A finales de marzo de este año, cuando Pedro Sánchez se disponía a anunciar el confinamiento total de la población y el cierre de cualquier actividad económica no esencial, una de las voces que se escuchó en su contra fue la de María Chivite, presidenta del Gobierno de Navarra. A su juicio, una hibernación completa de la economía podía tener consecuencias todavia peores que las de la propia pandemia, especialmente en una comunidad tan dependiente de sus manufacturas como la Comunidad Foral.

La imagen de la derecha ayuda a entender la especial preocupación de María Chivite, que no solo gestiona una comunidad pequeña dependiente de aquello que es capaz de recaudar, sino también un territorio donde el teletrabajo es la opción de una minoría, tal y como recogen distintos informes. Randstad cifraba en cerca de 67.000 ocupados, en torno al 23% del total, el volumen de empleo susceptible de ser completado desde casa. La OCDE, en un reciente informe al que pertenece el mapa lo eleva algo más, hasta situarlo ligeramente por encima del 25%, bastante lejos en cualquier caso, de los porcentajes que muestran algunas de las regiones europeas más ricas y pobladas.

Es el caso de la llamada banana azul europea, un arco imaginario que arranca el sureste de Irlanda, continúa sobre Londres, Amsterdam, el eje alemán y finaliza en Lombardía (Italia). Casi toda esta zona, donde se concentran los azules más oscuros del mapa, comparte un origen industrial. Hoy mantiene ese componente, pero su economía ha derivado hacia servicios de alto valor añadido, que atienden a empresas que fabrican no solo en sus territorios, sino en otros muchos lugares del globo. En las grandes capitales, más de la mitad del empleo puede completarse desde casa, con un móvil y una conexión de alta velocidad. En otras regiones, este porcentaje ronda el 35% o el 40%. Sus regiones encabezan hoy todos los listados de renta per capita del continente.

Navarra no figura entre las 50 regiones más ricas del continente, una posición que ocupó de forma efímera en los años del boom económico previos a la crisis de 2008-2013. Y, pese a su fuerte componente industrial, tampoco ha desarrollado una red de servicios de alto valor añadido de grandes dimensiones: las manufacturas, especialmente de tecnología media o media alta, conforman la base de su industria, con los cuarteles generales, los centros de decisión y las áreas de innovación, diseño y desarrollado alojadas generalmente en los países de origen.

La baja extensión del teletrabajo no carece de importancia en un contexto como el actual, con las cifras de contagios disparadas en España a solo unas semanas del final de las vacaciones y del inicio, por ejemplo, del curso escolar. La sombra de nuevos confinamiento, quizá no generales ni tan extensos como en primavera, planea todavía si regresa el riesgo de colapso hospitalario. Y en esa situación, advierte el informe de OCDE, “los costes de un confinamiento son muy diferentes en función del volumen de empleo que pueda hacerse desde casa”.

De este modo, explica la OCDE, “las grandes ciudades y los lugares densamente poblados, pueden sufrir una propagación más rápida del virus debido a una mayor densidad de población” y “sufrir en mayor medida debido mayor especialización, en sectores particularmente afectados por los bloqueos”, como el comercio y la hostelería. “Al mismo tiempo -señala OCDE-, otros factores pueden ayudar a que estas ubicaciones se adapten más fácilmente a los bloqueos, reduciendo así sus costos económicos y sociales directos. Un factor determinante importante de los costos del bloqueo es si los trabajos se pueden realizar de forma remota”.