Dada la trascendencia de la celebración, quisieron que también acudiera Antonio, el responsable de conseguir el dinero para la expedición cuando todo parecía irse al traste, pero no pudo acudir por encontrarse en el extranjero. Faltó Iñaki Ochoa de Olza, el sexto integrante y el único que se volvió sin alcanzar el objetivo, cuyo cuerpo descansa no muy lejos de allí, en la arista este del Annapurna, aunque su recuerdo estuvo muy presente en el reencuentro que el grupo mantuvo para rememorar aquella alucinante aventura que emprendieron al techo del mundo hace ya veinte años.

Aunque no les haga especial ilusión ni alardeen por ello, lo cierto es que con su ascensión a la cima del Everest en 1992 se convirtieron en los primeros alpinistas navarros en conseguirlo y suyo será por siempre el magnífico honor que la montaña solo otorga a unos pocos elegidos. Ocurrió el 25 de septiembre cuando Pitxi Eguíllor y Patxi Fernández alcanzaron los 8.848 metros de la cumbre más alta del planeta; pocos días mas tarde, el 3 de octubre, lo hicieron los tres restantes miembros del equipo: Mikel Repáraz, Pedro Tous y Juan Tomás Gutiérrez, el único del grupo no nacido en Pamplona.

Fue, tras la protagonizada por el guipuzcoano Martín Zabaleta en 1980, la segunda vez que la ikurriña ondeaba en la punta del Everest y el hito más importante del montañismo navarro junto a la primera ascensión a un ochomil en el Dhaulagiri en 1979 o la subida al K2 que llevaron a cabo Ábrego y Casimiro en 1986.

El motivo de su reunión, por tanto, estaba plenamente justificada, después de la cual tres de ellos aceptaron la invitación realizada por este periódico para reunirse delante de un café y comentar algunos de los detalles de aquella expedición.

No es extraño que se junten, ya que Mikel, Pitxi y Pedro forman parte de la misma cuadrilla desde los tiempos en los que comenzaron a subir al monte, pero no siempre se celebra el vigésimo aniversario de una gesta así. Se les veía felices.

Los recuerdos les llevan a 1990, cuando llevaron a cabo su primera expedición de alto nivel, con la ascensión al Cho Oyu en la que estaban los tres junto a Patxi Fernández. Durante el descenso, en plena descarga anímica por el éxito cosechado, escucharon a Patxi proponer como siguiente objetivo el Everest, cuya imagen durante la bajada nunca dejaron de divisar. El silencio dio la respuesta. La lanza había empezado a volar.

Mucho han cambiado los protagonistas desde entonces, pero en su memoria perduran los detalles exactos de aquella ascensión, tanto que parece que hubiera sucedido hace apenas dos meses. Lo primero que les viene a la cabeza son los preparativos, cómo Iñaki Ochoa de Olza primero y Juan Tomás después se incorporaron al proyecto; las angustias por el papeleo y el material, lo mal que lo pasaron para reunir los casi 7 millones de pesetas que requería su aventura.

Pedro Tous lo recordaba con humor. "Aunque teníamos claro que íbamos a ir con los medios que tuviéramos disponibles, cuando faltaba un mes escaso nos quedaban muchas cosas por conseguir". De hecho, matizó Mikel, "solo teníamos oxígeno para un único ataque a la cima, muy pocas tiendas para los campos y sin porteadores. Cuando llegó el patrocinio del BEX todo cambió. Tuvimos suerte de que se implicaran tanto en nuestro proyecto". Pitxi, el veterano del grupo, añadió: "El oxígeno había que encargarlo en Rusia, pero exigían pagar con mucho adelanto. Conseguimos el dinero vendiendo una camisetas que había diseñado Urmeneta".

Poco a poco, la piezas fueron colocándose en su sitio hasta que la expedición, con todo el equipo en condiciones, se presentó a los pies del Everest. Había comenzado el reto de sus vidas. "El año que fuimos nosotros, sin ser la bestialidad que hemos visto este año en el Everest, ya había más expediciones de lo normal", comentó Repáraz refiriéndose a la imagen captada este verano con decenas de persona subiendo por una cuerda fija. "Influyó que las tasas iban a subir mucho a partir de entonces, pero con nosotros había una docena de expediciones", apuntaba Pitxi quien cinco años antes, en su primer intento al Everest, solo coincidió con otro grupo en toda la ascensión.

