Pues sí, el fin de semana era necesario hablar o por lo menos chapurrear un poquito de francés (bonjour, oh la la, oui, merci beaucoup y cosas de esas) si querías hacer relación interpersonal con la gente en los bares. Dominio total de gabachos por las calles del casco viejo durante el fin de semana. Cuadrillas de chavales con boina negra –beret que le dicen al otro lado de la muga– y unas cintas rojas, verdes y blancas colgando de ella. Otro grupo con un pañuelo rojo del tamaño de una sábana y el escudo de no sé qué peña de Hossegor bordado en el mismo y, más allá, unos que cantan los temas más actuales del momento y visten camisetas de su peña taurina de Tarbes.
Eso sin contar a esos grupos folclóricos que inundaban las calles aledañas a la Plaza del Castillo con la música de sus txistus y tamboriles.
Y muchos de ellos con la intención de correr “el encieggo”.
Un encierro, el de Miura, que ya es un clásico para poner el broche de oro a la carrera. Son la única ganadería que ha corrido por aquí en tres siglos distintos y que, desde 1980 no ha fallado nunca a la cita de las matinales pamplonesas.
Y los de Zahariche confirmaron todos los tópicos que sobrevuelan alrededor de ellos y del día 14. Trajeron a Pamplona kilos de carne como para parar un tren con tres torazos de más de 600 kilos y una media total entre los seis astados de 602 kilos. Volvieron a galopar como alma que lleva el diablo –en ciento treinta y cinco segundos dieron por finalizado el espectáculo– e hicieron la carrera como a ellos les gusta: hermanados y levantando la cara para quitarse al personal de delante pero sin llegar a derrotar. Además, corrieron en el último día las fiestas, como vienen haciéndolo de forma ininterrumpida desde 2013 para cerrar así la feria del toro. Recuerdo en tiempos pretéritos que tradicionalmente iban en domingo, pero eso parece que ya pasó a la historia.
¿Qué más vimos?, pues los nervios típicos del último día, con corredores deseosos de acabar las carreras sanfermineras con un buen sabor de boca y apurando más que en días precedentes, igual menos gente de la esperada y, como no, a ese grupo de americanos dispersados por los 848 metros del recorrido que, en este último día con la miurada, se plantan en el recorrido ataviados con traje de chaqueta y de los que ya hemos hablado en años anteriores. Aquella alocada idea de Matt Carney ha cuajado entre los aficionados estadounidenses y así, impecablemente vestidos, cumplen anualmente con esta elegante tradición creada por ellos y que a mí, personalmente, me llena mucho más que ver a todos esos que, en lugar de vestir de blanco, pasean la camiseta del club de sus amores o la del equipo de futbito de su pueblo con publicidad de un supermercado local ocupando todo el pecho.
Pues ya está. Se acabó. Pasaremos como podamos el invierno esperando al séptimo día del séptimo mes del año próximo deseando que sea una espera corta. Mi hija Laura nos volverá locos un día sí y otro también hablándonos de las amigas que vendrán con ella a disfrutar de las fiestas de 2026 y antes de que instalen la tómbola de Cáritas (banderazo oficioso de los sanfermines) mi santa empezará a darle vueltas a la cabeza pensando en las comidas, sábanas y toallas que necesitará para alojarlas como es debido.
Ya falta menos para SF2026.
Gracias por leer.