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Música

El éxito asegurado del requiem de Verdi

El éxito asegurado del requiem de VerdiIñaki Porto

La gran Messa di Requiem de Verdi es una de esas partituras que lo abarcan todo: espectacularidad, religiosidad, fulgor operístico, una adecuación de la música al texto que conlleva una especial meditación sobre la muerte…, en fin, un conjunto de emociones que llegan al público de inmediato, sin ningún esfuerzo. En el concierto que nos ocupa, el éxito se ha vuelto a repetir. Hay dos maneras de abordar esta obra: más hacia el oratorio, o hacia la ópera. Normalmente suele ganar la ópera. No sabría decir qué criterio tiene, exactamente, Perry So sobre la obra, porque varió los tiempos y, aún con un control absoluto, dejó hacer al resto de los intérpretes. En general, la mezzosoprano dio a su rol un dramatismo dolido; la soprano, más lírica, aportaba esperanza; el tenor y el barítono optaron más por la fuerza y bravura; el coro resolvió bien los dos extremos: el pianísimo y el fortísimo; y la orquesta estuvo impecable en todo lo que se le exigió –incluida la tremenda escala descendente del Dies Irae–.

Orquesta Sinfónica de Navarra

Intérpretes: Orfeón Pamplonés (Igor Ijurra, dirección). Miren Urbieta-Vega, soprano. Ketevan Kemoklidze, mezzosoprano. Mateo Lippi, tenor. Garard Farreras, bajo. Perry So, director. Lugar: Baluarte. Fecha: 5 de junio de 2025. Incidencias: Lleno de no hay billetes.

El comienzo fue magnífico en el pianísimo de la orquesta, expectante, preparando, en el mismo plano, la entrada del coro, que luce redondez y volumen en el fuerte súbito del Te decet. Ayuda al clímax creado, el tempo tranquilo que imprime el titular. Este Requiem es una obra emblemática para el Orfeón, la domina, se expande en los fuertes, pero también está presente en esos bocadillos intermedios, a los que hay que dotar de vida. Las dos fugas (Sanctus y Liberame), me parecieron precipitadas en el tempo: se salva lo espectacular, pero se pierde claridad; no obstante el piano súbito y luego el fuerte, quedan bien definidos. Buenos detalles fueron, también, el colorido y empaste arropador, del Lacrimosa, y los graves del Liberame final.

Miren Urbieta-Vega estuvo magnífica, tanto en técnica como en transmisión emotiva; cantó con cierta austeridad, sin aspavientos, y dando prioridad a lo espiritual: un canto exquisito y rezado. Demostró, además una técnica depurada, al recuperar el bellísimo piano (pppp, pone la partitura) en el agudo del Requiem final. Aportó una luz indispensable al dúo y a los concertantes.

Ketenevan Kemoklidze hizo una versión muy particular de su rol, acomodándola al color, más bien oscuro, de su voz. Comenzó algo inestable, pero se implicó de tal manera en la narración, que nos convenció por ahondar tan profundamente en los textos más dolientes. Volumen potente, se entendió, no obstante, con la soprano, el terceto, y el cuarteto, dando especial empaque a los conjuntos. Mateo Lippi tiene un timbre de tenor verdiano que colma las expectativas. Salió airoso del esperado In gemisco, y, aunque en el Hostias, quiso apianar más, sin ir al falsete, resolvió con más volumen. El bajo Gerard Farreras posee un caudaloso chorro de voz, se impuso bien en los agudos, pero algún matiz más en piano le hubiéramos agradecido.

Detalles en la orquesta, muchos. Grandiosa con la fanfarria, en el palco a modo de estéreo. Perfectas las prestaciones solistas (fagot, flautín, flauta, tuba, etc). Delicadísima la cuerda en el agudo del Dona eis final. Sin vacilación alguna en los cambios de tiempo y de súbitos matices…

Como siempre solemos decir, es un lujo, para una comunidad, afrontar estas grandes obras con los elencos de casa, y poder traer un cuarteto que esté a la altura del compromiso verdiano. Cierre a lo grande. Hasta la próxima temporada, que viene con una programación muy interesante.