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'El fogoso' Moza

El navarro Manuel López Moza fue uno de los mejores luchadores de los años 50 y 60. En su casa de tudela repasa su legendaria trayectoria de dos décadas por toda América

'El fogoso' Moza

Decían de él que tenía una implacable embestida, lo que no le restaba capacidades escurridizas con el contrincante. Era un tipo de 1,81 metros de altura, con gran manejo de la técnica, y todavía resuenan en su cabeza los sonidos de las animadas veladas de lucha libre que se celebraban los jueves en el Coliseo Nacional de Perú o los domingos en el Luna Park.

Nació en Tudela, luchó sin interrupción hasta que cumplió los 41, y se convirtió en una leyenda del ring, tras participar en más de 3.000 combates y recorrer todas las lonas de España, Colombia y Perú. Manuel López Moza, conocido como Manolo Moza, arrancó su carrera como El fogoso, un mote que le pusieron los que le vieron la primera vez que, siendo un chaval de 21 años, se subió al cuadrilátero. "Fui con unos amigos a Zaragoza, a ver unas eliminatorias de grecorromana. Uno de los luchadores cogía a otro con una facilidad tremenda y lo derribaba. Comenté en voz alta que eso no me pasaría a mí y uno de los luchadores me invitó a subir. Me dejaron un slip y nada más pisar la colchoneta fui al suelo. Me levanté cabreao y me volvió a coger y a tirar. Y volví una y otra vez a levantarme. Pensé: Yo me apunto a esto".

Así relata López Moza el inicio de su trayectoria, cuando tras mostrar su empecinado carácter convenció al empresario del gimnasio para que le dejara hueco en aquel recién conocido deporte. A los tres meses se proclamaba campeón de Aragón de grecorromana. Y poco después, de la mano de los hermanos Ochoa, dueños de la Burundesa, dio el salto a la categoría profesional. Tenía 24 años y todavía no alcanzaba a imaginar los increíbles derroteros por los que iba a discurrir su vida.

el comienzo

"Cogí el petate y me fui a Barcelona"

Manolo López Moza tiene una memoria privilegiada. Sus hechuras físicas no son comparables a la lucidez mental con la que relata cada pasaje de su pasado. Nacido el 1 de enero de 1926, estudió en los Corazonistas e, incluso, estuvo un tiempo en el seminario. Aquello, desde luego, no era para él. Lejos de la vida contemplativa, el futuro campeón siempre estuvo del lado de la acción y el deporte. "Mira, aquí tengo una foto participando en una carrera ciclista en fiestas de Tudela, en 1943", dice. Está acompañado por su segunda esposa, Conchita Salvatierra, y abre los álbumes de fotos dejando escapar aquellos tiempos en sepia: "Ya era profesional cuando estuve en Sanfermines para participar en los combates de la plaza de toros, después del encierro. Se me acercó un señor y me dijo que quería hablar conmigo".

Aquel hombre era el responsable de la empresa que gestionaba la lucha libre en Barcelona y le ofreció hacer una prueba. "Yo trabajaba en Casa Forcada, en la colonial, y pedía permiso para ir a luchar. Unas veces me lo daban y otras no. Luchando en Etxarri Aranatz con un tal Ramón Ruiz, de Bilbao, me rompí el brazo. Al volver el lunes a trabajar, tuvimos un roce gordo en la tienda y pedí que me prepararan la cuenta. Acto seguido, llamé a Barcelona para que postergaran la fecha de la prueba hasta que me viese en condiciones con el brazo", relata con el mismo convencimiento de hace casi 60 años.

Víspera de las navidades de 1953, la empresa barcelonesa programaba un combate entre Moza y Calpe, que desembocó en un contrato fijo de cinco combates al mes más los extras de verano. "Me fui de Casa Forcada ganando 600 pesetas y me ofrecían 800 por cada combate más los extras que surgieran. Ni me lo pensé. Cogí el petate y me fui a Barcelona", sentencia el luchador.

