La bilbainada de Marc Soler fue explotar en Aste Nagusia. Fiesta al cuadrado. Espíritu festivo el del catalán en la ciudad que pertenece a Marijaia. Soler lanzó su chupinazo en El Vivero y estalló en el corazón de la capital vizcaina con una traca final estruendosa. El cañonazo que advierte de la presencia de la Grand Départ el próximo año. Soler, un ciclista ciclotímico, poseedor de un motor enorme y eso que se conoce como clase, se impuso después de una exhibición portentosa.

Soler se entiende por victorias de este calado y episodios incomprensibles. Es un misterio. El catalán se metió en la fuga cuando esta llevaba mucho tiempo formada. Parecía una quimera. Una de esas ocurrencias que le visten. Soler devoró los dos minutos que le separaban de los fugados. Después cantó bingo. Acabó con la sequía de las grandes, casi dos años y 121 etapas después desde que Ion Izagirre triunfara en Formigal.

Soler se subió a la ola buena en el Balcón de Bizkaia y rompió en El Vivero para desembocar en Bilbao en paralelo a la ría. Desembarco. El catalán cayó como una cascada desde las alturas de El Vivero. Corre a borbotones. Excesivo de punta a punta. Nunca se sabe con Soler, un misterio inescrutable. Un enigma en bicicleta. Es indescifrable Soler. Excelso o desesperante. Puerta grande o enfermería. Una oda al brutalismo. No es Soler un ciclista de tonos grises. Está hecho a dos tintas: blanco o negro. Evasión y victoria.

Vencedor dos años atrás en Lekunberri después de otra actuación sublime tras reventarlo todo en Aralar y romper la cadenas, Soler alcanzó una victoria majestuosa en Bilbao, que celebra la Vuelta y espera el Tour. Soler fue su embajador. Sopló el viento sur. Dicen que todo lo altera. Es posible. Magnificó a Soler, un ciclista instintivo, y serenó al calculador Roglic, que se hizo a un lado y dejó el liderato sobre los hombres de Molard, otro de la fuga de la que salió el estallido de Soler. 

MUCHO CALOR

El bochorno, arengado por el viento sur, tomó por las solapas Euskadi. La costa apenas servía de refugio. Olas de fuego para crepitar la Vuelta. La tormenta del calor apretando los gaznates, espolvoreando de arena los pulmones; los cuerpos, de sal. Salitre y sudor. El calor horneando las piernas, fogosas, nerviosas desde Irun. 

Entre llamaradas de ambición y el fogonazo del dragón que llama a darle más lumbre a la hoguera, se formó una pira de numerosos dorsales dispuestos a huir del agobio ganando bocados de oxígeno caliente. Se recostó la etapa en la costa que llena los ojos buscando el horizonte en la mar. 

El punto de fuga de la escapada, tumultuosa, era un cruce de carreteras con ADN propio, la Itzulia en el tuétano de la Vuelta. Prohibido el llano. Recorrido quebrado para pellizcar las piernas. En ese hábitat a la fuga se fueron sumando adeptos. Un puñado de hombres y un destino. Arrugado Gontzagaraigana, Soler, inquieto en el pelotón, se vinculó por las escaleras que dan al Balcón de Bizkaia. Roglic, de rojo, su color, ordenó calma. 

FUGA CONSENTIDA

No le preocupaba que Molard se vistiera de su color. El francés no era un problema y de ese modo aligeraba la carga de sus costaleros. Kuss, el colibrí que suele prestar su aleteo a Roglic en las cumbres, apuntó de buena mañana que “no hay que mantener el liderato”. 

Al esloveno solo le interesa la otra carrera, la que se disputa en los salones de la alta aristocracia. Los jornaleros no pertenecen a su estirpe. No pisan la misma alfombra salvo si se trata de servir a los nobles. Bajo esa premisa, la fuga llenó las alforjas de esperanza. Despacharon Morga.

El Vivero apareció con un torrente de recuerdos brotando de las entrañas una década después de Igor Antón. El árbol genealógico naranja señaló a Ibai Azurmendi, el menudo escalador de Leitza, como heredero de ese sentimiento en el primer paso del alto. Soler, el último en acceder al baile, señala el norte en la ascensión hasta que se encorajinó Craddock, desatado. 

Langellotti se unió a él en la cima. Los fugados no querían ententes cordiales. El Jumbo guió al pelotón entre los ánimos y la cuneta naranja. Los favoritos observaron al detalle los entresijos de la subida. Exploradores. Roglic buscó agua para el gaznate tras cruzar el pasillo humano de entusiasmo, jolgorio y ánimos. Una lluvia de aplausos y gritos. Emoción.

TOMAVISTAS DE BILBAO

Se reunificó la fuga y no se descosió el pelotón a la espera del segundo asalto en El Vivero. Las manos duras serían allí o no serían. El tomavistas de Bilbao, que mira al Tour de 2023 desde el telescopio de la Vuelta. En la Gran Vía rastrearon el futuro. Bola de cristal en la fuga. El helicóptero se hipnotizó con el Puente de Bizkaia y después hizo planos de San Mamés, la Plaza Moyua y el Museo Guggenheim, la piel de titanio de la ciudad, el edificio que redefinió el nuevo Bilbao. 

Allí se presentó la Grand Départ. El cielo sobre la ciudad que mira al Olimpo del Tour sirvió para realizar pruebas de cámara para la Grande Boucle. Cuando Roglic y el resto del pelotón asomó por la arteria principal de Bilbao la primera vez, la de fogueo, había regalado el liderato y la etapa. 

SOLER, AL ASALTO

Salió la carrera de Bilbao al segundo encuentro con El Vivero, la montaña mágica de Antón, su Tourmalet de la infancia. Stewart saltó entre los fugados. El joven inglés que debutaba en la Vuelta buscaba su día de gloria. El Vivero dolía más en la moviola. Soler se estiró a pecho descubierto y apaleó a Stewart, que boqueaba. El catalán brillaba entre el griterío. Ruido celestial. Wright y Molard se marcaban por el liderato. Coronó con 14 segundos de renta Soler. Ajeno a los asuntos menores, el Jumbo calcó el gesto. Decretó la marcha en la subida. No sucedió nada. Un pasaje sin pulso. La vista sobrevolando el final en el Pico Jano que se estrena este jueves.

A Soler la vida se le iba en el descenso. Kamikaze. Le presionaban sus antiguos colegas, pero a la vez discutían. Intereses encontrados. Aire para el catalán, envalentonado, coceando los pedales con rabia. Furioso. El pulso era magnífico. Soler, al límite en un ejercicio agonístico, resistía la sed de la jauría con un botellín que le entregó su exequipo, el Movistar. Agua bendita para el catalán. Solo ante el peligro en un thriller frenético por las calles de la ciudad. El catalán, un loco maravilloso, soportó el suplicio para agarrarse, incrédulo, la cabeza, y festejar exaltado, el dedo pulgar en la boca, por su paternidad, su victoria en la Gran Vía. Soler se luce en el ensayo del Tour en Bilbao.