Lagartija Nick llega a Pamplona con un nuevo disco en directo que celebra 35 años de carrera. ¿Qué se siente con semejante bagaje? ¿Vértigo, orgullo, melancolía?

–Se siente todo lo que has dicho, es verdad, y se despoja uno de esa vergüenza propia que nos había impedido hasta ahora grabar un disco en directo. Somos muy críticos con nosotros mismos, pero viendo el resultado de las últimas grabaciones que habíamos hecho para el documental de Generación Lagartija, el sonido que teníamos era tan atractivo que, después de la gira, vimos que lo que no habíamos grabado era lo que deberíamos grabar, que es el grupo en directo. Esta formación, explicando todas las fases de la banda. Eso es lo que refleja también este disco.

35 años, que en su caso son más, porque en los ochenta ya estaba en 091. ¿Fue tan buena esa época como cuentan?

–Bueno, hay de todo. Depende de la profundidad que quieras sumergirte. Políticamente, claro que nos gustó, era la música de la democracia. La comunicación entre la gente para generar cambio estaba muy viva en todos los sitios. Yo empecé con 091 en el 82 y ese mismo año visité Euskadi con mi hermano; fuimos al garito de la guitarrista de Las Vulpess, Loles. Veías que había una escena que se movía a una velocidad de vértigo. Todo el mundo era bienvenido y la música aportaba esa ideología que necesitábamos, era fantástico. Eso lo valoro mogollón. Es verdad que era muy rápido: empezaba muy independiente, pero en seguida aparecía una multinacional, te pintaba los labios y ya estabas otra vez metido en el pozo. A finales de los ochenta surgieron grupos como Surfin’ Bichos, Cancer Moon, Los Bichos, La herencia de los Munster… Todo eso reavivó en una escena muy ecléctica, muy variada de música y muy interactuante. Esa generación fue en reacción a los ochenta, pero en los ochenta hubo también muchas luces.

Menciona a bandas como Los Bichos, que eran de Pamplona, Surfin’ Bichos o Cancer Moon. Lagartija salió un poco después. ¿Se sienten bisagra entre esa primera hornada y el movimiento independiente que llegó en los noventa?

–Teníamos una necesidad de huir de cualquier relación con una compañía multinacional, porque la experiencia de los ochenta era tremenda. Al final nosotros entramos en una multi, pero la premisa era mantener la independencia creativa y trabajar con la gente adecuada. Solo estuvimos un disco porque en seguida nuestra propia compañía independiente nos vendió a Sony, pero fue una experiencia muy positiva porque nuestra idea era hacer de Sony una compañía independiente.

¿Y cómo fue el paso por la multinacional, en su caso?

–Nosotros nos beneficiamos de esta especie de efecto Nirvana: las grandes compañías no sabían exactamente por qué tenían ese enorme éxito y no se metían mucho en el envoltorio, en la producción ni en la composición. Recuerdo que nosotros, por cortesía y porque las hacíamos para nosotros mismos, les enviábamos las demos. Disfrutábamos bastante y nos dejamos querer. Y, como diría Joe Strummer, cometimos todos los errores del rock y nos inventamos algunos. Teniendo esa premisa de que la música no se tocaba, el resto era tocable. Si íbamos a grabar un disco, nos comprábamos un coche o una guitarra. De eso nos beneficiamos. Mezclábamos en Londres durante un mes en hoteles con piscina. Nos dejamos querer en ese sentido. Pero en lo que era la música, no, porque en seguida vinieron los conflictos con el disco Su y ya obviamente con el disco Omega, que fue la pelea absoluta. Pero nosotros estábamos defendiendo esa libertad creativa por la que supuestamente nos habían fichado.

Su y Omega pueden ser ejemplos paradigmáticos, pero, ¿el hecho de cambiar tanto de disco a disco y de que suelan ser conceptuales es algo inherente al grupo?

