Osasuna juega hoy en Valencia. Coincidencias desgraciadas de la vida. La primera vez que estuve en Valencia fue con Javier Martínez de Zúñiga para un partido de Osasuna, hace unos cuantos lustros. Vinimos lanzados en coche y nos volvimos al día siguiente también a todo meter, que al Zuñi le gustaba ir y volver rápido, que había conexiones, informativos, programas, yo qué sé, y había que informar, comentar, debatir, escribir una columna para este periódico o entrar para Madrid con la Ser en horarios raros.

El Zuñi, voz y perfil mítico entonces -nunca perdió ese aura especial-, sabía acoger a los que llegábamos y templar con experiencias y opiniones el proyecto de periodista que queríamos ser. Nunca fue paternalista ni altivo, que podía haberlo sido, sino un tipo en el que, atendiendo y oyendo, se reconocían perfectamente los valores de esta profesión que entre advenedizos y despreocupados quieren hacen desaparecer. Conocimiento, sentido crítico, capacidad de análisis, Javier Martínez de Zúñiga tenía todo esto y una memoria alucinante, frustrante en la confrontación de datos. Capaz de repetir una alineación de Osasuna en un partido contra el Pegaso del año de la tos en medio de la narración de un partido porque venía a cuento el suceso, que andar narrando en Sanfermín un encierro y una corrida de toros, que meterse un informativo entre pecho y espalda como si tal cosa, un todoterreno era, que es sinónimo de buen comunicador.

El Zuñi ha sido la persona con quien más horas de coche he metido yo, como algunos otros. Y han sido muchas horas y días de esta vida como para que no queme mucho, como para que no duela hondo este adiós en el que hay centenares de vivencias en kilómetros en común. Otra despedida en un par de días.

El Zuñi a toda hostia por la carretera, hablando con temple, calma, sabiduría y sensatez. Sin dar lecciones, los demás aprendiendo. Luego, con la alcachofa amarilla en una mano, listo para contar con esa voz que nunca muere.