Cuando suenan tambores de guerra hay que echarse a temblar, y cuando suenan tambores de Juegos hay que echarse la mano a la cartera. Tras salvarnos en 2012, 2016 y 2020 (ésta última fue la candidatura de la ya mítica frase de Ana Botella: “¿Relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor?”), y pese a que ya casi nadie quiere albergar una cita olímpica, porque es una ruina económica, vuelve la amenaza de que entre todos le paguemos el caprichito a Madrid, que se ve que no absorbe bastante la población y economía del resto del país y necesita que la promocionemos. Y qué mejor que unos Juegos, tan baratitos ellos (16.800 millones de dólares en Londres 2012; 23.600 en Río 2016; 13.700 en Tokio 2021; más de 10.000 en París 2024... ). Lustre para la ciudad, subida en las encuestas, buenos negocios para los empresarios amiguetes y no menos buenas comisiones para familiares y allegados. Se entiende su obsesión, se entiende nuestro miedo.
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