Rubén de Eguía: "Todos somos capaces de matar si la situación lo requiere"
El actor catalán da vida a Patroclo en la obra 'En mitad de tanto fuego', de Alberto Conejero, que se verá este domingo por la noche en Olite
A veces, la onda expansiva de un monólogo llega más lejos que la de una gran producción con una veintena de intérpretes en escena. Es lo que ha hecho En mitad de tanto fuego, obra escrita por Alberto Conejero, dirigida por Xavier Albertí e interpretada por Rubén de Eguía, que con este papel fue finalista en la categoría de mejor actor los Max del año pasado.
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El público de la noche del domingo, 20 de julio, de La Cava de Olite (22.00h) asistirá a la escenificación de una canción de guerra, pero también de un oratorio por las víctimas y de un poema oscuro sobre la violencia del campo de batalla y, al mismo tiempo, sobre la violencia del deseo. La Ilíada es el comienzo de este viaje en el que las voces del pasado conviven con las del presente a partir de Patroclo, compañero de armas de Aquiles. Y es que, como dice Alberto Conejero, “seguimos hablando de la guerra de Troya porque todavía sigue ardiendo”.
Rubén de Eguía (Barcelona, 1984) comparte con este periódico lo que está siendo dar vida, ya en más de cien funciones, a este personaje complejo
que es mártir y verdugo, héroe y villano, noble y contradictorio.
Un festival de verano es un poco distinto. El público respira diferente y también hay espectadoras/es que no acuden regularmente al teatro, pero que en verano le dan una oportunidad. ¿Con ganas de Olite?
–Sí, no es lo mismo que hacer la función en un espacio cerrado de Barcelona, Madrid o Valencia. En un festival pasa gente que habitualmente no va al teatro, pero que se siente atraída por la energía que se genera en este tipo de citas o por las actividades que hay alrededor de ellas. También porque son al aire libre. Representar esta obra bajo las estrellas tiene algo especial, por eso las funciones están saliendo muy bien. Pero, claro, también tiene algunas dificultades por ese mismo hecho de ser teatro al descubierto. En un espacio cerrado es más fácil focalizar la concentración; además, está el viento. A veces sopla fuerte y parece que se lleva las palabras.
Repasando su trayectoria, ha hecho cine y televisión, pero, sobre todo, teatro. ¿Por qué?
–Porque se ha ido dando así, la verdad. En televisión las cosas a veces salen de un día para otro, y en el teatro te comprometes al menos a un año vista. Ha habido ocasiones en las que me han propuesto varias sesiones de una serie, por ejemplo, y he tenido que decir que no porque esas grabaciones coincidían con cinco bolos de la obra que estaba haciendo en ese momento, Me han educado en el compromiso, así que, en esos casos, asumo que al escoger una cosa pierdo la otra y ya está. Al margen de eso, lo que me gusta de mi profesión es que puedo ir cambiando de medio, de personajes...
¿En el teatro es más dueño de su trabajo?
–Hay más responsabilidad porque, en cuanto empieza la función, el director no puede intervenir y decir ‘corten, qué mal lo estás haciendo, repitámoslo’. En ese sentido, sí que eres más dueño de tu trabajo, y esto tiene una parte muy excitante que me recuerda al mundo del deporte. Tienes por delante una carrera y tienes que llegar a la meta por ti mismo e intentando mejorar tus marcas. Además, el teatro tiene algo muy bonito, que es la parte de los ensayos. En cine sí suele haber, pero en televisión no tanto. Y, para los actores, la etapa de los ensayos es una maravilla, porque es el momento de probar, de equivocarse, de investigar, de ir más allá...
"Patroclo adquiere esa consciencia de que matar a tanta gente, sea por amor, por parar la guerra o por lo que sea, no ha servido de nada"
Xavier Albertí es el director de ‘En mitad de tanto fuego’. Ha trabajado ya unas cuantas veces con él.
