Extremoduro, y por ende, Robe, llegaron a mi vida sin avisar. Lo hicieron como un amor tardío, cuando ya pensaba, qué osada es la juventud, que a mis 25 años ninguna banda que pudiera escuchar me impactaría de forma determinante.
Fue en agosto de 1992, año en el que me dejé caer por la Feria de Málaga. Allí los descubrí. Callejeando la primera noche por la parte vieja y menos turística de la ciudad, Honky Tonk, leí: un deslavazado rótulo que pendía sobre un pórtico que parecía albergar gente en su interior, nada que ver con el mundo exterior de faralaes y sevillanas que anegaba la ciudad.
Pasó la semana de Feria, y la víspera de volver a Iruña, pasé por el Honky Tonk para despedirme; en un momento dado el camarero se encaminó al almacén regresando con un disco de vinilo: “toma, te voy a regalar este disco, a ver si te gusta. Dejó un tipo un montón para vender y no he vendido ninguno”, me dijo extendiéndome el LP. “¿Los conoces?”, continuó. Se trataba del Somos unos animales, segundo álbum de Extremoduro.
Sobra decir que aquel disco me voló la cabeza; ¿cómo había podido vivir hasta entonces sin aquella banda?, me preguntaba escuchando sus canciones sin cesar; unos temas de provocador carisma y deslenguada personalidad marcados a fuego por la malencarada voz de Roberto Iniesta, todo un diamante en bruto nada preso de lo convencional.
Pronto descubrí que aquellos Extremoduro contaban con otros dos discos que yo no conocía, y que adquirí de inmediato: los descomunales Rock transgresivo (Tú en tu casa, nosotros en la hoguera) y Deltoya. “Bueno, no hay mal que por bien no venga”, pensaba para mí tratando de autoconsolarme siendo consciente de la inmensa suerte que había tenido: no en vano aquella banda se había presentado en mi vida sin avisar, como acostumbran a llegar las cosas buenas de la vida: dándome todo un bofetón cuando ya pensaba que lo había visto todo…
Inolvidables conciertos
A partir de dicho 1992 llegué puntual a los restantes discos de Extremoduro y asistí a inolvidables conciertos suyos. Fascinantes siempre, ya antes de que la incorporación de Iñaki ‘Uoho’ Antón lo revolucionara todo, 1996, ya, después.
Irrepetibles en cualquier caso los discos y los directos, con la música y el caudal lírico de Extremoduro desangrándose a borbotones sin que nada ni nadie pudiera contener la hemorragia.
Año 2021. Tras el año de la pandemia, en los estertores de la misma, Extremoduro desapareció, prosiguiendo Robe con su meteórica y fructuosa carrera en solitario, iniciada en 2015. Dicha carrera arrancó tras la exitosa y última gira de la banda madre, ‘Para todos los públicos’, que les llevó en 2014 a recorrer España y diferentes países de Latinoamérica.
La trayectoria de Robe en solitario queda plasmada definitivamente en cinco trabajos, el último de ellos, “Se nos lleva el aire”.
Para mí fue un honor y un placer, uno de los mayores orgullos de mi vida, haber formado parte del equipo de Extremoduro en dicho 2014 y, desde entonces, del de Robe. Trabajar con Robe ha sido lo más desde que le conocíera en 1998, año en el que le entrevisté para El Tubo, decana publicación bilbaína en la que escribía por entonces.
Trabajar con Robe, algo que ni siquiera nunca me atreví a soñar.
Gracias por todo maestro, vuela alto, Robe.