HA transcurrido apenas media hora desde que finalizara la retransmisión en diferido de la prueba inaugural del Campeonato del Mundo de Fórmula 1, y todavía no he podido quitarme de encima el cabreo que me he cogido al ver de nuevo a Fernando Alonso con un coche que le vuelve a situar lejos de los mejores bólidos de esta temporada, lo que prácticamente le descarta, salvo mejoras milagrosas, para optar a ganar esa tan merecida tercera corona que los traidores de McLaren le negaron en su día -nunca antes en la vida había visto a un equipo correr contra uno de sus pilotos- y que Ferrari no parece capaz de ayudarle a conquistar.
Salgo de casa y me dirijo a mi por unos días monovolumen Toyota Verso 1.6 VVT-i Active de siete plazas. Me acuerdo entonces de que la Fórmula 1, como el fútbol en la Liga española -donde la gran duda es saber si la ganarán merengues o culés-, es poco menos que una competición creada para lucimiento de unos pocos: alemanes y británicos, sobre todo. En la F1 echo de menos a marcas como Honda, BMW o Toyota, por citar algunas, así como mayor transparencia y justicia en las decisiones -también en el fútbol-, y me sobran esas escuderías que ruedan a dos segundos de los que van en cabeza.
Y es que la Fórmula 1 y el automovilismo al que tienen acceso todos los ciudadanos tienen pocos puntos en común. Basta analizar el caso de Toyota, una firma que se fue de la máxima competición sin alcanzar sus objetivos, pero que en la vida diaria, la de diseñar, fabricar, comercializar y mantener millones de automóviles al año, es toda una referencia, probablemente la gran referencia, por cantidad y también por calidad.
Todavía recuerdo la primera prueba que hice de un Toyota Verso, entonces denominado Corolla Verso. En aquella ocasión critiqué la respuesta dinámica de un bastidor claramente subvirador y delicado circulando muy rápido en tramos de curvas. Nadie se molestó por ello, ni siquiera hizo el más mínimo comentario; al contrario, se pusieron a trabajar y a aplicar esa filosofía de mejora constante que les caracteriza. Y hoy lo que tenemos aquí es un monovolumen de siete plazas con una respuesta dinámica excelente, que no para de evolucionar su chasis, suspensiones, dirección y frenos -como en la gama estrenada este año-, fácil de manejar, noble de respuesta y reacciones incluso en tramos revirados y a fuerte ritmo, cómodo donde los haya, silencioso hasta el extremo y tremendamente placentero, tanto para el conductor como para sus acompañantes. No soy un fan de los monovolúmenes, lo reconozco, pero este Verso es una auténtica gozada en todos los sentidos. Por estabilidad, maniobrabilidad, agilidad, visibilidad (la cámara de visión trasera es todo un lujazo) y precisión, merece todos los elogios.
MOTOR DE PARTIDA El propulsor de este Verso es el gasolina de entrada a la gama, un 1.600 de 132 CV a 6.400 rpm, 160 Nm de par máximo a 4.400 vueltas, caja de cambios manual de seis marchas, 185 km/h de velocidad punta, 11,7 segundos en el paso de 0 a 100 km/h, consumos homologados de 8,6 litros en ciudad, 5,8 en carretera y 6,8 de promedio, con unas emisiones medias de 158 gramos de CO2 por kilómetro. Luego está el gasolina 1.8 (147 CV, 180 Nm) y los diésel 2.0 (126 CV, 310 Nm), 2.2 (150 CV y 340 Nm) y 2.2 D-CAT (177 CV, 400 Nm y 210 km/h), estos últimos combinables con cajas manuales o automáticas.
Lo sorprendente de este propulsor no es ya su sobresaliente silencio mecánico o la notable finura de funcionamiento, sino que su rendimiento es francamente convincente. No tiene la pegada en medios de los diésel, que juegan en otra liga, pero su respuesta a bajo y medio régimen es muy brillante, tanto que permite cambiar a solo 2.000 rpm a la siguiente marcha y salir con brío, rodar en ciudad a 50 km/h de marcador a apenas 1.500 vueltas, circular por autopista a 120 km/h a solo 3.100 giros y lograr un consumo medio, medido por este redactor y con más de la mitad del recorrido hecho en ciudad, de poco más de siete litros. Excelente.
Toyota vuelve a demostrar, y no sólo en diésel sino también en gasolina, una admirable eficiencia energética, asociada a un agrado de utilización muy elevado y a un confort de marcha irreprochable. No obstante, está claro que todavía hay puntos mejorables en el Verso, como la ausencia de retrovisor exterior izquierdo panorámico, la falta de reloj de temperatura del refrigerante, el escaso maletero con siete plazas (178 litros que pasan a ser unos brillantes 607 litros con los dos asientos posteriores recogidos), la ausencia de rueda de repuesto (en su lugar está el kit reparapichazos) y la consabida antena a rosca, amén de una mejorable bocina.
No obstante, estos son detalles mínimos, ya que el balance es claramente favorable. En sus 4,440 metros de largura, 1,795 de anchura, 1,620 de altura y 2,780 de distancia entre ejes, este Verso aporta la comodidad de un gran turismo, incluso para el pasajero central de la segunda fila, con su suelo totalmente plano -a ver si aprenden otras marcas-, y la versatilidad y polivalencia que sólo un monovolumen compacto es capaz de lograr, sumado a un equipamiento más que completo. Con todo lo exigible en seguridad activa y pasiva, incluidas las cinco estrellas EuroNCAP, la dotación en confort del acabado Active aporta detalles como el sistema Toyota Touch, espejo de vigilancia interior, portagafas, conexiones AUX y USB, cámara de visión posterior, ordenador de viaje, control de crucero, mandos de audio y teléfono en el volante, palanca de cambio elevada, cenicero nómada, doble guantera frente al copiloto, bandejas tipo avión tras las butacas delanteras, segunda fila de asientos desplazable longitudinalmente, siete plazas con las dos traseras escamoteables, indicador de cambio marcha, climatizador bizona y sensor de aparcamiento, entre otros elementos. Todo ello asociado a un automóvil muy bien terminado y excelentemente diseñado, y a un precio, restada la campaña de este mes (-4.060 euros), de 19.190 euros, que en caso del cinco plazas se queda en 18.490 euros. Como para pensárselo.