–Creo que es la sexta vez. Lo primero que hice como profesional, a los 24 años, antes de terminar la carrera de arte dramático, fue en el Lliure con él. Y con el tiempo nos hemos ido reencontrando. Lo considero un amigo, además de un maestro. Quizá también un poco terapeuta (ríe). Con lo que él sabe, con los años me ha ido asesorando no solo en temas de la profesión, sino también en cosas de la vida, del amor, de todo... Como diría Valle-Inclán, tiene un cráneo privilegiado. Sabe una barbaridad y tiene la capacidad de unir sus distintos conocimientos. Lo mismo te junta física cuántica con una obra de Cervantes... Creo que las personas más potentes en el ámbito artístico son las que saben asociar ideas que en principio parecen no tener nada que ver entre sí.
En el caso de un monólogo, y más si es como este, ¿resulta especialmente importante la complicidad con el director?
–Totalmente. La complicidad y la confianza. Los dos tenemos que saber a qué vamos a jugar. En este caso, la ventaja es que ya nos conocíamos y yo intuía hacia dónde iba a llevar Xavier algunas partes del texto. Ese trabajo previo es bonito porque luego te mite ir más allá.
¿Cómo surgió la idea de adaptar este texto de Alberto Conejero?
–Mi quinto espectáculo con dirección de Xavier Albertí fue Els homes i els dies, de David Vilaseca y J.M. Miró, en el Teatre Nacional de Catalunya. En esa obra éramos 12 actores en escena, pero tenía incluso más texto que aquí. Al mes o dos meses de acabar, Xavi me dijo que me tocaba enfrentarme a un monólogo, y me recomendó leer un texto de Alberto Conejero. Le escribí para preguntarle por esa obra y me la mandó encantado, pero, a los pocos días, me llamó y me dijo que, sabiendo que estábamos en el proyecto Albertí y yo, había pensado que nos podía encajar bien un proyecto que llevaba dos o tres años en su cabeza y que tenía a medio escribir. Nos dijo que le parecíamos el tándem perfecto para hacerlo, y a nosotros nos gustó mucho la idea. Y así surgió todo, de una manera muy natural. Luego se sumó el Festival Grec y más tarde los Teatros del Canal. Fue todo muy orgánico, fácil, como el que va al casino por primera vez y sale con ganancias. Es que a veces es muy difícil levantar proyectos y con este ya llevamos más de cien funciones.
"Es preciso que algo nos remueva porque ahora mismo vamos por la vida aceptando una gran cantidad de miseria sin cuestionarnos nada"
‘La Ilíada’ es el punto de partida de este montaje, pero no el de llegada, ya que episodios de otros tiempos, también de hoy, resuenan en él.
–Qué bonito lo has dicho; es así, tal cual. El punto de partida es ese y el de llegada es otro. Y eso es maravilloso, porque, incluso yo, haciendo la función, hay momentos en que me pregunto si estoy en la época que narra La Ilíada o en 2025. Ese salto que da Alberto es imperceptible y te pone la piel de gallina. Y es que los clásicos tienen esa capacidad de trascender el tiempo y seguir apelándonos. Hay gente que ha visto la obra y luego te pregunta qué partes son de La Ilíada y cuáles no; cuando la realidad es que Alberto ha cogido cuatro versos del original y un par de frases de algún autor al que admira y ha escrito su propio texto. Eso es lo fascinante de este texto. Hay momentos en que te pierdes y no sabes si estás hablando a las diosas, a la madre de Aquiles, de los héroes guerreros o de los dictadores y los conquistadores de hoy en día o de hace cinco siglos.
En todos esos momentos y ahora la guerra siempre ha estado presente.
–Por eso seguimos necesitando reflexionar sobre ella y preguntarnos qué es lo que no estamos entendiendo. Sobre todo, tenemos que cuestionarnos quién gana y quién pierde, teniendo en cuenta que nadie gana y todos perdemos. De algún modo, seguimos comprando la imagen del héroe de guerra, y no me refiero solo a los que matan, sino a los que van por la vida avasallando y atropellando a los demás, con una actitud híper conquistadora... Deberíamos aprender a poner a esas personas, a esos líderes, en otro sitio.
