PAra unos es el mejor glaciarista de su generación; para otros, un referente nacional en la escalada más pura que se puede concebir hoy en día, con vías que se encuentran solo al alcance de unos pocos elegidos. Pero por encima de todo Unai Mendia es un amante de la montaña sin aditivos, un devoto de las paredes imposibles y de los retos personales. Aunque no a cualquier precio, porque si algo tiene claro ese pamplonés de 35 años es que allá arriba, cuando debe buscar el siguiente punto de apoyo, no vale todo. Es consciente de que otros, en los tramos de máxima dificultad, dejan para el taladro el trabajo complicado, pero él no, sabe que si quiere coger una línea tendrá que ganarse a pulso cada metro de progresión.

Tiene en sus manos un historial espectacular con escaladas inolvidables en el Mont Blanc, la pared norte de Las Grandes Jorasses en invierno, A las Estrellas, considerada como la ruta mas comprometida de Gavarnie, y un larguísimo etcétera. Lo último han sido las vías abiertas en Ordesa (Bizcochito) y Totem Sartu en Peña Santa (Picos de Europa), que no han hecho más que confirmar el altísimo nivel que este pamplonés ha ido adquiriendo con los años en una modalidad donde las ayudas externas cada día importan más.

Pero a él no le afecta, sigue a lo suyo, porque nada de lo que haya hecho o de lo que pueda hacer en el futuro le va a apartar de la filosofía vital con la que aborda sus proyectos. Se trata de no perturbar a la montaña más de lo necesario, ser consciente de las propias posibilidades físicas y mentales y tener claro que una chapa puede ayudar en el progreso por la pared, pero que llegado el momento será el propio escalador el que deba decidir el camino a seguir y la forma de hacerlo. "Hay que intentar ver más allá, dejar aparte el taladro, porque esto te hará luchar por cada metro y quizás encontrar ese seguro bueno que buscabas y finalmente poder dar el paso".

Desde fuera parece sencillo, aunque no lo puede ser para alguien que arranca cada ascensión con la idea de fijar el mínimo número posible de agarres (la escalada de autoprotección). Sin arriesgar más de la cuenta, pero sin comodines en la manga. "Influye la fuerza, la preparación y luego hay un factor psicológico, el miedo, porque caerse siempre da miedo. El riesgo es relativo, aunque hay cierta incertidumbre al saber si las sujeciones son suficientes, pero ahí cuento con mi experiencia".

Se lo puede permitir porque es un alpinista de fin de semana que aprovecha su tiempo libre por entero a su afición, entre lo que incluye meterse entre pecho y espalda cientos, incluso miles de kilómetros, para poder llegar a ese lugar que un buen día señaló en un mapa. Se lo monta a su manera, con sus condiciones, pero también con sus propios sacrificios personales.

"Hay que dedicarle tiempo y disfrutar. Lo haces porque te gusta, porque disfrutas como un enano, pero hay momentos en los que te enmarronas y te preguntas cómo has llegado ahí. Eso sí, cuando sales te reporta unas satisfacciones increíbles. A mí me compensa".

No busca registros. Solo busca el movimiento adecuado que le lleve un poco más arriba y, a partir de ahí, seguir tirando en una competición contra sí mismo y contra la pared que le sujeta.

Aunque no es un entusiasta de las entrevistas, Unai nunca dice que no a una buena charla delante de un sabroso café en la que comentar sus andanzas. Rápidamente muestra su lado más cercano y a partir de ahí, el tiempo transcurre volando.

"El miedo te limita, porque no es lo mismo subir en Etxauri que hacerlo en una pared a 200 metros de altura. Hay que atreverse con una línea que no sabes lo que dará. La vía de Ordesa recuerdo que la abrimos en seis horas, pero estuvimos mucho tiempo dándole vueltas, pensando y analizando. Luego hay que esperar a sentirte motivado y fuerte físicamente".

Reconoce que el Bizcochito era un reto que le venía rondando desde hacía mucho tiempo, casi cuatro años. "Nos parecía muy difícil; no teníamos claro si íbamos a poder salir de allí y si íbamos a ser capaces de abrir la vía en las condiciones que queríamos hacerlo. No teníamos claro tampoco los seguros que íbamos a utilizar porque es la roca la que te manda dónde debes meterlos. Por eso hay que esperar a que sentirte en tu máxima capacidad para abordar un reto así".

Descartado el uso del taladro, solo cuenta con su fuerza física para alcanzar el siguiente apoyo. "Lo que busco siempre es adaptarme a la roca, no que la roca se adapte a mí. La roca manda y lo admites. Porque si pones una chapa aquí, otra allá y taladras un poco más arriba, puede escalar cualquiera. Por eso digo que el reto para mí es mayor porque lo hago en otras condiciones".

prescindir del taladro Sabe muy bien que hay rocas en las que asegurarse de forma natural resulta muy difícil, en las que la única forma de progresar es echando mano de la broca, pero en otras circunstancias lo considera poco menos que un sacrilegio. "En Ordesa, por ejemplo, hay que hacerlo sin chapas, porque la roca lo permite. Últimamente busco ese tipo de vías; hay fases en la vida de uno en las que le apetece arriesgar un poco más y ahora me ha dado por ahí".

Se emociona al detallar las características de la pared, cuando habla de la roca y de los largos a los que tuvieron que hacer frente. "Por mucho que la estudies antes, hasta que no subes no sabes realmente lo que te puedes encontrar. Nos sucedió en los Picos de Europa, en Peña Santa, con una pared de caliza muy compacta, donde era mucho más difícil asegurarse que en Ordesa. En el croquis se ve que el grado de dificultad era menor en Peña Santa, pero en cambio fue necesario un esfuerzo psicológico mayor".

Aunque le gustaría, intuye que no serán muchos los escaladores que se decidirán por esas dos vías recién abiertas. "Tendrán pocos adeptos, seguro", comentó Unai mientras apuraba su último sorbo de café. Lo tienen asumido. Este fin de semana volverá a coger su equipo de escalada y se marchará a la protección de alguna otra pared, posiblemente en el Pirineo, porque según opina para encontrar buenas vías no hace falta irse muy lejos. Basta con saber buscar y querer encontrar.