Bilbao - Y la sorpresa, no tanta, se hizo carne. Lo dijo Olaizola II hace tiempo. Se construyó en el frontón Bizkaia de Bilbao, coronando a un peón con alma de artista en territorio de monarcas. Fue un delirio artúrico de Jokin Altuna en lo alto de un volcán repleto de sentencias. Su pelotazo por la pared fue el águila que le mordió el costado a Prometeo, al que le despedazaba, día a día, atrapado en el tiempo. El verbo se hizo hueso y piel y torturó a Aimar Olaizola, el rey en la montaña, que terminó trasquilado en una batalla de guiones que fue una nueva vuelta de tuerca al Manomanista. Altuna III vestirá de colorado todo el año y tiene un hueco en la historia, de la que su rival ya posee cuatro capítulos. Se empiezan a escribir nuevos renglones. Ya van cinco campeones distintos en otros tantos cursos. Nadie lo esperaba al comenzar el torneo. El amezketarra calla bocas. Su virtud es la del arquitecto de lo efímero en segundos de claridad. Así pasan las cosas. Hay pelotaris que juegan con orejeras, mientras que el guipuzcoano posee un catálogo de retrovisores para establecer una lectura casi providente del juego. Otra cosa es que salgan los remates, que también, o que el rival te gane, pero, por encima de todo eso, está el ADN, la sangre que bulle a la lumbre del cuero. Sangre fría o sangre caliente, ¡qué más da!, porque es sangre al fin y al cabo. Y eso se tiene o no se tiene.

Precisamente, a Jokin Altuna se lo dijo Aimar Olaizola. Le comentó que iba a jugar en la especialidad reina del curso manista, en la que siempre se había establecido un patrón hipertrofiado apenas restañado por algunos artistas que vivieron a la contra. Le dijo que iba a estar ahí, que tal y como se viene jugando actualmente tenía un lugar. La palabra se transformó en trampa con los años y ayer se tornó venganza o justicia poética o premonición inopinada. La frase de Aimar acabó como las profecías de Casandra en las historias pretéritas y la realidad se tornó una cizalla. Aimar lo sabía. El verbo le esperó a la vuelta de la esquina, con 38 años y muchos disparos en el ala, sin nada que demostrar, para arrebatarle la txapela del mano a mano. Se la llevó Altuna III.

Aimar sabía que el joven tenía magia y oficio, que eso solamente nace en algunos lugares que no son nada comunes en un juego tan fácil en la teoría como complicado en la práctica. No hay términos medios. El amezketarra talló un envite interesante, alejado de una versión loca, arrebatada, coloradas las mejillas, para exponer un encuentro construido con ladrillos de tiempo. No le importó al guipuzcoano explorar los límites de su paciencia y del peloteo, exigiendo a su golpe más dirección que potencia. Ahí secuestró a Olaizola II, al que volvió a encuadrar dentro de una jaula trazada en las líneas de cuatro y medio. Las medidas se trazaron en una course navette eterna entre la pared izquierda y la línea de contracancha. Altuna clavó el guion, sin dejarse un ápice de esfuerzo entre pecho y espalda, con el buche vacío a la hora de romperse el espinazo.

El guipuzcoano acertó en el golpe y supo sufrir en la defensa. A pesar de que, a raíz de la igualada en el octavo cartón -se contaban ya 144 pelotazos a buena-, la película comenzó a rayar el technicolor del joven de Aspe, Olaizola II siempre tuvo en mente cruzar la pelota, sacar con peligro y rematar cuando el cuerpo le pedía marcha. No fue su día. Sí que endureció los tantos y quiso buscar la pared, pero se dio de bruces con el besagain de un Altuna III engrandecido, buscando Ávalon y un desfibrilador. Por delante, un curso entero rumiando el colorado. Por delante, un hueco en la historia.

Jokin Altuna lucirá el emblema del Manomanista en el pecho a los 22 años porque tiene mucha pelota en su cerebro. Equipado con un sentido estupendo y una lectura sobrenatural, realizó un encuentro prácticamente perfecto, marcando el tempo y evitando el riesgo innecesario. Se registraron igualadas en el segundo, el tercero, el cuarto y el quinto cartón en un deleite de peloteo y tensión. Se rozaba la centena de pelotazos a buena entonces. Aimar dominaba, pero los golpes se repartieron a pachas.

El amezketarra no se achantó en la pugna, asomó valiente y con una capacidad defensiva magnífica. Sobre todo, con el besagain de zurda. Además, piernas de jilguero, aguijonazo de escorpión, redujo a Olaizola II tras un fallo forzado. 5-7.

El cambio del choque amaneció después del empate a ocho. Jokin sacó la escuadra, el cartabón y el lapicero. A vuelapluma encontró la hoja de ruta tantas veces usada por su contrincante. Si algo funciona? La pared fue la mejor amiga de Jokin, que trastabilló el juego de Olaizola II. El guipuzcoano cerró una tacada de cinco tantos que cercenó la final. 8-14.

Aimar se miró al espejo y vio a Jokin. Tuvo que ir a tumba abierta para restañarse. No hubo más. Tiró de magia. Tiró de sapiencia. Tiró de catálogo, incluido un gancho legendario -el 11-14-. Las fuerzas quedaron casi parejas en el instante más incisivo del goizuetarra (13-14), pero un regalo del navarro le dio la alternativa a Jokin, que tiró un buen dos paredes de volea que le dio oxígeno. Con el 13-15 y el saque, Altuna hizo un traje a Aimar. Castigó con el primer disparo y acertó a moverle, rayo antes que cañón. Cinco remates le elevaron a la gloria (13-20). Un error de Aimar en su último estertor le acercó más (14-21). Una dejada al txoko le coloca en las enciclopedias. Olaizola tuvo razón. Jokin toma la palabra, que viste de lana.