mañana fresca de domingo y paseo, el ruido de las voces y el silbato me llaman hacia una pista deportiva, poca gente alrededor, padres y madres sobre todo, peleando por el balón un grupo de niñas muy jóvenes, llega enseguida el descanso.

En el centro del grupo la entrenadora, veinteañera, expresiva, sus jugadoras-niñas la miran con respeto, absorben sus palabras, hay complicidad: no pasa nada, vamos perdiendo pero no importa, tenemos que hacerlo bien porque sabemos hacerlo, somos un equipo vamos a ayudarnos. Una de las niñas, delgadita, se toca la rodilla magullada, los ojos húmedos, busca y encuentra el cariño de su entrenadora que le da un cachete tierno: venga campeona, respira fuerte.

Vuelven a la pista, cabezas altas, sonrisas, la niña delgadita está exultante, no le duele la rodilla, corre y corre contenta, siguen perdiendo, juegan al fútbol, disfrutan, crecen por dentro, deporte en estado puro, aquí está la esencia. Sigo mi paseo.

Me quedo con la imagen de esa entrenadora-educadora que representa a tantos chicos y chicas jóvenes que dedican tiempo e ilusión a formar jóvenes jugadores a educar personas. Hacen sus cursos de entrenadores, estudian, programan, lideran, trabajan mucho y bien, son la raíz de nuestro deporte.

Para que veamos ese fútbol deslumbrante, ya también el femenino, de los grandes estadios y la televisión es preciso el trabajo de cientos y miles de monitores, el fútbol está en deuda con ellos y no siempre sabe reconocerlos.

Los clubes, las federaciones y sobre todo los padres y las madres deben valorar la labor de esos jóvenes que les ayudan a educar a sus hijos, a veces no necesitan más que un gesto de aprecio y cariño. Dádselo por favor, lo merecen.

El autor es Vocal de Formación del Comité Navarro de Árbitros de Fútbol