Los brutos, de Roberto Martín Maiztegui, es una producción del Centro Dramático Nacional, que cuenta la historia de Nito, un chico de barrio que entra en una escuela de cine para estudiar guion y da un salto hacia otra vida, más artística y sofisticada. La obra finalizará su recorrido en el escenario de La Cava de Olite el viernes 18 a las 22.00 horas.

¿Cómo cambia el protagonista y qué es lo que tiene que sacrificar en ese camino? 

–Tiene que sacrificarlo todo, o al menos todo aquello que más quiere, porque la historia narra el viaje de un chico que vive en un barrio a las afueras de Madrid, sin ningún vínculo con el mundo del cine. Al entrar en ese universo y emprender ese viaje, se ve obligado a dejar atrás —y casi a traicionar— todo lo que le rodea: su mejor amigo, su novia y su familia. La obra muestra justamente ese tránsito, en el que vemos a Nito desprenderse de todo eso y, de algún modo, intentar mantenerlo vivo, aunque sea a través de la ficción.

Escena de 'Los brutos' Cedida

¿Cómo se relacionan el mundo del barrio y el del cine a lo largo de la obra?

–Se relacionan como dos mundos opuestos. De hecho, la escenografía lo refleja. A un lado del escenario está la maqueta del barrio de Nito, el barrio de Aluche, y al otro, la maqueta de la escuela de cine. De alguna manera, se genera un cruce de caminos escénico que simboliza el dilema del protagonista, que intenta reconciliar esos mundos. La función también habla mucho sobre la escritura, porque es precisamente la escritura y la ficción lo que permite al personaje alejarse de su entorno, pero también es lo único que puede mantenerlo vivo, aunque sea en el escenario. La película que él está escribiendo en la obra recupera todo ese universo del barrio, ese mundo que ya ha dejado atrás, pero que cada noche revive en el teatro.

¿A qué hace referencia el título ‘Los brutos’?

Los brutos tiene varios significados. Por un lado, el protagonista puede verse como un bruto dentro del mundo sofisticado en el que se mueve ahora. Pero también hace referencia al material en bruto que todos tenemos en nuestra vida, y cómo hacemos un ejercicio de corte, de sacrificio, para quedarnos al final con la película definitiva de nuestras vidas.

Esta es una historia sobre retos y aspiraciones, pero sobre todo, sobre el poder transformador de la imaginación. ¿Hasta qué punto determina el entorno nuestra capacidad de imaginar? ¿Y cree que a veces se tiene miedo a imaginar?

–Creo que muchas veces ni siquiera podemos imaginar. La obra vincula la imaginación con la clase social, porque cuando quieres dedicarte al cine, al teatro o al arte en general viniendo de un entorno que no tiene relación con ese mundo, hay barreras evidentes, materiales —como lo que cuesta estudiar en una escuela de cine—, pero también hay una barrera más sutil, quizá más crucial: la capacidad de imaginar que tú puedes dedicarte a eso. Muchas veces, ni siquiera se contempla como posibilidad. Por ejemplo, amigos míos del barrio seguramente tenían más talento que yo para crear, escribir o lo que sea, pero no se lo planteaban como una opción real. Me parece interesante cómo soñamos e imaginamos dentro de unos límites, que son los límites de nuestra propia vida. La imaginación es un arma muy poderosa. Tendemos a verla como algo naif o inútil, pero en realidad tiene una herramienta de gran valor para construir nuestro propio camino.

Representación de 'Los brutos' Cedida

Uno de los riesgos que conllevaba la obra era el de ofrecer una mirada condescendiente de la vida de barrio. ¿Cómo lo ha evitado?

–Me interesaba que la obra tratara temas sociales y políticos, así como la crisis económica de principios de los 2000, pero sin caer en una mirada simplista, como la que podría presentar a Nito como un pobre chico de barrio. Creo que la obra evita eso; es compleja. El protagonista persigue sus sueños, quiere dedicarse al cine, pero también tiene rasgos de ambición, algo de trepa. Es lo suficientemente complejo como para ser interesante y real. Todos tenemos rasgos de ambición, de inocencia... esa mezcla es la que hace que los personajes sean creíbles.

Es una obra que mezcla autobiografía y ficción. ¿Cómo se relacionan estos dos géneros? ¿Son interdependientes? 

–Sí. Para mí la obra no es autobiográfica ni autoficción. Es un artilugio narrativo. El personaje comparte ciertos rasgos conmigo —yo también soy guionista y crecí en el mismo barrio— y dice que va a contar su vida, pero no es mi vida, es la suya. En mi caso, todo vale como material para contar la mejor historia posible: algo que me haya pasado, algo que le haya pasado a un amigo, algo inventado o soñado.Al final, aunque se la llame autoficción o no, los textos siempre tienen mucho de uno mismo, y también mucho de imaginación. Ambas cosas son igual de verdaderas, porque construyen una verdad distinta: la verdad de la obra

‘Los brutos’ es una obra muy teatral a pesar de estar escrita por un guionista, principalmente vinculado al cine. ¿Cree que en un mundo cada vez más audiovisual habría que reivindicar el teatro como una forma más económica y cercana de contar historias?

–Sí, aunque creo que el teatro se reivindica solo. Es muy fuerte, puede con todo. El otro día leía algo de Robert Lepage, el dramaturgo y director canadiense, y decía algo muy bonito: que como ya hay tanta televisión y tantas series, el teatro queda liberado y puede hacer lo que quiera. Me pareció una imagen hermosa. Yo lo estoy viviendo: vengo del audiovisual y esta es mi primera obra, y lo que te da el teatro es muy especial. Juntarnos cada noche, cinco personas en el escenario y cientos en el público, todos imaginando juntos, siendo cómplices del mismo juego... me parece algo irreemplazable. Para mí, es una experiencia única que va a resistirlo todo. 

Momento de 'los brutos' Cedida

En la función la escritura se concibe como una herramienta para conservar el pasado de cada uno. ¿Cómo le ayuda a usted esta herramienta?

–Creo que la escritura tiene algo muy especial. Recuerdo que cuando empecé a estudiar guion en la escuela de cine tenía una sensación muy clara y muy bonita: a partir de ahora, todo en la vida me sirve como material de trabajo. Incluso una boda aburridísima de un primo a la que no quiero ir... quizás me da una escena. La escritura te pone en un estado de alerta constante, de observación. Todo puede ser contado. En la obra se menciona una frase de James Salter, un escritor que me gusta mucho, que dice algo así como: “Al final te das cuenta de que todo es un sueño, y que solo aquello que conservas por escrito tiene alguna oportunidad de ser real”. Tuve esa frase pegada en un post-it mientras escribía esta obra. Me parece que la obra habla muy bien de esto: de cómo la escritura, el teatro o el cine nos permiten conservar lo que vamos perdiendo en el camino. Claro que es una herramienta importante. Y también inútil, en cierto modo, porque lo que pierdes, lo pierdes igual. Pero por eso seguimos escribiendo más obras. Si con una bastara, no habría más. Así que también está bien que nunca sea suficiente.