Miles de personas se congregaron ayer en la Plaza Consistorial de Iruña para despedirse de los Sanfermines y entonar entre lágrimas el Pobre de Mí al unísono como un solo corazón. Debajo del balcón municipal no entraba un alfiler.
Los estruendos de la última pólvora de los Sanfermines comenzaron a pronosticar el final de las fiestas. Los últimos fuegos comenzaron. Eran las 23.00 y La Morocha y Sarà perché ti amo —los éxitos por excelencia que no han dejado de sonar en los bares y que las charangas no han parado de tocar durante estos nueve días— eran coreadas por última vez por los pamploneses y pamplonesas. La plaza recordaba la estampa de nueve días atrás, cuando la ciudad comenzaba a teñirse de rojo y blanco y de la emoción característica del 6 de julio, solo que con algunas diferencias. Esta noche había hueco para estar sentados e incluso cenar. Los más impacientes comenzaron a encender las velas que habían comprado de camino a la Plaza Consistorial.
El reloj volvió a sonar y apuntaba las 23.45. La charanga Gauerdi subía al escenario para poner música a los últimos minutos de San Fermín y hacer olvidar al público que lo bueno se acaba. Aún quedaban fuerzas en las piernas para balancearse por última vez al son de El Rey o La Chica Yeyé, himnos absolutos de las fiestas desde hace innumerables años. Una avalancha de gente se asomó desde el balcón y la plaza se iluminó de los pequeños destellos de las velas encendidas. Sonó el reloj y los días más especiales de la ciudad llegaban a su fin. Los pañuelos que pasaron de la muñeca al cuello el 6 de julio se desanudaban. “¡Pobre de mí!” coreó la plaza con añoranza. Los cánticos se perdían entre el sonido de los cohetes que se lanzaban desde la contigua Plaza de los Burgos. Sin embargo, enseguida se puso la mirada en los próximos Sanfermines. Desde el Ayuntamiento el alcalde Joseba Asiron exclamó con vehemencia: “¡Vivan los Sanfermines 2026!”. El Pobre de mí se alternó entonces con el mítico cántico “Uno de enero, dos de febrero…”. Los pañuelicos volaban por los aires y volvían a guardarse a buen recaudo hasta el año que viene.
Tras finalizar la ceremonia, algunos participantes se acercaron hasta la parroquia de San Lorenzo, donde se encuentra la capilla de San Fermín, y los anudan a la verja donde reposa el santo.
En menos de diez minutos, la Plaza Consistorial se había quedado desértica. No había tiempo que perder. Porque en muchos bares del Casco Viejo la fiesta continuó. Muchas y muchos pretendían aguantar hasta el encierro de la villavesa.