"La risa es un arma muy poderosa; nos hace invencibles"
Salva Reina, Felipín en la película que le ha hecho ganar un Goya, ‘El 47’, visita estos días Pamplona. Este sábado 5 de abril ha actuado por la tarde en la Escuela Navarra de Teatro (ENT) y volverá a hacerlo este domingo 6, con el aforo lleno
Cercano, como si lo conocieses de toda la vida. Así suena Salva Reina (Las Palmas de Gran Canaria, 1978) al otro lado del teléfono. El actor y humorista, que se reconoce “de risa y lágrima fácil”, y malagueño de corazón, ha traído a Pamplona su monólogo Prohibido echarle cacahuetes al mono.
¿Quién es el mono y qué le altera?
(Ríe) El mono soy yo, el mono soy yo (ríe). Es un poco como una frase de: eh, no me toques las palmas que me conozco, o alguna cosa así. Es analizar un poco cómo está la vida y tampoco me sopléis que ya escuece solo, ¿sabes?, va en esa línea. Es un personaje muy loco, que se sube al escenario, que habla de un poco de todo y entonces el título es como un aviso de cuidado con el perro, ¿sabes?
¿El humor es una herramienta clave ante la incomprensión del mundo?
Completamente, el sentido del humor siempre nos salva, la risa es un buen flotador. Como dices, es una buena herramienta para afrontar las averías a las que nos va sometiendo esta sociedad en la que vivimos.
¿Qué es lo que Salva Reina no comprende del mundo o qué le escuece de él?
Sobre todo los abusos de poder gratuitos, la falta de humanidad. Las minucias que están por encima de las personas, ¿sabes? Cuando las cosas están por encima de las personas y de comunicarnos entre nosotros y entendernos, me pongo un poco mono (ríe).
El personaje al que da vida en este monólogo al final es como un clown que pasa rápido de la risa al llanto. Todos tenemos esa parte primaria, pero igual la vamos dejando ahí anestesiada o no nos permitimos darle rienda suelta, o no nos lo permite el sistema. Imagino que será liberador volver a sacar a relucir lo primario del ser humano, ¿no?
Sí, siempre es una terapia subirse al escenario, y más con este personaje que se atreve con todo, siempre pidiendo perdón, con inocencia, sin maldad, pero diciendo un poco lo que ve y lo que piensa. Es un poco un niño grande, un clown, como dices, capaz de pasar de la risa al llanto, se mueve por instintos primarios e intenta conectar con el público, que al final es lo que le gusta, la gente.
“Sigue habiendo muchos Torre Barós, y ojalá hubieran muchos Felipines que luchasen desde la entrega y el trabajo por los colectivos”
Esa parte usted siempre la tuvo liberada, ¿no? Desde que dijo a sus padres que quería ser payaso...
Sí, sí, siempre... Ojalá, es una cosa que me inquieta mucho, es una profesión para mí de las más valiosas que hay, de las más valientes, y ojalá, ojalá yo pudiese algún día ser payaso, pero bueno, es lo más cercano que tengo ahora mismo, mi profesión de actor, es la manera de conectar con ese clown.
Estudió Educación Física y llegó a trabajar como profesor. ¿Cómo optó luego por la interpretación y cómo lo recibió su familia?
Bueno, pues lo recibieron con cierta inquietud, porque, claro, las personas que te quieren quieren lo mejor para ti, y esta es una profesión con muchos sinsabores, con muchos altibajos, hoy estás, mañana no estás, con muchas ausencias, complicada. Entonces, entiendo que unos padres lo que quieren es que tú tengas seguridad, que no pases fatigas, que estés bien. Y claro, pues esta profesión no invita a ello. Pero bueno, en el momento en que ellos ven que tú eres feliz, que es lo que te hace ilusión, que es lo que te realiza, pues al final lo comprenden; yo siempre me he sentido muy apoyado.
Claro, el estar bien pasa por hacer lo que a uno le gusta, ¿no?
Total, total. Yo creo que al final cuando encuentras lo que te hace feliz y te dedicas a ello, es el éxito. Ese es el éxito. No hay otro. Es dedicarte a lo que tú quieres; el éxito es eso, estar en ese camino.
