Por su pasada experiencia como librero, Mikel Guerendiain Azpiroz (Ciáurriz, Valle de Odieta) sabe que publicar no es sencillo. Por eso está encantado con Pepitas de Calabaza, la editorial que no dudó a la hora de hacerse con Mauro, una novela que parte de una de las mayores evasiones carcelarias de Europa, para desplegarse en cinco partes: El penal, La huida, El pueblo, El bosque y La frontera.
En ellas, el escritor, que ejerce de profesor de Geografía e Historia en diversos institutos públicos de Navarra, cuenta la historia de lo sucedido durante aquellos días de 1938 a través de una colección de personajes variopintos que hacen al lector cómplice de sus pensamientos más íntimos, sus miedos, sus alegrías, sus tormentos y sus esperanzas. En esta novela, el foco está puesto en la primera persona.
El tema de la fuga del penal franquista de San Cristóbal, en el monte Ezkaba de Pamplona, ya lo abordó en parte en su obra de teatro ‘Algoritmos’, pero ahora lo desarrolla mucho más. Resulta curioso que una gesta como la sucedida en 1938 no haya tenido más espacio en la ficción literaria.
–Después de la presentación del libro en Walden, he llegado a la conclusión de que la fuga fue un acontecimiento histórico que no tuvo ninguna trascendencia en el sentido de que no cambió ni el gobierno de aquí ni el curso de la guerra ni nada, pero que es bonito porque lo protagonizaron personas anónimas. Como historiador, sé que siempre se suelen destacar las grandes gestas, pero casi nunca se cuenta cómo vivieron esos episodios los campesinos o la gente del pueblo. Por eso esta es una historia bonita; además, aunque acabó mal para la mayoría, sí hubo algo de esperanza al final, con esas tres personas que se sabe que llegaron al otro lado de la frontera. Y también creo que es una historia que está más vigente que nunca.
¿Por qué?
–Por varios motivos, pero, sobre todo, porque es un tema que se sigue investigando y trabajando. Ahora mismo sabemos mucho más de la fuga que hace 20 o 30 años. Yo recuerdo que a mí nadie me habló de este suceso cuando estudiaba Bachillerato; tampoco en la universidad. Afortunadamente, ya hace un tiempo que esta historia se ha recuperado.
En efecto, hay varios ensayos que profundizan en lo acontecido, pero ¿qué le llevó a escribir una novela?
–Fue a raíz de conocer el libro Los fugados del fuerte de Ezkaba, de Fermín Ezkieta, que se publicó cuando yo todavía era librero (2013), y se ha reeditado varias veces con nuevos datos. El caso es que yo estaba en la Feria del Libro de aquel año y me llamó una amiga de Ciáurriz para decirme que su madre aparecía en él. Compré un ejemplar para ella y otro para mí y descubrí que había cuatro entrevistados de mi pueblo. Ahí nació mi interés por este tema y, seguramente, el germen de esta obra.
Que quiere dejar claro que es una ficción.
–Totalmente. Mauro es una novela. Trato la fuga con el máximo respeto, pero, por supuesto, me he tomado las licencias que he querido. Hace poco me preguntaron dónde colocaría este texto en una librería, ¿en novela histórica o en narrativa? Y yo dije que en narrativa. Más que nada porque la histórica tiene unos cánones concretos, más de 500 páginas, una descripción de personajes, etcétera, y eso a mí me aburre. Yo quiero que los personajes sean descritos por sus acciones, y también querría destacar que la novela va ganando ficción conforme avanza.
"Viendo la ola reaccionaria actual, queda demostrado que es mentira eso de que conocer la historia sirve para no repetirla"
¿A qué se refiere?
–Pues a que el germen también está en que he tenido la suerte de crecer en un pueblo sin redes sociales ni teléfono móvil, lo que hizo que desarrollara mucho la imaginación. No sé si para bien o para mal, pero así fue (ríe). En Ciáurriz había buenos narradores de historias y yo les escuchaba y observaba mucho. Hablaban de personajes estrambóticos, estrafalarios que habían vivido allí antes de que yo naciera y todo aquello me fascinaba, así que luego me inventaba mis propios personajes, como también he inventado los que aparecen en la novela y viven en los pueblos que cruzan los fugados.
