Con la sala ya bastante llena irrumpió en escena Verde Prato, nombre artístico tras el que se esconde Ana Arsuaga. De un tiempo a esta parte, la cantante de Tolosa está obteniendo bastante reconocimiento y notoriedad. Como siempre hace, se enfrentó al público en solitario, con el único acompañamiento de su teclado, desde el que iba lanzando ritmos sencillos y tenues acompañamientos. El encanto de su propuesta lo aporta ella, con su vaporosa presencia y su fina voz. Actuó durante poco más de media hora, e interpretó canciones de los trabajos que ha publicado hasta la fecha: Kondaira eder hura y Adoretua. Sus canciones, mayoritariamente escritas en euskera, apelan más a la emoción que al baile, en una suerte de pop folk electrónico. Sorprendió con su muy personal versión de Zu atrápate arte, el clásico de Kortatu (ya la incluyó en Euskal pop erradikala, un epé en el que revisaba viejos himnos del rock radical vasco), y conectó con el público, especialmente en el tramo final, como por ejemplo cuando interpretó Neskaren kanta, que fue, de lejos, la canción más coreada de la noche. Se despidió con un bis en el que logró un efecto coral doblando su propia voz.

En una noche consagrada al talento joven y femenino, la segunda en actuar fue Jimena Amarillo. La valenciana salió a escena al grito de “¡Buenas noches, lesbianorras!”. Habló mucho durante todo el show; su locuacidad se debía a su nerviosismo, según ella misma aseguró. Interpretó temas de su segundo álbum, La pena no es cómoda, como la canción que abre y da título al disco (plagado de bombo a negras), Billete de amor (“esta es bonita, aunque un poco moñas”, dijo al presentarla), o Caldo por el brazo, en la que su voz se acercó más al rap. Le compararon dos músicas, una teclista y una batería que en ocasiones tocaba también el bajo.

No podía faltar su canción más escuchada en plataformas, Ni se nota, a pesar de que reconoció, suponemos que irónicamente, que no la soporta. Seguramente por eso le dieron la vuelta a su estilo, aunque, a pesar de los cambios, el público la reconoció y la cantó de principio a fin. Sorprendentemente furiosa (aunque los sonidos estaban grabados) sonó Tu sangre de la mía, puro ejercicio de indie rock. Y Cómo decirte, mi amor logró hacer cantar, de nuevo, a gran parte de la sala; en esta, la teclista tocó un solo de saxo, lo cual llevó el tema al terreno de la balada más tradicional. Y siguió con la variedad estilística: un corte de sus inicios, Bloque, en el que se volvió a reivindicar como rapera; Tres amigas tuyas, mucho más urbana y festiva; o Jugando a los Sims, auténtica golosina pop. No cabe duda de que la propuesta de Jimena Amarillo era mucho más bailable y festiva que la de Verde Prato, que apostó por la introspección, pero el discurso de las dos artistas también coinciden en algunos puntos comunes y sus dos actuaciones empastaron bien, en contra de lo que, a priori, podría parecer. Nuevo acierto del Santas Pascuas, que continúa acercando a Pamplona las nuevas propuestas.