Desde la serie Allí abajo, como suele decirse, está en el candelero, en el escaparate; y últimamente más con el Goya que ha ganado por por su papel en El 47, ¿cómo lo lleva?
Bueno, recibiendo muchísimo cariño, abrumado por tantas muestras de cariño, y con los pies en la tierra, sabiendo que es algo precioso, es algo muy bonito, me siento muy afortunado, pero que no soy ni mejor actor ni mejor persona que antes de ayer, que no tenía el Goya. Entonces, a seguir trabajando, con los pies en la tierra y con tranquilidad, poquito a poco, que es de lo que se trata.
“El Goya es algo precioso, me hace sentirme muy afortunado, pero por tenerlo no soy mejor actor ni mejor persona que antes”
¿Qué ha supuesto para usted El 47?
Pues mira, para mí ha sido la posibilidad de participar en una historia que me parece muy necesaria, creo que cuenta una historia reciente de nuestra historia, valga la redundancia, de nuestro país, que es vital para comprender la historia actual. Y sobre todo para mí, como andaluz, ha sido conectar con toda esa generación de miles de personas que tuvieron que emigrar buscando situaciones mejores para ellos. Ha sido un viaje muy enriquecedor, tanto en lo actoral como en lo personal.
Su personaje, Felipín, es un símbolo de lucha, de no rendición. ¿Por qué cree que deberíamos salir a la calle a luchar hoy?
Uf, ojalá. Pues mira, sigue habiendo tantas injusticias... Sigue habiendo muchos Torre Barós, sigue habiendo gente que no tiene nada, existen muchísimas injusticias sobre las que ojalá hubieran muchos Felipines que luchasen desde la nobleza, desde la entrega y desde la absoluta generosidad y el trabajo por los colectivos, que creo que actualmente es algo que no está muy de moda... Ahora mismo el yo, yo, yo primero, quererse uno, que está muy bien, ¿eh? Hay que quererse uno, hay que estar bien uno por dentro, eso es evidente, pero quizá le estamos dando muchísima prioridad al yo, al yo, al yo, cuando de repente el colectivo es lo que nos une a todos y el bienestar común es lo que hace que podamos también estar bien individualmente. Y quizá estamos olvidando y dejando un poco de lado todas esas cuestiones del bien del colectivo general, ¿sabes? Ojalá hubiera muchos Felipines.
Motivos no faltan para salir a protestar; pero nos quedamos en casa ante la pantalla, viendo series o dándole al clic, parece que protestar ya es unirse a una reivindicación en las redes. ¿Qué nos pasa? Igual es lo que comenta del individualismo.
Yo creo que sí, que actualmente, yo el primero, estamos sumidos en una dirección hacia el bienestar personal, que me parece muy bien, pero creo que el bienestar común es algo que no debemos olvidar, que está ahí y que es lo que nos hace avanzar como sociedad. Que no nos roben eso, que podamos seguir disfrutando de ese bienestar común es algo en mi opinión fundamental.
Cuando recogió el Goya, dijo: “Por los migrantes, por la vivienda”. “Ninguna persona es ilegal”. Habría que decírselo a Trump.
Sí, sí. Bueno, a ver, ha tenido una cierta controversia esa frase. Pero es un tema de concepto. Yo no estoy hablando de políticas migratorias, ni de cómo hay que afrontar los movimientos migratorios actualmente. Ese es otro debate, y nos podríamos sentar y habrá gente que opine que hay que cerrar las fronteras, habrá otra gente que opine que hay que abrirlas, gente que piense que se tiene que intervenir en los países de origen..., cada uno tendrá sus ideas de cómo gestionar esta historia. Pero lo que está claro, por un tema de concepto de humanidad, es que las personas no son ilegales, ese adjetivo no es algo que tú puedas añadir a una persona, porque por concepto no se puede. O sea, una persona puede ser morena, rubia, puede ser alta, baja, comparada según con quién, pero ilegal no. Es un término que no le corresponde a una persona. Y al final, cómo se nombren las cosas es importante. Una de las enseñanzas que nos da El 47 es que, al final, las personas están por encima de todo. Y que la humanidad no nos puede faltar; y yo entiendo que existe esa buena fe, que nadie quiere el mal, a lo mejor soy un Felipín y entiendo que nadie quiere el mal para otra persona así de manera voluntaria, ¿sabes?
