l leer el título habrás pensado, estimado lector o lectora, que el artículo de hoy va sobre las famosas barreras defensivas, su distancia al balón y el beneficioso efecto que sobre ellas ha conseguido el ya famoso spray que porta el árbitro, cada vez más parecido a un vendedor ambulante. Pero no, no me voy a referir a esas barreras de siempre sino a otras nuevas que no se ven pero existen, vaya si existen.

En los escasos ratos en los que ando por la calle, de vez en cuando, para ir al supermercado o a comprar el pan y el periódico, me cruzo con algunas, pocas, personas que caminan con aire casi desconfiado, mirando a hurtadillas y estableciendo unas barreras, invisibles pero muy reales, que nos mantienen alejados unos de otros y que respetamos bastante más que los nueve metros y quince centímetros que marcan las Reglas de Juego para el lanzamiento de faltas.

Volvía esta mañana hacia mi casa, a recluirme, pensando en si esto tiene vuelta atrás, cuánto tiempo llevará volver a ser los de antes y cómo afectarán todos estos nuevos hábitos a nuestro juego cuando pueda regresar.

No entiendo un partido de fútbol sin un público que comparta espacio en las gradas, no me imagino entrando a un estadio sin saludar a los de siempre con un apretón de manos, no puede desarrollarse el juego sin unos jugadores que se rocen físicamente, que se hagan caer y ayuden a levantarse, es imposible.

Se están construyendo tantas barreras, necesarias no me cabe duda, que derribarlas no va a ser fácil, irán cayendo, puede ser, las legales, pero quedarán otras en nuestro subconsciente más difíciles de eliminar.

Echo mucho de menos esos campos de fútbol modestos por los que me movía los fines de semana, siento una profunda añoranza por su ambiente y casi me arrepiento de haber criticado algunos de sus vicios. Ojalá nuestros científicos consigan dar con la vacuna que nos devuelva a ese tiempo pasado, que siempre fue mejor. Ojalá.

El autor es Vocal de Formación del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol