¿Cuál debería ser el rol del dinero y los mercados en nuestra sociedad? Es la cuestión que analizaba el filósofo de Harvard Michael Sandel en un trabajo recientemente. Su tesis se resume en que en las últimas tres décadas, sobre todo Estados Unidos -y por extensión parte del planeta- corre el riesgo de que más allá de utilizar una economía de mercado como mecanismo para regular la actividad económica, los países se conviertan en lo que define como sociedades de mercado. Como sociedad de mercado se entiende una cultura y comportamientos sociales consistentes en que prácticamente todo está en venta o puede resultar vendible. Una sociedad donde los mecanismos de mercado como oferta, demanda, valor monetario, transacción y comercialización comienzan a dominar todos y cada uno de los aspectos de la vida.

Parece de perogrullo, pero cuantas más cosas puede comprar el dinero mayor importancia tiene su escasez o abundancia, creando un caldo de cultivo perfecto para incrementar la desigualdad en la sociedad. Dicho de otra forma, si el dinero puede comprar lo accesorio (un coche más potente, unas vacaciones en un hotel mejor, un menú más caro) no debería tener demasiada trascendencia. El problema aparece cuando los mínimos para una vida digna se convierten en dependientes de tener dinero o no tenerlo, porque es ahí donde se generan consecuencias sociales negativas.

Uno de los objetivos del estado de bienestar es blindar las cuestiones esenciales como la salud, educación, igualdad de oportunidades o posibilidad de influenciar en la vida política y social. Como ocurre en ciertos casos o países, si estos aspectos son dependientes de la capacidad adquisitiva de cada persona, mal asunto. Por ello, y aunque por poner un ejemplo en este país a todas las personas se les atienda en un hospital tenga o no tenga seguro médico, es conveniente reflexionar sobre el valor y el significado de qué condiciones, mínimos y prácticas deben ser innegociables y proveídas por el mero hecho de ser parte de la sociedad y cuáles son los valores sociales que queremos impulsar para así poder desligarlos de las transacciones comerciales. Se trata de asegurar el “ser” mediante un pacto social y orientar el “tener” a lo accesorio, sopesando en qué ámbitos es conveniente introducir mecanismos de mercado y en cuales no, a qué hay que poner precio y a qué no. Al final, La cuestión de los mercados no es un problema únicamente de economía, sino de cómo queremos convivir. Porque no está de más reconocer que en economía, a menudo se ha cometido el error de pensar que los mercados y su dinámica no tienen influencia en los bienes que se intercambian en y a través de ellos. En su significado, en su valor. Poner precio a elementos esenciales puede implicar que quienes tienen más recursos se separen más y más de lo que no los tienen. No hay más que mirar a entornos donde las clases sociales están bien marcadas para darse cuenta de que la diferencia de quien tiene mucho hace que termine viviendo de forma diferente, se relacione en espacios diferentes, reciba una educación diferente, etc. Y esto no es bueno para el conjunto.

Hasta aquí todo perfecto pero como se suele decir, “el diablo está en los detalles”. Coincido en que la utilización del dinero implica en algunos casos coerción y que puede derivar en estratificación social y en elitismo. Ahora bien, ofrecer prestaciones “por nuestra cara bonita” y sin contraprestación a cambio también puede convertirse en un arma de doble filo.

Difícilmente crearemos sociedades donde las personas desarrollen su potencial si no somos capaces de entender las claves que influyen en sus actitudes y comportamientos. En la investigación en economía del comportamiento se ha demostrado que, en ciertos casos, ofrecer gratuitamente un bien o prestación sin pedir nada a cambio hace que las personas dejen de valorarlas, por tanto es posible que gratis resulte en un incentivo equivocado. Habrá que ver cada caso y tener en cuenta que al margen del dinero hay otros incentivos que si se pueden exigir. Porque honestamente, una cosa es asegurar lo esencial, pero cuidándonos en no caer en el buenismo o la ingenuidad. Por poner un ejemplo, es fundamental asegurar la igualdad de oportunidades, pero una cosa es la igualdad de oportunidades y otra el igualitarismo mal entendido. Me guste o no, si salgo en una carrera con otras 9 personas que entrenan la maratón llegaré el último. Seguro. Pretender ser reconocido a su par es en primer lugar irreal, y en segundo frustrante para ellos/as. Me parece tan injusto no reconocer más y mejor a quien es brillante / destaca que no asegurar las posibilidades para que todas las personas puedan participar en la carrera en igualdad de condiciones. Por otra parte, también diría que es fundamental cuidar muy bien que la sociedad refleje y premie la dedicación, la diligencia y el esfuerzo en contraposición a cubrir el expediente y al mínimo esfuerzo, o a equiparar el voluntarismo con la profesionalización.

Resumiendo. Asegurar una vida digna y de calidad a todas las personas debería ser el objetivo del pacto social evitando todo mecanismo de mercado en los elementos esenciales para asegurar una vida digna, pero tampoco deberíamos olvidar la responsabilidad de contribuir al conjunto de cada individuo. Al final, los derechos deben de llevar aparejadas unas obligaciones, y mal haríamos en centrarnos mucho en los primeros olvidando los segundos.

Mondragon Unibertsitatea. Investigación y Transferencia