“Siempre quise ser payaso, y ojalá llegue a serlo algún día, es para mí una de las profesiones más valiosas y valientes que hay”
A veces caricaturizamos a gente como Trump, pero desde luego lo que está haciendo tiene sus muchas y muy graves consecuencias.
Sí, muchas veces quizá a través del humor hacemos un flaco favor; no sé, es todo tan complejo que no se sabe muy bien cómo acertar.
Volviendo a su humor, ¿cuál es la mayor fuente?, ¿la observación de la vida cotidiana?
Total. Al final la realidad supera la ficción, millones de veces, cualquier anécdota que te cuente un amigo es mucho más surrealista que cualquier historia que nos podamos inventar. La vida es una fuente inagotable, ya no solo para los monólogos, también como actor, y como persona. Al final se trata de estar abiertos un poco a lo que hay para trabajar con empatía.
Y el monólogo con el que llega a Pamplona, ¿ante qué puede hacernos reflexionar? ¿qué temas toca?
Habla de ciertas cuestiones actuales, de ciertas cuestiones políticas, habla de cómo eran las cosas antes y cómo son ahora, y la gente se siente reflejada. Pero el mayor mensaje que lanza mi monólogo es que hay que tomarse la vida con humor y hay que reírse, que la risa es una arma muy poderosa con la cual nunca nos pueden ganar. Con la risa eres invencible.
Y siendo tan vital como es reír, ¿por qué la comedia sigue siendo un género algo infravalorado respecto a otros? En el cine por lo menos en cuanto a premios.
Sí, pues tampoco sabría decirte, la verdad. Es cierto que si miras la temporada de premios, casi siempre se premian dramas o thrillers o historias más sociales, no lo sé, supongo que será cuestión de corrientes... Por ejemplo, hace unos años tuvo muchísimo éxito El buen patrón, que no deja de ser una comedia. Al final lo que cuenta son las historias, y además cuando trabajas tampoco lo haces pensando en los premios, ¿sabes? El premio es hacerla, es contarla. Te puedo asegurar, yo ahora que soy productor, que levantar una obra de teatro, una producción o una obra audiovisual, una película, es un hecho heroico, se tienen que alinear los astros; entonces el premio ya es poder hacerla. Si llega la temporada de premios y a la gente le ha llamado la atención y se reconoce, pues una píldora maravillosa, una guinda del pastel, pero el premio es estar ahí.
“No puedo con los abusos de poder gratuitos y la falta de humanidad, con que haya minucias por encima de las personas”
¿Qué o quién le hace reír a Salva Reina?
(Ríe) A mí muchísimas cosas. Muchísimas cosas. Soy de risa fácil, y de lágrima fácil también. Desde lo más cotidiano hasta lo más alejado de la realidad, cualquier comentario, cualquier charla con amigos, las personas... yo creo que las personas es el mayor tesoro que tenemos y cualquier charla con alguien te saca miles de anécdotas y de risas.
¿Qué tipo de papel le gustaría interpretar que no lo haya hecho aún, que lo tenga ahí como un reto?
No tengo esa inquietud, la verdad, pero bueno, para un actor siempre es atractivo algo completamente diferente a las cosas que ya has hecho, ¿no? De repente decir, joder, qué guay poder hacer esto, nunca me había enfrentado a algo similar. No sé..., pues por ejemplo ahora así a bote pronto te diría que algo de época así un poco antigua, que nunca he hecho.
Este 9 de abril cumple 47 años, la cifra que da título a la película por la que acaba de llevarse un Goya. ¿Cómo va a celebrarlo?
Bueno, desde febrero hemos tenido ya mucha celebración, hemos celebrado con amigos, de hecho, en una celebración con amigos de mi quinta, como decís allá en el norte de la cuadrilla, ¿no?, un amigo fue el que me lo dijo: tío, este año cumplimos 47. Y digo: hostia, qué fuerte, qué fuerte. Justo esa cifra. Ya te digo, hemos tenido mucha celebración, hemos tenido mucha alegría y lo que venga, bienvenido será. Celebrar siempre está bien, pero creo que este año será tranquilito, en familia y con los seres queridos, una cenita o una merendola tranquilita y pa casa.