Salto a sudamérica

"En Colombia, había noches que ganaba mil dólares"

Tres años en la Ciudad Condal dieron para mucho. En aquel periodo, Manolo Moza le quitó en dos ocasiones el Campeonato de Europa y de Cataluña a Tarrés, al que llamaban Cabeza de hierro porque siempre pegaba con la testa por delante. "Los médicos decían que igual tenía doble hueso de cráneo...", comenta el tudelano sonriendo. También se enfrentó al Charro Montes que fue quién habló maravillas de él en Colombia, su próximo destino. "Un empresario de allí me mandó un contrato que era para ocho luchadores, a ganar el 40% de la taquilla bruta y el resto para la organización, la contratación de la plaza, la propaganda, los empleados...", explica.

De nuevo, su vida daba un giro y, en abril de 1956, Manolo Moza comenzó su andadura sudamericana, la que recuerda con mayor pasión. Su ascenso en el Olimpo de la lucha libre perdió ya cualquier atisbo de duda y a Moneo, el peluquero de la plaza Vieja de Tudela, le llegaban cada vez noticias más impresionantes de su amigo. "Había noches que ganaba 1.000 dólares. Luchaba por todo el país, conocí toda Colombia y semanalmente viajaba a luchar a Barranquilla como extra", recuerda con los ojos encendidos.

Su rutina por aquel entonces era el entrenamiento duro. Su espectacular fisonomía se fue trazando en cada levantada de banca, con 120 kilos arriba y abajo. "El secreto de todo era llevar una vida sana y buena alimentación. No he fumado ni me he tomado una copa en mi vida, si acaso un culín de vino en las comidas. Ahora, para que veas, todo aquello, mi profesión, me está pasando factura", dice el campeón con una sombra de tristeza por sus maltrechos cartílagos. Conchita, su esposa, que ha escuchado sus historias cientos de veces, se acerca a él, le sonríe y comenta: "No ha cambiado nada. Sigue siendo un niño grande".

la gloria

Una estrella en Perú

Como siempre, el siguiente salto vital de Manolo Moza llegó por el boca a boca. La gente hablaba bien de él, y con sus halagos despertaba el interés de los empresarios. A Lima, Perú, llegó con este mecanismo y con un contrato de dos meses y dos opcionales, que se convirtieron en más de 20 de residencia y en otros 11 de combates ininterrumpidos. "El empresario no me quería soltar", afirma con orgullo.

Aquella época fue brillante. Manolo Moza alcanzó toda la gloria que ya iba sembrando en años anteriores. El público lo adoraba y el Coliseo Nacional y el Luna Park se llenaban hasta la bandera para ver cómo, por ejemplo, Moza se jugaba el pelo por la máscara de otro luchador. "Moza muchos te quieren y te admiran, otros envidian tu recia personalidad, zorro eres arriba en el ring, aquí en Perú, siempre se te recordará", publicaban en la prensa de Lima, en marzo de 1963.

El panorama de la lucha libre contaba entonces con grandes nombres que convertían el espectáculo en un imán para los peruanos. Moza se enfrentaba al mexicano Huracán Ramírez, al Conde Maximiliano, a Giuliano El Italiano, a Brossati, al Gorila, al Japonés... De gran parte de ellos, si no de todos, guarda imágenes y carteles anunciadores de sus combates. Recuerda con cariño sus nombres y rememora cada golpe de efecto sobre el contrincante. "Lo que veo ahora de lucha libre en la televisión no me gusta nada. Hombres que de un puñetazo tiran una tapia... Bah, eso no es verdad. Era más real lo nuestro, había más lesionados en nuestros combates que en todos los de los de ahora, con todos los artilugios y cacharros que utilizan y se tiran", valora Moza.

Su vida en Perú fue un gran éxito. Aparecía en programas de máxima audiencia, acompañando a Kiko Ledgard, o en la serie Conchita y Luis, un matrimonio feliz. Se casó por poderes, tuvo tres hijos y puso una fábrica textil. A los 41 años, dejó de luchar, pero no de pelear.

Tras regresar a Tudela, su tierra natal, donde actualmente reside, conoció a Conchita Salvatierra e inició una nueva andadura. Ahora, a pesar de que la salud le juega algunas malas pasadas, sigue oyendo la campana de inicio de la lucha y no se deja vencer. Su legado es el de alguien a quién un periodista describió como el de "implacable embestida, escurridizo, el extranjero más popular, el que en los entrenamientos y ante su público es igual de eufórico: grita, resopla, alardea de su fuerza... Según su pasaporte es Manuel López. Por su carácter alegre y dicharachero es amigo de luchadores y de gran cantidad de aficionados".