En Vida y maravillas (Anagrama), Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) presenta su viaje por la vida casi como una novela que arranca con un niño que se aficionó a la lectura a causa de unas fiebres y en la que habitan personas y personajes que han marcado su historia y su cine. Retirado del cine desde 2008, cuando presentó su último largo, Todos estamos invitados (2008), el director de Habla, mudita, Demonios en el jardín y La mitad del cielo, entre otras, ha visitado la Filmoteca de Navarra para charlar con el escritor pamplonés Manuel Hidalgo de su libro y de Maravillas, una película especial “porque con ella me sentí, por primera vez, dueño del medio”, cuenta.
Antes viajaba para presentar sus películas, ahora lo hace con sus libros. Está claro que el mundo de la literatura es más silencioso y menos mediático, ¿qué le resulta más estimulante?
–Hombre, yo he viajado muchísimo con los estrenos y ahí iba con los actores, los técnicos, el productor, y me sentía más arropado. Me gustaba un poco el revoltillo del cine, ese estar acompañado de gente siempre, lo echo de menos, y, aunque me adapto bien a las entrevistas más literarias que cinematográficas, esto es más solitario.
Quizá la literatura sí le permite sentirse más dueño del universo que crea en cada libro.
–No, no, en el cine, y teniendo en cuenta que yo era guionista y director, sentía que lo controlaba todo. Incluso más, porque tenía que controlar a los actores, a los técnicos, la historia... En literatura, una vez que entrego el libro, procuro olvidarme de lo que he contado y de las cosas que lo acompañan, pero una película te acompaña mucho más tiempo. Se te echa encima. Aunque, bueno, hay veces en que hago doblete, como aquí, presentando libro y película.
Cuando, en su juventud, se trasladó a Madrid quería ser periodista.
–Sí, me he sentido siempre cerca de la escritura por muchas razones. No pude entrar en la facultad de Periodismo, así que me matriculé en la Escuela de Cine solo para ver películas, no para hacerlas. Entonces me asustaba mucho el aparato que rodeaba al cine. De hecho, cuando empecé a dirigir, tardé dos o tres películas en adaptarme a que la creación en el cine tienes que hacerla rodeado de gente y a que en cine no se puede borrar y es difícil repetir porque es muy caro. Así que, al principio, como venía del mundo de la escritura, tuve que convencer a mis colegas de que yo era como ellos, que quería ser un cineasta, y cuando me retiré de la dirección, me pasó lo contrario. Tuve que convencer a la gente del mundo literario que quería ser uno de ellos (ríe). En fin, a la hora de contar una historia, los trucos para mantener el interés del espectador o del lector son muy parecidos.
Cuando anunció su retirada del cine, comentó que uno de los motivos tenía que ver con que, con la evolución de la producción, para sacar un proyecto había demasiadas voces opinando. ¿Fue lo que más pesó?
–Sí. La razón fundamental por la que dejé el cine es que siempre he tenido muy buenos productores, como Elías Querejeta, Luis Megino o Gerardo Herrero, que también eran cineastas. Con ellos podía hablar de tú a tú. Ahora no sabes con quién tratas, porque en las plataformas abordas un proyecto con varias personas a la vez. Además, hay una cosa que la gente no sabe, pero debía saber, y es que cuando terminas de tratar con alguien y pasan uno o dos meses, ese señor ya no está y suele haber otro que no está de acuerdo con lo que acordaste con el anterior. Y, a mí, todo eso me parece muy complicado. A los que empiezan ahora a hacer cine, como ya existe toda esa estructura, pues les resultará más fácil acostumbrarse.
En el momento en que hizo público que lo dejaba, en 2008, dijo que sentía que el cine de autor no tenía ya cabida en las salas.
–Hay un tipo de cine más personal, de autor, que entonces tenía peor cabida, aunque tengo que reconocer que ahora ha vuelto un poco a las salas. Veo que hay directores como Sorogoyen o como Jonás Trueba que han conseguido dominar un poco el medio y pueden hacer un cine personal y reconocible. Cuando yo decidí dejarlo, me parecía que las cosas habían cambiado mucho, demasiado, sobre todo eso de tener que tratar con una oficina, no con una persona. Pero veo que estaba equivocado y que es posible hacer cine de autor también ahora. Otra cosa es que la gente lo admita, pero, en fin, tampoco antes éramos tan admitidos.
¿A qué se refiere?
–Pues que si hay algo que a los cineastas no les gusta mucho es la crítica y los festivales. La primera, por motivos evidentes, y los segundos, porque o no te ponen a la hora que quieres o ni siquiera te seleccionan. En mi caso, sería muy ingrato si me quejara porque, sobre todo al principio de mi carrera, la crítica me fue favorable y gracias a los festivales me abrí paso.
