No existe. La palabra que encabeza esta columna no existe. O, al menos, la Real Academia no la ha aceptado. Y, sin embargo, el encierro tiene su vocabulario, una serie de palabras que citamos una y otra vez cuando nos referimos a él, verbalmente o por escrito.
Me refiero a palabras como “periódico”. Con el periódico invocamos al santo. El periódico llama la atención del toro, golpea su testuz, mide la distancia que nos separa de las astas. Un buen corredor esgrime siempre un periódico en una mano.
También me refiero a palabras como “poste”. Los postes aguardan pacientemente la llegada de los Sanfermines, apuntalan año tras año la doble barrera, jalonan el trayecto del recorrido, han sido testigos de cornadas espeluznantes.
Y una voz afín a “barrera” viene a ser “montón”. Todos tememos que se forme un montón. Los cuerpos que integran un montón no pueden escapar, ni de los demás cuerpos ni de los toros, y los toros se vuelven, trepan sobre los corredores, embisten…
No son “montón” o “periódico” las únicas palabras que repetimos cuando hablamos de nuestra carrera. También citamos una y otra vez palabras que, comprobado está, sobresaltan nuestro cerebro. Palabras como “emocionante”. Nadie quiere cogidas, pero todos queremos emoción, mucha emoción, y que el encierro nunca muera ni agonice. “Agonía”, una palabra que hemos asociado en los últimos tiempos con el encierro.
También existen palabras que no utilizamos y que, sin embargo, están presentes en nuestra carrera. Son palabras extrañas, como “jindama”. Nadie pronuncia ni escribe “jindama”, pero ¿qué buen corredor no siente jindama, o sea, miedo, antes de jugarse la vida en las astas? ¿Qué buen escritor, qué buen columnista no siente algo de inseguridad o de jindama antes de lidiar con una columna que no existe?