Tras una marcha de aproximación de 250 kilómetros por los valles nepalíes, el 23 de agosto instalaron el campo base sobre el glacial del Khumbu, a 5.300 metros; al campo II (6.500 metros) llegaron el 2 de septiembre; el 14 de septiembre al campo III (7.300 metros) y el 20 de septiembre instalaron, a 7.989 metros, el campo IV, desde donde lanzarían el ataque definitivo.

El 25 de septiembre era el día señalado. Para entonces, los seis ya habían decidido llevar a cabo la última ascensión a la cumbre divididos en dos grupos: en el primero irían Patxi Fernández, Pitxi Eguíllor e Iñaki Ochoa de Olza, que se encontraban en ese momento con mejores sensaciones. Después lo harían los tres restantes, cada uno portando dos botellas de oxígeno.

el último ataque

En dos grupos

Animados por las previsiones que indicaban buen tiempo para el día siguiente, la noche del 24 al 25 fue de tensa espera, apurando las últimas calorías y tratando de descansar algo, porque dormir, lo que se dice dormir, no pudieron hacerlo.

Para medianoche los tres estaban preparados. Había que esperar a que alguien se animara a ser el primero, lo que dadas las condiciones existentes en el Collado sur no era una cuestión menor. Al tratarse de la primera ascensión de la temporada era necesario abrir huella y nadie quería asumir el esfuerzo suplementario que suponía hacerlo con la abundante nieve existente. Pese a que allí había más de una treintena de montañeros, algunos de ellos con gran experiencia, nadie se movió hasta que Iñaki, cansado de la espera, decidió tirar hacia arriba seguido por Eguíllor y Fernández. Tras ellos, salieron varios más de sus tiendas. Era un poco tarde, como recordaba Pitxi, ya que calculaban necesitar catorce horas para completar la ascensión.

La subida fue bien hasta que Ochoa de Olza se vio obligado a darse la vuelta por una congelación. Patxi y Pitxi siguieron hasta la cumbre, seguidos por los hermanos Iñurrategi, y otros. Los problemas vinieron después. El tiempo cambió de forma repentina y el cansancio comenzó a hacer mella en los dos, sobre todo en Pitxi, que al igual que Ochoa de Olza se vio afectado por una congelación ocular que le impedía continuar con el descenso. "No sé si había otra opción, pero no veía nada, y decidimos vivaquear. A Patxi le veía y me parecía un oso, solo percibía una sombra, y en ese estado no quise bajar. Sabía que me podía matar".

Eran muy conscientes del riesgo de su decisión, de lo que podía suponerles pasar la noche al raso a esas altitudes, a 8.700 metros, pero no se arriesgaron a bajar así y buscaron un sitio adecuado a la espera de que amaneciera. Fueron once horas, terribles para ellos, obligados a permanecer despiertos, y para los que aguardaban en el campo IV. Cuando sus compañeros despertaron y vieron que ni Pitxi ni Patxi habían descendido, se temieron lo peor. "Hubo varios que nos dieron el pésame y nos miraban de una forma rara, como cuando sucede una desgracia", aseguró Tous.

Pero los dos de arriba aguantaron y con las primeras luces comenzaron un lento descenso hasta el campo IV. "No sé lo qué sucedió, pero al levantarme estaba mucho mejor. Incluso podía ver, lo que me sorprendió mucho ya que a esa altura pensé que la cosa iba a ir a peor, pero no fue así. Tuve suerte".

Cuando todo parecía perdido, desde el campo avanzado vieron dos pequeñas manchas negras que bajaban de la cima. Eran ellos, pero venían muy tocados tras una noche a las puertas del infierno. De inmediato se puso en marcha un plan de evacuación, que permitió a Eguíllor y Fernández ser trasladados en helicóptero a Katmandú y poco después, al hospital de Zaragoza para ser tratados de sus congelaciones.

Aún se emocionan recordando la solidaridad que recibieron de todas las expediciones que allí estaban, lo importante que resultaron las comunicaciones y medio sanitarios que pusieron a su disposición.

Con los dos a salvo, Pedro, Mikel y Juan Tomás permanecieron en el campo IV a la espera de su oportunidad. Les llegó el 3 de octubre, y como en el caso de sus compañeros, tuvieron que tomar la iniciativa a la vista de que nadie en el campo lo hacía. Tiraron ellos tres hacia la cima, con dudas al pensar si era la decisión correcta, pero no tuvieron ningún problema ni al subir ni al bajar. Y encima pudieron disfrutar de las vistas en soliario. Un lujo que siempre recordarán.