Hablábamos antes de cine de autor, que no solo ha vuelto a las salas, sino que donde es difícil verlo es en las plataformas, donde parece que se repite una fórmula una y otra vez.
–Como es lógico, los ejecutivos de una empresa audiovisual siempre se apoyan en el último triunfo. Y, así, intentan que las películas o las series se parezcan a las que tuvieron éxito la última vez. Y luego hay una cosa muy paradójica que la gente no sabe y deberíamos decirla, y es que tú no puedes obedecer exactamente todo lo que te dicen los ejecutivos de la plataforma, porque luego a ellos tampoco les gusta. Les das lo que te han pedido y de pronto te dicen que no tiene gracia, que es anodino, que no tiene fuerza porque es una cosa imitativa, algo que ya han visto...
No sé si ha visto la última película de Nanni Moretti, ‘El sol del futuro’, concretamente esa escena de la reunión del director con los ejecutivos de Netflix que le dicen que su historia necesita un ‘momento WTF’.
–(Ríe) Eso es, exactamente. Nanni Moretti lo cuenta muy bien. Ellos no quieren una historia, buscan un impacto. Nosotros intentábamos contar una buena historia que emocionara, que interesara, pero lo del impacto... Un impacto es el disparo de una escopeta...
¿Sigue de cerca el cine español actual?
–Aquí tengo que entonar un mea culpa, porque veo bastantes películas en la tele. Y en parte lo hago porque en las salas me molestan las palomitas y, sobre todo, las pantallas de los teléfonos. Pero, vamos sigo yendo al cine y sigo pensando que no hay nada mejor que una sala oscura para verlo. Hay un momento irrepetible, y es cuando se apagan las luces y se enciende el foco de la proyección. Es único. Cuando empieza una música en la penumbra es embriagador; como un encuentro amoroso. Los primeros diez minutos de una película siempre son maravillosos; luego, ya depende de la película.
¿Qué diría que marca el cine español de los últimos años?
–Pues mira, puede que lo que voy a decir ahora suene paradójico, y seguramente lo es, pero, por un lado, estoy totalmente en contra de las cuotas, y, por otro, pienso de verdad que lo más importante que ha ocurrido últimamente en el cine español es la incorporación femenina al cine. Y no solo a la dirección, sino también en otros departamentos. En ese sentido, hay películas actuales que son una muestra del feminismo en marcha. Es decir, que debo reconocer que la discriminación positiva ha funcionado y las mujeres han traído un aire nuevo al cine español.
Manuel Gutiérrez Aragón también militaba políticamente con las historias que contaba.
–Pues, quieras que no, sí. Claro, en el momento de la Transición, el cine era muy importante. Tanto el que venía de fuera, pero también el que hacíamos nosotros. Había muchas películas prohibidas y el espectador era muy cómplice con las nuestras. Eso se ha perdido ya. Ahora nos critican porque piensan que la gente del cine forma una clase privilegiada porque recibe subvenciones. Esa idea promovida por la derecha ha cundido y ha hecho mucho daño al cine español.
Después de cinco novelas, un libro de relatos y otro de cine, ¿era el momento de las memorias?
–Pues, aunque esto no es un encargo, ya me habían comentado varias veces que esperaban un libro con mis memorias. Vida y maravillas no es exactamente un libro de memorias del cine, porque habla de muchas otras cosas que no son mis películas, de las que escribo poco, aunque las que he hecho también reflejan un poco mi mundo personal y algunas son testimoniales de mi vida. Demonios en el jardín o La mitad del cielo hablan de cosas que he visto y he vivido, o sea que tampoco era muy necesario escribir unas memorias porque ya las había rodado...
¿Y cómo ha sido este viaje literario?
–Pues me ha aclarado algunas cosas. Cuando tienes que escribir sobre lo que has visto y has vivido, tienes que definirte un poco. Por ejemplo, viví una época política muy especial, como fue la Transición, en la que ibas día a día porque, aunque ahora podemos hacer spóiler y decir cómo terminó, entonces era una película que no se sabía si iba a terminar bien o mal. Y no fue un regalo que nos trajo la monarquía, ni fue un pacto con el ejército y el rey, para nada, sino que costó mucha sangre y fue fruto del esfuerzo del pueblo español.
¿Qué opina de las críticas que recibe hoy la Transición?
–Me sientan mal. Aquello no fue algo pactista, porque al final sí hubo una ruptura, aunque no violenta. Se rompió con la dictadura y se hizo una democracia como la que tienen los países que nos rodean.
Víctor Erice ha vuelto al cine después de muchos años, ¿haría lo mismo?
–Alguna vez me lo he planteado, pero luego cuando ya empiezo a notar que hace frío, me echo para atrás (sonríe)...