Una camioneta Mercedes OM 636. José Arrondo Mugueta recuerda como si fuera ayer el 1 de mayo de 1965, cuando acudió a la bajera de Monasterio de Irache, número 22, donde al día siguiente había de arreglar el primero de muchos vehículos. Aquella camioneta Mercedes, llevada para ser reparada por Jaime López, de la transpaquetería San Juan, abre la pequeña historia de CST (Cooperativa Social de Trabajo), la iniciativa de apenas una quincena de trabajadores que, a mediados de los años 60, decidió cambiar su forma de vida: de asalariado a trabajador-empresario. Pero sin quitarse nunca el buzo de la faena.
Casi medio siglo después, todos los fundadores se han jubilado, pero CST sigue en pie. Ya no se encuentra en Monasterio de Irache, ni tampoco en Berrioplano, hasta donde se trasladó en 1972, sino en Beriáin, a pie de la carretera de Zaragoza y muy cerca de la Ciudad del Transporte. Hoy arregla camiones -es el concesionario oficial Renault Trucks- y es el lugar de trabajo de 53 personas, todas ellas propietarias, en mayor o medida, de la empresa. El único asalariado es Carlos Yubero, el gerente, que defiende como propio el valor de una fórmula (Sociedad Limitada Laboral) "eficaz para hacer frente a una crisis como la actual". Con un descenso de hasta un 30% en la carga de trabajo y una facturación de cinco millones de euros, CST ha sorteado la coyuntura sin tocar el empleo. "La gente se ha reducido un 20% la jornada y el sueldo pero se ha hecho de modo equilibrado, para todos por igual".
José Ángel Juániz es el presidente del Consejo de Administración de la empresa. No forma parte del equipo fundador, pero suma ya 36 años en la empresa. "No recuerdo una crisis como ésta. Hubo años duros, a finales de los 70, por ejemplo, pero se salió con más rapidez. Ahora llevamos ya dos años...". Cuando Juániz se incorporó al proyecto, en 1974, CST ya había crecido, se había ubicado en los locales de Berrioplano e incrementaba anualmente su facturación a ritmo de un 10% al año. "Yo tuve que aportar entonces 75.000 pesetas para entrar", recuerda ahora, si bien matiza que, a la hora de entrar, la aportación solía realizarse mediante un descuento en la paga de beneficios que se cobraba anualmente.
Eran años de trabajo frenético, de horas extraordinarias sin cobrar, de jornadas que empezaban a las ocho de la mañana y que concluían cuando estaba terminado el último vehículo, recuerda José Antonio San Martín, otro de los fundadores,. "Y de noche, te llamaban a casa y había que salir a la carretera...". No había otro modo de salir adelante. Los socios fundadores, que habían aportado 1.000 pesetas en 1965, veían cómo su proyecto tomaba fuerza y crecía. "Hubo gente -recuerdan- que nos ayudó mucho, que nos dio la herramienta para empezar a funcionar, como suministros Doan". O el propio dueño de Talleres Iruña, de donde salieron siete de los fundadores: "No nos puso ningún problema".
Todo se basaba en trabajar con rapidez y en hacerlo bien, una idea que se mantiene hoy, cuando muchas cuestiones han cambiado. "Hoy un camión es capaz de aguantar 1,2 millones de kilómetros sin tocar casi nada", explica Miguel Echarte. Ahora el golpe fuerte de trabajo tampoco se produce en agosto y un camión puede ser reparado en apenas tres o cuatro horas. "Pero hoy la empresa se mantiene fuerte, con solidez, lo que nos permite mirar adelante", remacha Yubero.