El diestro venezolano Jesús Enrique Colombo logró este lunes en Pamplona, con su toreo habilidoso y populista, la complicidad de las peñas que, muy generosamente, le alzaron a hombros para sacarle por la Puerta del Encierro, después de que se lidiara una auténtica y plúmbea mansada del hierro de Miura en la tarde del "Pobre de mí".

Se cerró así un nuevo abono sanferminero con otro triunfo más de poco valor, gracias sobre todo al cada vez más escaso criterio de un público, de sol y de sombra, metido en fiesta y alejado de las claves de la tauromaquia y que, como de las presidencias, concede orejas a faenas que no pasarían de ser ovacionadas en otras plazas de similar categoría.

Es así como hay que encuadrar hoy el corte de dos orejas -que hubieran sido tres a petición popular- por parte de Colombo, que, al menos mantuvo la voluntad de, a su manera, dar espectáculo con la mansada de "Zahariche", a la que manejó con la misma habilidad con que motivó a las peñas, incluso toreando bajo sus tendidos, con constantes guiños y gestos.

Sus dos trabajos, con un astifino y altísimo tercero que no soltó más que cabezazos y un sexto vareado de similar condición y menos duración, no tiene un detallado análisis técnico, pues se limitó a mover sobre las piernas las desrazadas medias arrancadas y a darle "fiesta" al sol con el populismo de los rodillazos, las reolinas y los desplantes para luego, que aquí es importante, tumbarlos a la primera, aunque fuera con el feo bajonazo a su primero.

Claro que Colombo también animó el cotarro compartiendo los cuatro tercios con su compañero Manuel Escribano, que fue el que estuvo más desacertado, pues el venezolano, aun ligero y casi siempre a cabeza pasada, siempre dejó los palos arriba, lo que no logró el sevillano, sobre todo ante el cuarto, con el que, sin que la cuadrilla llegara a fijarle y colocarle el toro, pasó varias veces en falso o clavando mal los palos.

Ese segundo tercio del cárdeno que hizo cuarto, de 620 kilos, se hizo especialmente trabajoso y largo, contribuyendo en gran medida a que Escribano empleara exactamente una hora en dar muerte a los dos toros de su lote, desde que los saludó a en la puerta de chiqueros hasta que los estoqueó, en dos faenas de muleta anodinas y planas, de mero oficio para hacer pasar a los dos descastados, aunque ese cuarto, de mejor condición, le pidiera bastante más de ajuste en el trazo.

Con esta mansa y floja "miurada", que promedió algo más de seiscientos kilos de huesudo volumen, tampoco logró sacar nada en claro Damián Castaño, ni siquiera tirando también del desesperado recurso de los efectismos o yéndose a portagayola como hizo con el segundo. De hecho, sus "miuras" tuvieron la nota común de su escasez de fuerzas en los cuartos traseros, lo que les llevó a defenderse de más, sin regalar una sola embestida limpia.