Hablando de héroes, Patroclo, su personaje, se convierte en uno cuando muere porque Héctor le confunde con Aquiles, que era su objetivo principal.
–Sí, Patroclo mata a mansalva y luego muere. Y es el primero que se cuestiona a sí mismo por esto. Como actor, es una maravilla. Cuando te toca un personaje plano y perfecto es más aburrido; en cambio, cuando haces de un héroe antihéroe como este, es fantástico. Patroclo adquiere esa consciencia de que matar a tanta gente, sea por amor, por parar la guerra o por lo que sea, no ha servido de nada; y empieza a cuestionarse cosas desde la visión del que también ha matado. Eso es maravilloso porque lo coloca en un sitio de conciencia, de culpabilidad... En el texto se destaca que si Patroclo, un ser puro y bueno, ha sido capaz de entrar en la guerra y matar, qué no haríamos los demás. En definitiva, que todos somos capaces de matar si la situación lo requiere. Y eso debería generar alertas sobre las situaciones que estamos propiciando hoy. Lo que plantea Alberto es muy, muy duro; hay mucha crueldad, oscuridad y pesadillas en su texto, pero, a la vez, mucha luz.
¿Esa luz puede alumbrar las barbaridades que se producen hoy en día y que parece que una gran parte de la población no quiere ver?
–Así es. Alberto siempre comenta que la función de los que tenemos la suerte de dedicarnos a esto es cuestionarnos. Somos conscientes de que el arte nunca ha parado una guerra o una situación dramática, pero tenemos la necesidad de seguir revisitando otras épocas y momentos para aportar un granito de arena y que el público salga de nuestras funciones quizá con más preguntas y a veces con alguna respuesta. Es preciso que algo nos remueva porque ahora mismo vamos por la vida aceptando una cantidad de miseria sin cuestionarnos nada. Y esta actitud nos puede salir muy cara. Me recuerda a ese poema de Bertolt Brecht que dice algo así como que hay muchas maneras de matar, desde quitarte el pan hasta no curarte una enfermedad o meterte en una mala vivienda.
Alberto Conejero tiene predilección por los personajes secundarios. Es el caso de Patroclo, una de esas víctimas que algunos, con maldad, han dado en llamar ‘colaterales’.
–Muchos de estos personajes han permanecido entre las sombras y Alberto coge a Patroclo y lo coloca en el escaparate. No es perfecto; tiene muchos matices. Nos lo presenta con sus egoísmos sus rabias, sus incoherencias y sus mierdas... Y por todo eso quizá le convendría ir a terapia (ríe). Es maravilloso porque es complejo.
Se nota que es un personaje que le está dejando huella.
–Si me hubieses preguntado al principio, te habría dicho que era un bombón, un regalazo. Luego, a medida que iba haciendo funciones, más aprendía de él. Esto es lo mejor de esta profesión, que siempre puedes mejorar, y lo que siento ahora, después de haberla hecho más de cien veces, es una gratitud enorme. No quiero dejar de hacerlo nunca; me entusiasma. El otro día lo estaba estudiando y volví a escribir a Alberto para decirle lo maravilloso que es su texto. Siempre aprendo algo nuevo. Cada vez. Suelen decir que los autores y los directores son los mejores en leer las obras, pero yo creo que somos los actores.
¿A qué se refiere?
–A que esas palabras pasan por nuestros cuerpos de una manera muy orgánica y de ahí salen solas, como mantras en los que cada día encuentras algo nuevo. Yo he llegado a esa conexión con este texto. Me sigue fascinando y, como persona, me hace cuestionarme algunas cosas y mejorar. Eso es un lujo; es como volver a los orígenes del teatro, a esa comunión que se daba cuando alguien de la tribu contaba una historia alrededor del fuego. Es mágico. En un mundo de sofá y plataformas, que como consumidor me parecen geniales, de vez en cuando viene bien pararse y ser espectador activo. Una de las cosas más bonitas que me ha dicho el público después de esta función es que se ha sentido en mitad de la guerra de Troya, que ha visto a los caballos y le ha salpicado la sangre.
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