pamplona - En un bolso trae las camisetas que ha defendido como profesional -Itxako, TSV04 Bayer Leverkusen, Mecalia Atlético Guardés, BM Zuazu y selección española-, además de las numerosas medallas que se ha colgado, perfectamente colocadas en una percha de madera, y que su madre guarda como un tesoro. Naiara Egozkue ha dedicado su vida al balonmano y ahora, a sus 35 años, ha puesto el punto y final a una dilatada y prolífica carrera. En su palmarés muchos títulos, desde Ligas, a Copas de la Reina, EHF, subcampeonato de la Champions e incluso una plata en el Europeo de 2014. También una participación olímpica, la de Río de Janeiro de 2016. Pero, más allá de una trayectoria, la extremo de Villava-Atarrabia porta en ese bolso muchos recuerdos y vivencias.
¿Se ha hecho ya a la idea de su nueva vida sin el balonmano?
-Todos los años termina la temporada, empieza el verano, vuelves a casa y no es hasta finales de julio cuando todo comienza de nuevo. Este año no va a pasar. No va a ser así. Supongo que hasta que no se acerque el final de julio no me voy a hacer a la idea.
¿Le ha costado tomar la decisión?
-Sí y no. Tenía pensado dejarlo el año pasado. Mi rodilla está bastante fastidiada y físicamente ya veía que no alcanzaba el nivel que me gustaba y que tenía. Me ha costado darme cuenta de que es un cambio. Mi forma de vivir ha sido el balonmano y lo que cuesta es ser consciente de que no va a ser siempre así. Poco a poco la vida se me irá colocando, a su ritmo, pero ahora estoy con el miedillo a la incertidumbre. Compañeras que ya lo han dejado me dicen que sí, que por momentos se echa de menos, pero que también hay ilusiones nuevas.
¿Ha pensado ya hacia dónde va a dirigir esta nueva etapa?
-De momento estoy siguiendo el consejo de mis compañeras de ir poco a poco. Tengo pensado continuar con la carrera de fisioterapia. Pedí el traslado a Tudela y me lo concedieron, me buscaré algún piso allí para centrarme en los estudios y los fines de semana vendré para estar con mi gente.
Menudo año de retiradas entre la suya, la de Maite Zugarrondo, la de Leire Aramendía o la de Miguel Goñi, todas por distintos motivos...
-Parece que nos hemos puesto de acuerdo los navarros... Cada uno por sus razones, pero sí que están siendo todas de golpe.
Razones de conciliación o de estudios, también es una muestra de cómo está el balonmano femenino.
-El deporte femenino, no sólo el balonmano, es difícil de compaginar con muchas cosas. Maite con sus nenas, el trabajo, los estudios... Hasta que el sacrificio no supera la ilusión es bueno seguir, porque es una vida muy bonita y hay que aprovecharla. Pero cuando el sacrificio es mayor, al final te lo planteas.
Ha jugado en equipos punteros, ha sido internacional, ha estado presente en unos Juegos y ha ganado títulos importantes. Una trayectoria de ensueño. ¿Cómo la valora?
-Desde que empecé con 10 años en Villava, en el Beti Onak, hasta los 17 que me marché, tampoco tenía el sueño de ser profesional. Yo jugaba al balonmano porque me gustaba y me lo pasaba bien. Recuerdo que el Perdoma, un equipo canario, me llamó para jugar en Primera Nacional y me lo pensé. Pero en ese mismo momento contactó conmigo Fernando Ederra y me dijo a ver si quería probar en el Itxako. Yo para nada me veía en División de Honor. Pero estaba más cerca de casa y era la máxima categoría, así que ahí me colé. Ocho años.
Ocho años muy dulces, de títulos, compartiendo vestuario con jugadoras que luego fueron la base de las Guerreras
-Soy consciente de que he tenido la suerte de vivir la época dorada del balonmano femenino en este país. De estar mano a mano con jugadoras de nivel en el Itxako, pero también de equipos como el Sagunto o el Elda. Y yo he estado ahí, he formado parte de esa historia. Es muy fuerte. Ahora es cuando lo valoras. Por ejemplo, nunca pensé que llegaría hasta donde he llegado, a unas Olimpiadas, que es lo máximo. Aquello era un sueño demasiado alto.
Y ahí estuvo, en Río de Janeiro.
-Eso es increíble. Brutal. Yo me decía a mí misma: ‘Pero mira dónde estás, en la villa olímpica, subiendo en el ascensor con Pau Gasol’ (se ríe). Todo eso se queda grabado.
¿Cómo fue vivir unos Juegos?
-Es una emoción tan profunda que no se puede describir con palabras. Quería disfrutarlo todo. Era consciente de que era la primera y sería la última vez que lo iba a vivir. Para el desfile de apertura me compré una cámara GoPro y le puse un palo para selfies. Yo le di a grabar, que captase lo que fuera, mientras iba a mi rollo y disfrutaba del momento. Cuando terminó el desfile cogí la cámara y resultó que no le había dado a grabar... No grabé nada. Pero bueno, ahí se quedó, en mi memoria.
Va a disfrutar de más tiempo libre, ¿qué aficiones tiene en mente? Creo que es buena ganchillera...
-Lo del ganchillo lo aprendí en Alemania (se ríe). Pero siempre he tenido ganas de bailar. No sé si tengo mucho ritmo, pero me gusta. Tengo una hermana, no de sangre, que ha abierto una escuela de danza africana en Pamplona, Baobab, y quiero meterme en alguna de sus clases para mover el esqueleto, si mi rodilla me lo permite. Más allá de eso, quiero pasar tiempo con mis amigos, mi familia y mi sobrino.
¿Y seguir vinculada al balonmano?
-La verdad es que me han llamado del Beti Onak y de varios equipos para echar una mano, incluso como entrenadora, pero como no sé el tiempo real que voy a tener con el tema de los estudios, no me quiero comprometer a nada de momento. Iré viendo. Con tranquilidad.