Recorrer la memoria de las cronos apretadas conduce al imaginario colectivo a París y los Campos Elíseos en 1989. Al día maldito de Fignon, a la gloria eterna de Lemond. El norteamericano conquistó el Tour por 8 segundos. Apenas nada, todo, sin embargo. Entonces se validó el remonte por el manillar de triatleta y el casco que vestía al norteamericano. El ciclismo moderno. Fignon, el rebelde, el profesor, ondeó su coleta al viento. Dicen que aquello le hizo perder y que Fignon jamás regresó a los Campos Elíseos, tal fue el dolor de la derrota. En otoño, aún reverbera el eco de la colosal remontada de Pogacar sobre Roglic en el último Tour. El joven esloveno completó lo imposible. Aquel día desmontó el potenciómetro de la bici para correr libre y así desatarse, sin atender a los datos y los números. El ciclismo humano. Los detalles sostienen cualquier relato si la historia es buena.

Esas dos cronos, emocionantes al extremo, epidérmicas y acelerantes del corazón se quedaron cortas con las vidas cruzadas de Jai Hindley y Tao Geoghegan, que compartían manecilla antes de descerrajar el Giro y adentrarse en los incunables de la carrera. Nunca antes hubo una diferencia tan nimia frente a un pasaje hacia la historia. Unas centésimas abrigaban la ventaja del australiano. Nada, en realidad.

Empate técnico entre dos ciclistas frente al mayor desafío de sus vidas. Jamás se imaginaron en esa situación. De allí salió victorioso Geoghegan. El inglés, que los domingos suele acudir con su hermano y su padre al mercado de Brick Lane, se proclamó campeón un domingo en Milán. Los domingos nunca serán lo mismo para el británico.

En un Giro caótico, repleto de vericuetos, donde nada de lo anunciado ocurrió, Hindley y Geoghegan, dos réplicas, se citaron en la hora de la verdad sin referencias porque jamás se midieron en una situación semejante. Las coordenadas de los debates anteriores daban ventaja al inglés, pero la contrarreloj que remataba el Giro no tenía a qué agarrarse ni en los hilos de la historia. Las puertas de Milán eran territorio inexplorado y virgen. Un universo repleto de incógnitas donde se peleaban la motivación, el miedo, la presión y unas migas de fuerza. La crono se corría con la cabeza. La mente como motor y gestor del estado de ánimo frente a lo desconocido.

En ese ecosistema de frágil equilibrio, sobre un trazado que glorificaba la potencia, Geoghegan pudo con Hindley y se coronó en el Giro de Italia más extraño. El inglés, de 25 años, se quedó con la maglia rosa de Hindley por 39 segundos. Kelderman, que también fue líder de la carrera, completó el podio que reverenció al londinense. Pello Bilbao, que tanto merodeó el podio, perdió la cuarta plaza ante el empuje de Almeida, otro exlíder. El definitivo fue Geoghegan. London calling, que cantaban The Clash, era el himno en Milán.

Geoghegan estrenó la maglia rosa en la pasarela de Milán, donde desembocó el desfile del Giro con el confeti de Filippo Ganna, que encumbró su actuación con otro triunfo contrarreloj. "Para hablar con sinceridad, esto es muy raro. Se trata de un sueño muy grande que no pensé que fuera a cumplir cuando empezábamos en Sicilia. Durante toda mi trayectoria imaginé un top-5 o un top-10 en alguna ronda de tres semanas, así que ganar supone una sensación increíble", describió el inglés, el campeón inesperado de un Giro insólito, una carrera acosada por la pandemia.

La corsa rosa a punto estuvo de desmoronarse, pero se sujetó. La fina decadencia. El Giro se reinventó de nuevo. Se mantuvo a flote incluso cuando le mutilaron la etapa reina y un plante del pelotón recortó la jornada más larga de la carrera. Después de todos esos avatares, de que se emborronase el cartel de favoritos, del Stelvio y Sestriere, Geoghegan y Hindley corrían en paralelo a por el Nirvana. El solapamiento de la crono se deshizo cuando el londinense partió de la rampa de lanzamiento de los 15,7 kilómetros a todo o nada. Geoghegan despegó hacia la gloria.

Definió de inmediato el cauce de la crono ante Hindley, que llegó de rosa a Milán, pero en el extrarradio se le deshilachó la piel de campeón. La maglia rosa pertenecía a Goeghegan. "Voy a necesitar mucho tiempo para asimilar lo logrado. Sabía que podía conseguir una buena ventaja en 15 kilómetros y no debía ir despacio. La verdad, me pareció una pasada competir y alcanzar el título en el centro de Milán". La vida color de rosa.

Geoghegan, otro producto de la factoría inagotable del Ineos, que a día de hoy posee en su estructura a cinco campeones de grandes, -Froome, Thomas, Carapaz, Bernal y ahora Tao- rehabilitó a la estructura británica, que se quedó sin Thomas tras un caída. Para entonces, con el Giro en Sicilia, el Ineos ardía en el Etna. Ese fuego encendió la fabulosa carrera de Pello Bilbao, maravillosa su actuación durante un odisea en la que acarreó el petate de la fatiga del Tour. El gernikarra cedió el último día la cuarta plaza ante el empuje bravo de Almeida.

El portugués, poderoso, limó a Pello Bilbao, que cerró la corsa rosa en la quinta plaza. Un resultado fantástico desde cualquier punto de vista. El mérito y el desempeño del vizcaino resultaron formidables en una carrera de supervivencia. Pello Bilbao, con un Tour a cuestas, fue capaz de mejorar su sexta plaza en la general de 2018. Un éxito para el vizcaino, que elevó su cotización. De eso sabe Geoghegan, campeón del Giro más extraño