esagradable, salí del campo con una sensación molesta y me costó convencerme de que, como decía el torero antiguo Rafael el Gallo, “hay gente pa to”, os lo contaré sin concretar campo ni equipos:

Habitualmente me muevo por esos campos de fútbol con el fin de valorar las actuaciones de nuestros árbitros y sobre todo comentar con ellos aspectos que puedan ir mejorando, así que el domingo por la mañana, agradable y soleada, allí estaba yo cómodamente instalado con lápiz y papel. Quiso mi suerte o mi desgracia que cayeran cerca de mí un grupo de padres y madres de jugadores que, como es natural y disculpable, no brillaban precisamente por su objetividad, hasta ahí todo normal.

Menos aceptable empezó a ser su comportamiento, sus vástagos no mostraban la habilidad esperable y al otro equipo, nunca debieron hacerlo, se le ocurrió marcar un gol que fue el anuncio de algunos otros más. Fue creciendo en ellos la frustración que descargaban, cómo no, contra el árbitro y los jugadores del equipo adversario.

En su opinión el árbitro tenía como único objetivo hacerles perder el partido y de paso provocar a sus tiernos retoños, los jugadores contrarios eran para ellos una especie de borricos que empleaban además malas artes para perder tiempo y no dejar desarrollar a sus chicos las virtudes que indudablemente atesoran aunque mantenían misteriosamente ocultas. Y aún hasta aquí, querido lector, el que esto te cuenta permanecía impasible haciendo uso de tantos años ejercitando la paciencia.

Justo delante de mí estaba sentada una señora, supongo que madre de un jugador, acompañada por una muchacha de unos doce o trece años y un niño de seis o siete, el comportamiento de la madre era replicado fielmente por su hija, como está mandado, el niño se aburría, jugaba con su maquinita, pero de vez en cuando levantaba la vista y colaboraba a valorar la insuficiencia mental del árbitro y los adversarios, es muy natural seguir el ejemplo de los progenitores.

La historia alcanza su cenit cuando nuestra jovencita es contestada en términos similares por otra señorita poco mayor que ella partidaria, claro está, del otro equipo, aquí se entabla la discusión ascendente que deriva en que se levante como una furia para dirigirse hacia su oponente con intenciones fácilmente predecibles, la señora madre se ve obligada a sujetarla e imponer algo de orden tardío. Y ahí se acabó mi paciencia.

Hice saber que quien siembra vientos suele recoge tempestades y que una de las obligaciones de madre y padre es dar buen ejemplo, en evitación de conflictos y antes de que se disipara el estupor me fui a la otra punta del campo a pensar que habría estado bastante mejor tomando un vermut con mi señora... y allí se quedó mi paraguas, después de tan gallardo mutis no me pareció pertinente volver a recogerlo...

El autor es Vocal de Formación y Relaciones Sociales del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol.