veo que tengo una canción que se sostiene es cuando empiezo a trabajar en ella; pruebo cosas, arreglos, instrumentos… Las intentamos llevar a otros sitios. El disco bebe de muchas fuentes musicales.

En el disco hay cuerdas, clarinetes, flautas, contrabajos y trompetas, pero también sintetizadores y teclados. ¿Le ha resultado sencillo mezclar lo orgánico con lo electrónico?

Para mí es algo natural, escucho música de muchos estilos distintos. El trabajo de mezclar y producir lo ha hecho, sobre todo, mi hermano. Le doy un punto de partida, le paso una demo que he hecho en casa, y a partir de ahí intentamos mejorar esa idea inicial. En el disco conviven elementos que normalmente no suelen mezclarse fácilmente, y ese es el mérito de mi hermano, que es el que consigue que todo suene natural. 

Las letras hablan de amor, inmigración, el calentamiento global… ¿Cómo las enfoca?

Las letras tocan temas bastante diversos. Memories, la canción que abre el disco, habla del viaje de un migrante, es un amigo al que invitamos a un concierto y, cuando volvíamos a casa, nos contó su historia. Hay letras anticapitalistas, otras que hablan de la familia, de la pérdida de un ser querido… Son preguntas que me hago en mi día a día, temas que me interesan o me preocupan. Diría que son letras bastante terrenales, tocan temas muy concretos que están presentes en mi vida o en la de los que me rodean.

¿Qué planes tiene para la gira? ¿Cómo va a trasladar los sonidos del disco a los directos?

Ya hemos empezado con la gira, arrancamos el 1 de diciembre en Biarritz y funcionó muy bien. En el disco hay muchos sonidos, es denso, pero hemos encontrado la fórmula de plasmarlo en directo utilizando teclados, sintetizadores, samplers… Algunas cosas las simplificamos, dejamos espacios para otros instrumentos… El trabajo del directo es encontrar los elementos que definen la canción, su columna vertebral. Una vez que encuentras eso, puedes darle todas las formas que quieras, que seguirá siendo la misma canción. De todas formas, yo creo que una cosa es el disco y otra el directo. No hay que intentar que suene exactamente igual. Tengo mucha suerte con los músicos de la banda, tienen mucha experiencia y lo hacen todo muy fácil. Tenemos conciertos hasta marzo. Tocaremos quince conciertos programados; muchos por Euskal Herria, pero también iremos a Barcelona y a Madrid. Intentaremos llegar a otros puntos de España antes de verano, pero de momento eso es lo que tenemos.