–Sí, obviamente el buscar donde no conocemos es siempre una motivación para juntarnos y hacer el disco. Los últimos años dan fe de eso. A veces también había un poco de rabia y de empecinamiento. Por ejemplo, lo que vino después de Omega, Val del Omar. Reivindicábamos el ser vicerales y cambiantes. Después de Omega cambió todo. Cambió nuestra perspectiva y ya casi que no le dábamos importancia ni al tiempo, el huracán siempre estaba funcionando. Luego ya la cosa se estrella un poco y se rehace, siempre en función de la gira de Omega, que se mantenía. Los músicos que entraban en el grupo tenían que saber flamenco para las giras que seguíamos haciendo por todo el mundo con Enrique (Morente). Siempre hemos vivido como las serpientes, reptando entre la sombra y la luz, pero eso nos ha dado una perspectiva muy realista de nuestra propia carrera. Nunca nos hemos dormido en los laureles porque siempre hemos tenido ortigas y cactus debajo. Nos hemos defendido bastante bien como faquires.

Hablando del disco, me decía que después de la música del documental, hicieron una gira para rodar el repertorio del directo. ¿Es así?

–No exactamente. Aprovechamos el 35 aniversario para liberarnos de los últimos espectáculos que habíamos hecho, que todos se rodaban en audio y en vídeo y que sirvieron para el documental. Luego empezamos a hacer conciertos con repertorio de todos los discos, eran actuaciones muy extensas. Por un lado sentimos la liberación de no estar grabándonos todo el rato, pero también arrepentimiento, porque vimos que estábamos sonando muy bien y que teníamos que haberlo grabado. Así que decidimos registrar un concierto en Granada. Tiene la verdad de ser un solo día, es muy honesto y muy inmediato.

Han tirado por la parte más punk y cañera del grupo…

–Sí, sí. Ha quedado apabullante, estoy flipado de la caña que hay. Tiene esa evocación de las figuras que nos rodean: mi hermano, Enrique, Lorca… Creo que eso está bastante bien reflejado en esa urgencia y en ese sonido tan expresivo.

Tengo entendido que se grabaron más canciones de las que hay en el disco.

–Sí. Tenemos treinta y tantas. Quizás en algún momento hagamos una edición especial con todo. A mí me atraía la idea de disco sencillo. Tengo algunos en mi colección que son sencillos en directo y tienen como ese rollo especial, te dejan con ganas de más.

Lo malo de tener tanto repertorio es que hay partes que quedan fuera, como la última época de Los cielo cabizbajos y el disco de Buñuel, que me parecen especialmente logradas.

–Deberíamos sacar un disco en directo de esa parte, como banda sonora o lo que sea. Tenemos un montón de material. Hay más de Val del Omar, de Omega, de Buñuel… Y está muy bien grabado. Quizás, en un futuro, aunque fuese en digital… Lo que pasa es que ahora está el conflicto con Spotify, que son unos cabrones.

Omega sí está representado con Niña ahogada en el pozo. Ya se ha dicho todo de ese disco, pero es evidente que marcó totalmente al grupo, ¿no?

–Sí. Esa canción refleja lo que era el componer con Morente. Empieza como una inspiración de Helter Skelter de los Beatles, pero enseguida va a 3x4, y luego Enrique y nosotros generamos escalas locas… No sabes dónde está el estribillo, dónde se ha ido la estrofa, dónde están las marcas. Omega fue una idea rompedora, un acercamiento a la poética de Lorca, al Poeta en Nueva York. Nunca tocamos esa canción con Enrique, pero representa toda la locura que fue Omega.

Con un directo como el que siempre ha tenido Lagartija Nick, lo raro es que no hubieran publicado antes un álbum en vivo.

–Eso digo yo. Últimamente he estado recopilando material y veo que está todo de puta madre, pero durante años te estás fustigando y diciéndote a ti mismo que lo haces muy mal. Necesitas perspectiva para valorar tu propio trabajo y perdonarte la vida.

Bueno, pero esa autocrítica es necesaria para seguir mejorando, ¿no?

–Exactamente. Joe (Strummer) insistía mucho en esa necesidad de autocrítica y estoy de acuerdo, pero eso se puede convertir rápidamente en una cosa muy masoquista.