‘Mauro’ tiene una estructura y una forma de narrar peculiares. ¿De dónde sacó la idea de ir intercalando las voces de los personajes todo el tiempo?
–Hace muchos años leí Mientras agonizo, una novela de Faulkner, que cuenta la historia de una mujer que se está muriendo y pide a su familia que la entierren en la ciudad de Estados Unidos en el que nació. La historia se centra en los distintos puntos de vista de los personajes durante el viaje que realizan junto con el cadáver de la fallecida. Recuerdo que esa forma de narrar me marcó mucho y que cuando pensé en escribir Mauro, me vino a la cabeza. Porque en esta novela no quiero contar la fuga del penal de San Cristóbal, sino las complejidades del ser humano a través de unos personajes que viven al límite. Desde los que están en la cárcel franquista, que sobreviven en unas condiciones penosas y comparten sus pensamientos, ya sean de filosofía, como Inocencio, o del deseo de llevar a su madre a conocer el mar, caso de Isidro; hasta las mierdas que tienen encima los perseguidores. En el fondo, es como si hubiera escrito un montón de novelas en una.
¿Y de dónde sale la estructura en cinco partes?
–La vi muy clara desde el principio. Hay gente que me ha dicho que la primera parte se le hace lenta, y me parece perfecto, porque esa era la intención. Es que, al principio, los presos están quietos, en la cárcel, y, por lo tanto, no puede haber movimiento; hay que presentar a los personajes, planificar la fuga... Pero, conforme la historia va avanzando, todo se acelera y te das cuenta de que la cosa se va a complicar.
Es que huyeron casi 800 personas y, aunque su intención era pasar a Francia, muchas no supieron orientarse.
–Claro, algunas acabaron en el río Bidasoa, otras en Estella y otras no se sabe dónde... Además, aquel fue un mayo muy lluvioso.
En la novela, algunos de los fugados acaban cruzándose con vecinos de los pueblos.
–Y me costó mucho encontrar el equilibrio entre los presos fugados, los guardias que les persiguen y la gente de los pueblos, que son, sobre todo, Basilisa, una mujer que se sabe de memoria lo que pone en todas las lápidas del cementerio, y don Eugenio, el cura, que tiene una crisis existencial enorme. En ese sentido, quería escribir una novela dentro de una novela.
¿Los personajes están inspirados en personas que conoce?
–No, pero creo que todos tienen un poco de mí. El cura, por supuesto, pero también Teodosio, con su chulería; el médico, con su impotencia; Tomasito, con su odio... Es curioso, mi abuelo fue falangista, como tantos abuelos en esa época, pero nunca me quiso contar nada de la guerra. Supongo que es porque las guerras son una mierda y porque se juzga mucho el pasado con la mentalidad del presente y eso es algo que siempre les digo a mis alumnos que no hay que hacer. A todos nos podría haber pasado que nos tocara en el bando franquista, aunque también está la libertad de elegir, claro.
No vamos a contar quién es Mauro, pero cómo se le ocurrió el título.
–A mí me encanta el tema de la guerra civil y hay un novelón sobre este tema que recomiendo a todo el mundo, El corazón helado, de Almudena Grandes, que en su primer matrimonio tuvo un hijo al que llamó Mauro. Es un homenaje a ella y, a la vez, me servía porque quería un nombre que no tuviera ninguna connotación geográfica ni nada.
Supongo que sabe que va a haber gente que diga eso de ‘otra novela sobre la guerra civil’.
–Lo sé, y me hace gracia porque lo mismo se dice del cine y resulta que no hay tantas películas sobre la guerra civil. Eso es una gran mentira. También sé que habrá gente que me diga que en el otro bando también se asesinó, y en ningún momento digo que no, solo que esta es mi historia y la he narrado como he querido. Si otra persona quiere hablar de otra cosa, que escriba su novela. De todos modos, y aun reconociendo que hubo atrocidades en ambos lados, a veces se nos olvida que la legalidad democrática y vigente era la que era. Y que los otros mataban por dios... Esto también está muy vigente teniendo en cuenta la ola reaccionaria actual. Queda claro que eso de que conocer la historia sirve para no repetirla no es verdad. Ahora vivimos una campaña de propaganda tremenda que da miedito.