Inmersos en la llamada “economía de la atención”, despertar el interés es el elemento esencial que hace que un producto, servicio, idea o programa se venda o quede olvidada y muera. En esta carrera desenfrenada por captar la atención, desgraciadamente cada vez es más común ver cómo la propaganda se disfraza de ciencia, o se hace un mal uso sistemático de la misma utilizando ciertos conceptos aparentes de forma interesada.

Afirmar si un producto, servicio, circunstancia o fenómeno es verdad, mentira, buena o mala nunca fue tan fácil. Solo requiere generar titulares de impacto, dirigirlos a los canales / medios adecuados asegurando su difusión y voilà. El mantra de que una mentira, una verdad a medias o inexactitud repetida mil veces se convierte en verdad se hace realidad de forma automática.

El método científico es hasta la fecha el camino más riguroso del que se han dotado las personas para acercarse a la realidad de cualquier fenómeno. Pero visto lo visto, nos lo pasamos por el arco del triunfo, o lo manipulamos a nuestro antojo y conveniencia. Vivimos inundados de noticias y mensajes en las que sin ningún rubor se extrapolan datos sin cotejar, se generalizan circunstancias observacionales para reivindicar un determinado producto o idea, se confunde correlación con causalidad, o se citan pruebas supuestamente extraídas de investigaciones que, cuando rascas un poco, sencillamente no tienen el más mínimo rigor científico, por no hablar de que esos estudios aparentes directamente ni existen.

Quizás es justo reconocer que el rigor es caro, poco rentable, requiere mucho esfuerzo y normalmente vende poco. Es mucho más fácil optar por lo que se denomina “fabricar la duda”, uno de los mejores recursos para competir con la evidencia y generar controversia. Otra es optar por el fenómeno sociológico llamado “refuerzo comunal”, proceso por el cual una afirmación se convierte no sólo en verdad, sino en una creencia a partir de su reiterada aseveración por parte de los miembros de una comunidad, independientemente de su rigor o fundamento. Se podría decir que es una parte esencial del concepto de postverdad, o de cómo se transmiten mensajes recitados por famosos, influencers, o profesionales del “crecepelo” (que cada uno/a ponga palabra al tema) suplantando pruebas científicas rigurosas por afirmaciones infundadas, o por el habitual “a un amigo de mi cuñado le funcionó”.

En muchos casos el logro de la publicidad y la propaganda está en su capacidad para vendernos tanto la solución como el problema, algo habitual en industrias como la farmacéutica, medicinas alternativas, alimentos funcionales, suplementos nutricionales, dietas, industria de cosméticos, productos de consumo, moda, la política, y un largo etcétera que termina en cualquier conversación de bar o mesa.

Salvo excepciones, es bastante común que los medios de comunicación y la sociedad terminen haciendo de la ciencia una parodia, resaltando o bien conclusiones descabelladas para generar impacto, o noticias alarmistas que van distorsionando el avance científico.

En la ciencia tampoco es oro todo lo que reluce. Desde la investigación uno se da cuenta de que la propensión innata a buscar y sobrevalorar aquellas pruebas que confirman una determinada hipótesis es consustancial a las personas, que nuestra evaluación de la calidad de las pruebas nuevas está sesgada por nuestras creencias previas, y que es habitual que en muchos estudios la fe en los datos extraídos no se fundamente en una valoración objetiva de la metodología de investigación, sino en ver si los resultados validan o no sus opiniones preexistentes. Por ello es tan importante prestar atención al rigor metodológico, al contraste, y a herramientas como los meta análisis (estudios que a su vez recopilan resultados de muchos otros estudios alrededor de un fenómeno.)

En lo que corresponde al día a día, me parece que la conclusión a todo este entuerto es que una mínima inquietud por lo que nos rodea nos debería orientar a desarrollar herramientas de juicio y contraste que nos den pie a refutar nuestras propias creencias. En su defecto, somos carne de cañón para cualquier cuentacuentos, y víctimas fáciles de la manipulación.

En este sentido, me parece que cuando se habla de criterio y pensamiento crítico se pone el foco equivocado, porque es fácil ser crítico con quien no piensa como uno/a, lo difícil es ser crítico con el pensamiento propio, y eso no resulta fácil en una sociedad donde se saca pecho por no cambiar de opinión.

Lo cierto es que hay hábitos en el mundo de la investigación que pueden ser de sumo interés aplicarlos en el día a día, y por ende exigirlos cuando se lee o escucha. Entre ellos, fundamentar las afirmaciones en la evidencia empírica, valorar el rigor de las mismas, referenciar nuestras afirmaciones de forma precisa y ajustada al contenido real de la fuente y obra citada, etc.

La metodología científica no es necesariamente la verdad, sino el método más fiable que tenemos para acercarnos a la misma. Por ello cuando alguien se expresa sentando cátedra y comunicando certezas absolutas es más que probable que esté errando, en la medida en que si uno se interesa un poco por la ciencia, se da cuenta las pruebas de causas y efectos son casi siempre débiles y circunstanciales. Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y Transferencia